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domingo, 10 de marzo de 2024

Retorno

Cruzo la puerta de la oficina con un optimismo tal vez exagerado. Otro día y otra oportunidad por hacer las cosas un poco mejor. Aunque la mañana arrancó caótica por los habituales mails y mensajes interminables, nos concentramos en lo importante, en lo que trabajamos por largo tiempo. 

En pocos pasos, alcanzo la nueva oficina en la planta baja de nuestro edificio corporativo. Un gran trabajo en equipo. Junto a varios colegas montamos la oficina para crear un espacio temporal para uno de nuestros Jefes de Proyecto, que en un desafortunado accidente luego de una fiesta, había sido atropellado por un auto. La historia es corta, pero la recuperación fue larga. 

Hoy, finalmente, podemos tenerlo de regreso. Desde el puesto de guardia me avisa de su llegada. Aviso al Gerente de su área para que lo reciba personalmente. En pocos segundos, otros compañeros se reúnen en el hall principal para saludar. 

 La silla de ruedas atraviesa las puertas de vidrio con lentitud, empujada por uno de los guardias. Varias personas se agolpan a saludar, con los mejores deseos de pronta recuperación y palabras de aliento. Veo el Director General acercarse sonriendo y me sorprende gratamente el gesto. Lo dejan pasar y acercarse hasta borde de la silla. Le extiende la mano y medio de un inoportuno silencio le dice al herido: “¿Después nos tomamos un whiskysito, Mateo?”

sábado, 13 de enero de 2024

Delivery

Tercera noche consecutiva de trabajo. Al parecer las jornadas de diez horas quedaron en el pasado y la nueva crisis de la industria nos obliga a encontrar soluciones y opciones para sobrevivir, aumentando al menos tres o cuatro horas más cada jornada. Caminar la planta ya no ofrece una cacofonía alocada de chirridos metálicos, golpes y gritos sino una triste siseo de una lejana fuga de aire. 
La falta de trabajo ya nos forzó a reducir la plantilla hasta límites preocupantes. Mientras reviso la nómina por área una y otra vez, me pregunto cómo seguirá esta historia. “Si bajamos cuatro o cinco más, ya no tiene sentido que la planta esté abierta. Nos van a cerrar a la mierda”. Le digo al Director General con angustia. 
El corpulento hombre de camisa arremangada respira profundo y mantiene los los codos apoyados en el escritorio con los nudillos sosteniendo el mentón. Me da la razón con evidente frustración y conocimiento del futuro. Analiza maneras de aumentar la actividad, aún a costa de quitar trabajo a nuestros proveedores. Ahogar a otros para salvar a los nuestros. La tensión se marca en nuestros rostros y los segundos se acumulan con el peso de camiones sobre la espalda. Suena el teléfono de la oficina. Nos miramos y casi al mismo tiempo miramos el reloj. Imposible que alguien llame a esta hora. Atiende en tono seco. “Si… si… si… ¿La dirección? Ok, en 25 Minutos.” Lo miro con los ojos abiertos en una plegaria para saber qué es lo que pasa. “Un tipo llamó y me pidió una pizza” Me responde sonriendo con humor perverso.

domingo, 7 de enero de 2024

Solución



Crucé los límites del cubo de vidrio con la preocupación de quien tiene que darle una mala noticia a un monstruo intolerante. El monstruo hablaba por teléfono. Con un gesto seco me indicó que me siente y espere. Cortó la comunicación con palabras agrias y agregó algunos calificativos posteriores para quien había estado del otro lado de la línea. Me miró con impaciencia y me pidió agriamente que hable.

Tomando aire, le expliqué que uno de nuestros ingenieros más experimentados del área de Desarrollo había comunicado su renuncia. Que si bien era una persona difícil en el trato diario, sus largos años de trabajo en diseño lo hacían un integrante clave del equipo. 

Permaneció un minuto en silencio y me preguntó si se trataba del “petizo y peladito” que lo había interrumpido en la última reunión de actualización para reclamarle recursos adicionales dedicados al proyecto X99. 

Le confirmé que sí, que se trataba de la misma persona y tomó aire.

