miércoles, 29 de noviembre de 2023
Productividad
La alarma suena y tardo menos de un instante en apagarla. Aún perdura el eco pero ya estoy alerta y despierto. Afuera está oscuro y silencioso. Miro el reloj, 4:30 de la madrugada. Cierro los ojos para revisar paso a paso lo que tengo que hacer.
Una rápida visita al baño y estoy listo para vestirme. La ropa, separada la noche anterior me espera en una silla. Vuelvo a controlar el tiempo. Perfecto. Me visto en la cocina mientras preparo café. No puedo comer. Tengo el estómago hecho un nudo. Por ahora será solo café.
Subo al auto, mientras repaso los detalles mentalmente. En la primer asignación desde mi promoción y nombramiento como Gerente de Recursos Humanos. No es la mejor de las asignaciones; o tal vez la peor, pero no por eso voy a mostrarme menos productivo o menos creativo. Debo demostrar a la Dirección que puedo hacer lo que se me asigna y ademas que lo hago de manera innovadora.
Llego a las puertas de la fábrica. El tiempo es más que suficiente. Miro el reloj, 5:45. Es casi la hora. Camino de un lado al otro en la zona del ingreso.
Dos minutos mas tarde veo el colectivo del personal. Llegó la hora de iniciar mi carrera en las grandes ligas. Ya lleva las luces del interior encendidas. Estaciona a mi lado y alcanzo a ver algunos empleados que me me miran con el ceño fruncido. Subo antes que alguien pueda bajar y les pido por favor que se sienten un minuto. Tomo aire con el corazón palpitando como los cilindros de un viejo motor diesel. “Cataño, Fernandez, Gomez… Alberto, Juarez, Martínez, Torres y Villegas. No se molesten en bajar. Todos están despedidos.”
Giro Creativo
jueves, 7 de septiembre de 2023
CTO
Pocos días después de asumir en mi nuevo puesto como Gerente de Recursos Humanos, me tocó viajar a nuestra oficina comercial en Ciudad de Buenos Aires. Nueva empresa, nuevas oficinas, nuevos compañeros de trabajo.
El vuelo fue tranquilo de principio a fin. Casi diría que más corto de lo esperado aunque tal vez fuera por los documentos que debía leer. Avances del proyecto, estado actual de las pruebas de los principales módulos. Principales “key users” globales y contactos locales. Si bien no era mi área ni mi responsabilidad la implementación, no podía quedar como idiota.
El viaje en taxi desde el aeropuerto fue la peor parte del viaje. Eterno y desgastante. Mas largo que el vuelo y plagado de saltos, maniobras terroríficas y música de lo más desconcertante.
Es paraba una entrada tranquila y de perfil bajo, pero el destino quiso que nos encontráramos en el hall de ingreso con el CTO. Un alemán de rostro serio y ceremonial. Adiós a cualquier idea de arrancar tranquilo.
Subimos al décimo quinto piso en medio de una charla casual. Clima, tiempos de vuelo y números de visitas a Buenos Aires fueron mas que suficientes para llegar hasta el piso de la oficina. Nos recibió el Director Comercial. Joven, preparado y carismático, nos invitó a su oficina. Un espacio enorme, con una vista privilegiada al Rio de la Plata. Comenzamos con el café de rigor y la charla superficial como auténticos expertos en el terreno de la diplomacia.
Un instante antes del cambiar de tema, para pasar al verdadero y único interés del invitado internacional, irrumpió en la oficina el Gerente Regional de Ventas, visiblemente agitado, contrariado y sumido en sus propias preocupaciones.
Entró en la oficina como si fuera la propia y nada interrumpiera. Encaró al CTO con decisión y lo saludó con apuro. “¿Vos sos el de IT?” Le preguntó con descaro y en un inglés improvisado. “Si”, tartamudeó el Ejecutivo. “Entonces… ¿Me podes ver la Notebook? ¡Hace unos días que anda lento y se me cuelga el Windows a cada rato!”