Juraría que un brillo particular se adueñó de sus ojos por un instante y me contestó: “No te preocupes, Flaco, que estamos ante el maravilloso caso de los problemas que se resuelven solos”.


miércoles, 29 de noviembre de 2023

Productividad


La alarma suena y tardo menos de un instante en apagarla. Aún perdura el eco pero ya estoy alerta y despierto. Afuera está oscuro y silencioso. Miro el reloj, 4:30 de la madrugada. Cierro los ojos para revisar paso a paso lo que tengo que hacer.
Una rápida visita al baño y estoy listo para vestirme. La ropa, separada la noche anterior me espera en una silla. Vuelvo a controlar el tiempo. Perfecto. Me visto en la cocina mientras preparo café. No puedo comer. Tengo el estómago hecho un nudo. Por ahora será solo café.
Subo al auto, mientras repaso los detalles mentalmente. En la primer asignación desde mi promoción y nombramiento como Gerente de Recursos Humanos. No es la mejor de las asignaciones; o tal vez la peor, pero no por eso voy a mostrarme menos productivo o menos creativo. Debo demostrar a la Dirección que puedo hacer lo que se me asigna y ademas que lo hago de manera innovadora.
Llego a las puertas de la fábrica. El tiempo es más que suficiente. Miro el reloj, 5:45. Es casi la hora. Camino de un lado al otro en la zona del ingreso.
Dos minutos mas tarde veo el colectivo del personal. Llegó la hora de iniciar mi carrera en las grandes ligas. Ya lleva las luces del interior encendidas. Estaciona a mi lado y alcanzo a ver algunos empleados que me me miran con el ceño fruncido. Subo antes que alguien pueda bajar y les pido por favor que se sienten un minuto. Tomo aire con el corazón palpitando como los cilindros de un viejo motor diesel. “Cataño, Fernandez, Gomez… Alberto, Juarez, Martínez, Torres y Villegas. No se molesten en bajar. Todos están despedidos.”

jueves, 7 de septiembre de 2023

CTO


Pocos días después de asumir en mi nuevo puesto como Gerente de Recursos Humanos, me tocó viajar a nuestra oficina comercial en Ciudad de Buenos Aires. Nueva empresa, nuevas oficinas, nuevos compañeros de trabajo. 
Más allá de la experiencia acumulada, todo nuevo ambiente genera expectativas y cierto nerviosismo. Para agregarle un extra de sabor, el Veterano CTO de la compañía visitaba las oficinas ese mismo día, por lo que también debía ponerme al tanto del Proyecto de Implementación de SAP mundial y sus ramificaciones locales en el poco tiempo de vuelo que tenía por delante. El máximo jefe de Tecnología del Grupo en medio de su recorrida por ciento treinta filiales en veintiséis países y justo le tocaba uno de los más pequeños y remotos sitios del mundo. Ahora a mi me tocaba participar de esa actividad en mi primer viaje a la oficina. Excelente puntería.
El vuelo fue tranquilo de principio a fin. Casi diría que más corto de lo esperado aunque tal vez fuera por los documentos que debía leer. Avances del proyecto, estado actual de las pruebas de los principales módulos. Principales “key users” globales y contactos locales. Si bien no era mi área ni mi responsabilidad la implementación, no podía quedar como idiota.
El viaje en taxi desde el aeropuerto fue la peor parte del viaje. Eterno y desgastante. Mas largo que el vuelo y plagado de saltos, maniobras terroríficas y música de lo más desconcertante.
Es paraba una entrada tranquila y de perfil bajo, pero el destino quiso que nos encontráramos en el hall de ingreso con el CTO. Un alemán de rostro serio y ceremonial. Adiós a cualquier idea de arrancar tranquilo.
Subimos al décimo quinto piso en medio de una charla casual. Clima, tiempos de vuelo y números de visitas a Buenos Aires fueron mas que suficientes para llegar hasta el piso de la oficina. Nos recibió el Director Comercial. Joven, preparado y carismático, nos invitó a su oficina. Un espacio enorme, con una vista privilegiada al Rio de la Plata. Comenzamos con el café de rigor y la charla superficial como auténticos expertos en el terreno de la diplomacia.
Un instante antes del cambiar de tema, para pasar al verdadero y único interés del invitado internacional, irrumpió en la oficina el Gerente Regional de Ventas, visiblemente agitado, contrariado y sumido en sus propias preocupaciones.
Entró en la oficina como si fuera la propia y nada interrumpiera. Encaró al CTO con decisión y lo saludó con apuro. “¿Vos sos el de IT?” Le preguntó con descaro y en un inglés improvisado. “Si”, tartamudeó el Ejecutivo. “Entonces… ¿Me podes ver la Notebook? ¡Hace unos días que anda lento y se me cuelga el Windows a cada rato!”