jueves, 30 de marzo de 2023
Sellos
Entré a su casa con el nerviosismo propio de un adolescente que acompaña a su novia por primera vez, transpirando frío y tragando saliva como quien se enfrenta al jurado del fin de los tiempos. El hombretón me miró con la misma curiosidad con la que se mira a una comadreja acorralada en el rincón del patio; con una mezcla de curiosidad y preocupación. Extendió un apretón de mano que casi me deja sin brazo y al mismo tiempo me palmeó la espalda en toda su extensión con su otra mano en un saludo amistoso. Me ofreció una copa de jugo y desapareció con una sonrisa torcida dejándome a solas con ella. Sentados frente a un estúpido programa de entretenimientos, tomé su mano, con la inocente seguridad de quien sabe será para siempre e intenté mantener viva la conversación tanto como pude. Fallé miserablemente y en pocos minutos el silencio se apoderó de la sala. Sus enormes ojos verdes me cuestionaron en silencio. Mis ojos la esquivaban, tan cobardes como el que más. Noté el pasaporte sobre la mesita y en un manotazo nervioso, lo tomé. Sellos. Infinitos sellos que llenaban las hojas hasta el último milímetro. Todos los colores y cada idioma que logré identificar. También algunos imposibles de descifrar. No quedaba espacio en blanco y eso solo significaba una cosa: Ese hombre bonachón que me recibía en su casa había viajado más de los que cada libro leído me permitía imaginar. Un cortocircuito instantáneo puso en marcha una pulsión hasta allí desconocida. La necesidad de viajar. Esta mente hasta ahora dormida, se ponía en movimiento. Hoy los viajes se han detenido, pero los sellos nos dejaron la infinita enseñanza de cuánto se puede conseguir con humanidad y la voluntad de emprender.
sábado, 29 de enero de 2022
AM980
La fila interminable de autos se mueve a paso lento. Cincuenta o sesenta metros mas adelante, una patrulla se erige como la responsable de tal embrollo. Miro por el espejo y no llego a ver el último auto.
Fijo la mirada en el auto que está adelante. Un Fiat blanco, como miles. De puro aburrimiento miro la patente. AM980PP. Sin dudas el código alfanumérico capta mi atención. Detenido en medio de la ruta y sin muchas opciones me pongo a jugar con el selector de la radio. Primero voy por la AM. De inmediato busco el 980. No recuerdo que exista alguna estación en esa frecuencia.
Un ligero temblor me recorre el brazo cuando escucho música al llegar al número buscado. Hip Hop de los años noventa. Extraño. Frunciendo la ceja vuelvo la vista al auto frente a mi. Fijo la mirada en lo que parece ser una antena de grueso calibre que asoma del baúl. Me pregunto si podrá cargar con una emisora portátil de AM ahí.
Una voz se mezcla con la música, descargando duras críticas al Gobierno. Apenas llego a expulsar algo de aire por la nariz. No me sorprende que los críticos se escondan. Parece una grabación. No creo que sea en vivo. Las criticas se concentran en la imposibilidad de conseguir pasaportes. Los próximos turnos se están dando a dos años. De pronto, no es posible conseguir los insumos necesarios. Entregan solo unos pocos por mes y misteriosamente, nadie conoce los afortunados. La voz tiene su propia teoría poco sorprendente. Solo los amigos del poder los consiguen. De inmediato, la revelación más importante de la transmisión. De manera temeraria, ofrecen pasaportes para quienes quieran salir del país. Originales, no copias. Capta mi atención de inmediato. Para obtenerlos solo debe seguir al auto. El precio anunciado parece más que razonable.
Ansioso, espero pasar rápido el control policial. Mantengo sintonizada la misma emisora pero nada nuevo se escucha. Música. Críticas y la oferta de pasaportes. Fiel a mi espíritu desconfiado observo todo los detalle posibles del auto y su conductor. Un auto de media gama, de color común totalmente indistinguible entre miles. Ninguna calcomanía, ningún detalle. Sólo la apenas visible antena del baúl. Del conductor solo se ve parte de la cabellera y por momentos llego a ver algo del perfil. Se ve joven. Al menos, más joven que yo.
Pasamos el control sin inconvenientes. Los policías se ven entumecidos. Me mantengo atrás a una distancia prudente. Unos kilómetros más adelante le hago señas de luces y pongo la luz de giro como para avisar que voy hacia la banquina. De inmediato el Fiat copia la maniobra y comienza a frenar hacia la derecha. Un cosquilleo en el bajo vientre me alerta que ya no hay vuelta atrás.
Bajo del auto con movimientos que intentan demostrar una seguridad que no siento. Me acerco al auto blanco esperando alguna señal. La ventanilla bajó en su totalidad y un muchachito de anteojos me mira con una sonrisa cómplice. Me pregunta por el dinero. Si estoy de acuerdo. Me pide mi documento y se lo entrego mientras miro pasar los autos por la autopista. El muchacho lo pasa por un lector que tiene integrado en el tablero del auto. Me pide un minuto de paciencia mientras lo miro sorprendido por la naturalidad con la que se maneja. Estira la mano al asiento trasero y saca lo que parece ser un pasaporte en blanco. Lo mira un instante y lo coloca abierto una caja negra que lleva a los pies del asiento del acompañante. Dos silbidos y un crujido después, tres “bips” indican que el proceso ha terminado. Vuelve a controlarlo; me lo muestra a cierta distancia y me indica gentilmente que el momento de pagar ha llegado. Muestra su teléfono con un código estilo nube y espera mi parte.