jueves, 30 de marzo de 2023

Sellos

Patrón transparente de vector con sellos de visa de pasaporte | Vector  Premium

Entré a su casa con el nerviosismo propio de un adolescente que acompaña a su novia por primera vez, transpirando frío y tragando saliva como quien se enfrenta al jurado del fin de los tiempos. El hombretón me miró con la misma curiosidad con la que se mira a una comadreja acorralada en el rincón del patio; con una mezcla de curiosidad y preocupación. Extendió un apretón de mano que casi me deja sin brazo y al mismo tiempo me palmeó la espalda en toda su extensión con su otra mano en un saludo amistoso. Me ofreció una copa de jugo y desapareció con una sonrisa torcida dejándome a solas con ella. Sentados frente a un estúpido programa de entretenimientos, tomé su mano, con la inocente seguridad de quien sabe será para siempre e intenté mantener viva la conversación tanto como pude. Fallé miserablemente y en pocos minutos el silencio se apoderó de la sala. Sus enormes ojos verdes me cuestionaron en silencio. Mis ojos la esquivaban, tan cobardes como el que más. Noté el pasaporte sobre la mesita y en un manotazo nervioso, lo tomé. Sellos. Infinitos sellos que llenaban las hojas hasta el último milímetro. Todos los colores y cada idioma que logré identificar. También algunos imposibles de descifrar. No quedaba espacio en blanco y eso solo significaba una cosa: Ese hombre bonachón que me recibía en su casa había viajado más de los que cada libro leído me permitía imaginar. Un cortocircuito instantáneo puso en marcha una pulsión hasta allí desconocida. La necesidad de viajar. Esta mente hasta ahora dormida, se ponía en movimiento. Hoy los viajes se han detenido, pero los sellos nos dejaron la infinita enseñanza de cuánto se puede conseguir con humanidad y la voluntad de emprender.

sábado, 29 de enero de 2022

AM980



La fila interminable de autos se mueve a paso lento. Cincuenta o sesenta metros mas adelante, una patrulla se erige como la responsable de tal embrollo. Miro por el espejo y no llego a ver el último auto.
Fijo la mirada en el auto que está adelante. Un Fiat blanco, como miles. De puro aburrimiento miro la patente. AM980PP. Sin dudas el código alfanumérico capta mi atención. Detenido en medio de la ruta y sin muchas opciones me pongo a jugar con el selector de la radio. Primero voy por la AM. De inmediato busco el 980. No recuerdo que exista alguna estación en esa frecuencia.
Un ligero temblor me recorre el brazo cuando escucho música al llegar al número buscado. Hip Hop de los años noventa. Extraño. Frunciendo la ceja vuelvo la vista al auto frente a mi. Fijo la mirada en lo que parece ser una antena de grueso calibre que asoma del baúl. Me pregunto si podrá cargar con una emisora portátil de AM ahí.
Una voz se mezcla con la música, descargando duras críticas al Gobierno. Apenas llego a expulsar algo de aire por la nariz. No me sorprende que los críticos se escondan. Parece una grabación. No creo que sea en vivo. Las criticas se concentran en la imposibilidad de conseguir pasaportes. Los próximos turnos se están dando a dos años. De pronto, no es posible conseguir los insumos necesarios. Entregan solo unos pocos por mes y misteriosamente, nadie conoce los afortunados. La voz tiene su propia teoría poco sorprendente. Solo los amigos del poder los consiguen. De inmediato, la revelación más importante de la transmisión. De manera temeraria, ofrecen pasaportes para quienes quieran salir del país. Originales, no copias. Capta mi atención de inmediato. Para obtenerlos solo debe seguir al auto. El precio anunciado parece más que razonable.
Ansioso, espero pasar rápido el control policial. Mantengo sintonizada la misma emisora pero nada nuevo se escucha. Música. Críticas y la oferta de pasaportes. Fiel a mi espíritu desconfiado observo todo los detalle posibles del auto y su conductor. Un auto de media gama, de color común totalmente indistinguible entre miles. Ninguna calcomanía, ningún detalle. Sólo la apenas visible antena del baúl. Del conductor solo se ve parte de la cabellera y por momentos llego a ver algo del perfil. Se ve joven. Al menos, más joven que yo.
Pasamos el control sin inconvenientes. Los policías se ven entumecidos. Me mantengo atrás a una distancia prudente. Unos kilómetros más adelante le hago señas de luces y pongo la luz de giro como para avisar que voy hacia la banquina. De inmediato el Fiat copia la maniobra y comienza a frenar hacia la derecha. Un cosquilleo en el bajo vientre me alerta que ya no hay vuelta atrás.
Bajo del auto con movimientos que intentan demostrar una seguridad que no siento. Me acerco al auto blanco esperando alguna señal. La ventanilla bajó en su totalidad y un muchachito de anteojos me mira con una sonrisa cómplice. Me pregunta por el dinero. Si estoy de acuerdo. Me pide mi documento y se lo entrego mientras miro pasar los autos por la autopista. El muchacho lo pasa por un lector que tiene integrado en el tablero del auto. Me pide un minuto de paciencia mientras lo miro sorprendido por la naturalidad con la que se maneja. Estira la mano al asiento trasero y saca lo que parece ser un pasaporte en blanco. Lo mira un instante y lo coloca abierto una caja negra que lleva a los pies del asiento del acompañante. Dos silbidos y un crujido después, tres “bips” indican que el proceso ha terminado. Vuelve a controlarlo; me lo muestra a cierta distancia y me indica gentilmente que el momento de pagar ha llegado. Muestra su teléfono con un código estilo nube y espera mi parte.
Asombrado por el profesionalismo y la velocidad del proceso, tardo unos segundos en reaccionar. Saco mi teléfono y con un simple enfoque mas una confirmación, el proceso está cerrado. Un par de segundos después, un mensaje le confirma el pago al muchacho. Me entrega el pasaporte y casi el mismo tiempo arranca el auto lentamente y se pierde en la autopista.
Vuelvo al auto y pongo el motor en marcha pero sin moverme. Necesito revisar lo que compré. Una idea me asalta y debo dominar mi nervios para no ponerme a temblar. El pasaporte se ve perfecto. Demasiado nuevo tal vez, pero perfecto. Reviso el teléfono persiguiendo una estúpida idea. Descubro que un vuelo internacional está a poco rato de partir. Estoy a tiempo, calculo. El aeropuerto está cerca.
El lugar se me hace deslucido. Veo poca gente en el hall principal. Voy directo a la oficina de ventas de la aerolínea jadeando por la corrida. Unas pocas sonrisas, una buena explicación para el apuro y otra transacción exitosa me hacen acreedor de un pasaje internacional.
Es hora de la prueba de fuego. Migraciones. Siento la transpiración correrme por la espalda. Casi no queda nadie en la fila. Soy el próximo. Respiro hondo y recorro los cinco pasos que me separan del mostrador. Imágenes mentales de la Policía Federal arrastrándome por los pasillos me asaltan. El funcionario abre el pasaporte y me mira. Teclea en la computadora y escanea el documento. Vuelve a mirarme y frunce el entrecejo. Mueve la mano hacia el teléfono y se detiene. Me mira nuevamente y sacude a cabeza. Finalmente estampa el sello al tiempo que me explica. Un homónimo tiene pedido de captura, pero es más veterano y tiene otro número de documento. Llama al que sigue y me deja el la zona gris de la aviación. Ya dejé mi país pero no estoy en ningún lado. Camino nervioso por entre las puertas de embarque. Antes de siquiera pensar en la hora, comienza el embarque. Estoy más tranquilo. Me llaman entre los primeros. Mi asiento está en la última fila del avión. Recorro la manga y el pasillo completo de la aeronave. Ventanilla. Me siento con los ojos cerrados, calculando la cantidad de leyes que estoy violando y las sanciones aplicables. Las opciones pasan a la velocidad de la luz.
Siento una breve sacudida y un vacío en el estómago. Estamos en el aire. Reflexiono. Para cuando desembarque, otro país me espera. Reordeno mis pensamientos. Encuentro algunos interrogantes más urgentes, como que pensará mi esposa cuando no llegue a cenar.