Asombrado por el profesionalismo y la velocidad del proceso, tardo unos segundos en reaccionar. Saco mi teléfono y con un simple enfoque mas una confirmación, el proceso está cerrado. Un par de segundos después, un mensaje le confirma el pago al muchacho. Me entrega el pasaporte y casi el mismo tiempo arranca el auto lentamente y se pierde en la autopista.
Vuelvo al auto y pongo el motor en marcha pero sin moverme. Necesito revisar lo que compré. Una idea me asalta y debo dominar mi nervios para no ponerme a temblar. El pasaporte se ve perfecto. Demasiado nuevo tal vez, pero perfecto. Reviso el teléfono persiguiendo una estúpida idea. Descubro que un vuelo internacional está a poco rato de partir. Estoy a tiempo, calculo. El aeropuerto está cerca.
El lugar se me hace deslucido. Veo poca gente en el hall principal. Voy directo a la oficina de ventas de la aerolínea jadeando por la corrida. Unas pocas sonrisas, una buena explicación para el apuro y otra transacción exitosa me hacen acreedor de un pasaje internacional.
Es hora de la prueba de fuego. Migraciones. Siento la transpiración correrme por la espalda. Casi no queda nadie en la fila. Soy el próximo. Respiro hondo y recorro los cinco pasos que me separan del mostrador. Imágenes mentales de la Policía Federal arrastrándome por los pasillos me asaltan. El funcionario abre el pasaporte y me mira. Teclea en la computadora y escanea el documento. Vuelve a mirarme y frunce el entrecejo. Mueve la mano hacia el teléfono y se detiene. Me mira nuevamente y sacude a cabeza. Finalmente estampa el sello al tiempo que me explica. Un homónimo tiene pedido de captura, pero es más veterano y tiene otro número de documento. Llama al que sigue y me deja el la zona gris de la aviación. Ya dejé mi país pero no estoy en ningún lado. Camino nervioso por entre las puertas de embarque. Antes de siquiera pensar en la hora, comienza el embarque. Estoy más tranquilo. Me llaman entre los primeros. Mi asiento está en la última fila del avión. Recorro la manga y el pasillo completo de la aeronave. Ventanilla. Me siento con los ojos cerrados, calculando la cantidad de leyes que estoy violando y las sanciones aplicables. Las opciones pasan a la velocidad de la luz.
Siento una breve sacudida y un vacío en el estómago. Estamos en el aire. Reflexiono. Para cuando desembarque, otro país me espera. Reordeno mis pensamientos. Encuentro algunos interrogantes más urgentes, como que pensará mi esposa cuando no llegue a cenar.
jueves, 6 de enero de 2022
Huida
Miro la hora y calculo mis opciones. No son alentadoras. Acelero el auto con cuidado, asegurándome de respetar cada regla de tránsito. Busco un lugar donde estacionar y ordenar las ideas. Salgo de la avenida iluminada para resguardarme en los callejones mas oscuros.
Apoyo las palmas de las manos y la frente sobre el volante. Respiro hondo. Imágenes e ideas se amontonan en mi mente. Sólo imagino una opción.
Vuelvo a rodar. Evito las avenidas y avanzo. Encuentro un lugar remoto para dejar el auto y camino con cuidado evitando las luminarias. Llego al edificio de memoria y sin demora presiono en el teclado el departamento de mi amigo. Es tarde. Estoy seguro de haberlo despertado.
Subo sin cruzarme con nadie. Los nueve pisos parecen nueve mil. Dejo el ascensor y avanzo por el pasillo. La puerta del fondo se abre y su sombra se recorta en el brillo del interior. Solo me mira. De arriba hacia abajo en un movimiento lento. No hace ningún gesto. Solo que pase. Intento tomar aire para dar una explicación pero me interrumpe con un gesto serio.
Se aleja y desaparece un minuto en el dormitorio del pequeño departamento. En instantes, vuelve con algo de ropa limpia y una toalla. Me indica el baño y me dice: “Acá te espero”. Mis ojos se empañan por su noble actitud. Solo espero que pueda comprenderme.
sábado, 25 de septiembre de 2021
Juego
domingo, 5 de septiembre de 2021
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