jueves, 6 de enero de 2022

Huida

 


Miro la hora y calculo mis opciones. No son alentadoras. Acelero el auto con cuidado, asegurándome de respetar cada regla de tránsito. Busco un lugar donde estacionar y ordenar las ideas. Salgo de la avenida iluminada para resguardarme en los callejones mas oscuros.
Apoyo las palmas de las manos y la frente sobre el volante. Respiro hondo. Imágenes e ideas se amontonan en mi mente. Sólo imagino una opción.
Vuelvo a rodar. Evito las avenidas y avanzo. Encuentro un lugar remoto para dejar el auto y camino con cuidado evitando las luminarias. Llego al edificio de memoria y sin demora presiono en el teclado el departamento de mi amigo. Es tarde. Estoy seguro de haberlo despertado.
Subo sin cruzarme con nadie. Los nueve pisos parecen nueve mil. Dejo el ascensor y avanzo por el pasillo. La puerta del fondo se abre y su sombra se recorta en el brillo del interior. Solo me mira. De arriba hacia abajo en un movimiento lento. No hace ningún gesto. Solo que pase. Intento tomar aire para dar una explicación pero me interrumpe con un gesto serio.
Se aleja y desaparece un minuto en el dormitorio del pequeño departamento. En instantes, vuelve con algo de ropa limpia y una toalla. Me indica el baño y me dice: “Acá te espero”. Mis ojos se empañan por su noble actitud. Solo espero que pueda comprenderme.

sábado, 25 de septiembre de 2021

Juego



Apoyo las manos sudorosas sobre el paño verde. Siento la electricidad del ambiente a través de las fibras desgastadas. El humo de decenas de cigarrillos mezclados con desesperación me envuelven. Estiro la mano hasta el vaso de vodka en un movimiento reflejo.
Tres jugadores ya han sido desplumados y también sacudidos por los matones de nuestro anfitrión. Con seguridad será la última ronda. Mano a mano con quien oficia de banca. Un riesgo necesario si pretendo alzarme con las de fichas que se amontonan irregularmente sobre la mesa.
No me animo a mirar las cartas. Prefiero mirar a mi rival para detectar alguna señal. Nada. Vuelvo a mis dos cartas. Apenas las deslizo entre los dedos para elevar las puntas. Un par de dieces en mano. Es una partida que viene de pares miserables. El corazón patea como desbocado. Elevo los ojos a mi oponente. Juraría que una mínima sonrisa se asoma en su abundante rostro.
Voy por todo. Las fichas comienzan a acumularse. En pocos segundos, entre la adrenalina y el vodka me dejo empujar “All in”. Las fichas se acaban. Espero las ver el resto de las cartas. En lugar de eso, el dealer-anfitrión-contrincante, gira dos cartas. Un rey y un As. “BlackJack” me dice con una voz que retumba. En medio del vacío interminable que se forma en mi estómago, recuerdo lo difícil que se hace ganar cuando no sos el dueño de la baraja.

domingo, 5 de septiembre de 2021

Búsqueda



El joven avanza a los empujones tropezando con los visitantes del mercado. La vista nublada por la furia y el incesante bombeo en las sienes lo torturan. Pestañea con fuerza tratando de enfocar la vista. El peso del Magnum en el cinto lo reconecta con la realidad. Ha llegado el momento. Cinco interminables semanas de búsqueda. A pocos metros ve a la chica. La cacería casi termina. La joven de cabellera dorada se detiene frente a un puesto de artesanos, ajena por completo al ciclón que se acercaba. Ella se inclina sobre la mesa girando el cuerpo ligeramente hacia él. Apenas visible contra su pecho se asoman los rasgos de un bebé. Su bebé. Su bebé está en los brazos de otra mujer. La respiración se interrumpe por largos segundos, el corazón se le acelera hasta el límite y los nudillos se le ponen blancos por presionar la empuñadura del revolver. Avanza hacia la mujer. Veinte metros. La bebé llora y la mujer centra toda su atención en su llanto. Diez Metros. Un hombre aparece en su línea de visión y también se ocupa de la bebé. 5 Metros. Con una mano acaricia el pelo de la niña al tiempo que besa la frente de la mujer. Un rayo de culpa atraviesa su mente. Duda. Su hija está en manos de extraños. Casi puede tocarlos. Sus rostros demuestran un amor incondicional y eterno. Intenta imaginar la vida que él mismo podría darle a la niña. Lo ve con claridad. Respira hondo y acelera el paso. Se desliza a centímetros de la pareja dándole una última mirada a la bebé con un nudo en la garganta y los ojos enrojecidos.



Inspirado por SAMCRO

domingo, 29 de agosto de 2021

La Mula

Aquel fue un final de semana inusual. En general, uno no espera que que le regalen una mula pero allí estaba. Una figura conocida e intimidante a la vez. Durante esos primeros días, se mostró bastante molesta y demandante, como si de alguna manera no se acostumbrara o no quisiera estar allí. 
Para el cuarto día, parecía haberse adaptado sin inconvenientes, dejándome avanzar con cierta normalidad en las actividades cotidianas. Todo parecía bajo control, aunque las ilusiones de calma y tranquilidad suelen esconder algunas tormentas bajo la superficie. La tormenta se gestaba. 
Para el séptimo día, la Mula se tornó de repente más agresiva y hostil, buscando una y otra vez la incómoda refriega. Comencé a probar diferentes acciones de contención. Debía calmarla. Lo intenté con amabilidad y buenas maneras. No funcionó. Luego pasé a los químicos como última opción y para cuando transitaba la mitad del noveno día el animal comenzó a dar señales de iniciar un proceso de calma. 
Mis preocupaciones comenzaron a ceder a medida que los bríos se iban aquietando. Me acerqué con cuidado, con la idea de corroborar la situación y cometí uno de esos errores que cambian el curso de los acontecimientos. Le di la espalda. Una patata doble en medio de los pulmones fue lo que obtuve. Todo se oscureció y el aire se endureció como si de arena se tratara. El resto de las escenas fueron extrañas e impersonales, distantes. Nueve días de hospital, una colección de medicamentos y extraño recuerdo que espero pronto dejar atrás.

viernes, 16 de abril de 2021

Borceguíes

Freno a tomar una bocanada de aire después de más de 10 minutos de correr como loco. Las palpitaciones en la cabeza superan a las del pecho. Me asomo con cuidado, como para no exponerme demasiado. La carrera alocada me alejó del grupo y las señales indican que la precaución es lo preciso. Respiro hondo buscando acallar las palpitaciones. El vaho de eternas humedades se refuerza. Vuelvo a asomarme por el filo de la puerta. A más de 4 pisos de altura, el gran ventanal deja entrar las luces amarillentas del centro de la ciudad. Me alejo de luz para evitar ser blanco un fácil. Intento adivinar las posibles rutas de escape. Entiendo que son pocas. Avanzo con tres lentos pasos hacia el corazón del edificio en penumbras. Escucho el característico sonido de las ropas que rozan y pies que se arrastran apenas. Por puro instinto, vocifero una fuerte amenaza para quienes intuyo se esconden tras recoveco en la pared. La respuesta no tarda en llegar. 
La voz calma desde la oscuridad me sorprende y me tensa los nervios. Temo se hayan dado cuenta que nadie me acompaña. Acaricio el metal de la pistola como para asegurarme pero esperando no tener que usarla. Vuelvo a gritar tratando de convencerlos, rogando no se note en mi voz el peso de la soledad. Sin respuesta alguna, cae algo amorfo a mis pies con un sonido sordo y apagado. Las piernas no me responden para alejarme y la vista entrenada alcanza a identificar el objeto. Una mochila, abierta parcialmente por la fuerza del impacto. Fajos de billetes asoman.
Tras la sorpresa llega la respuesta verbal. Me ofrecen que me quede con el botín a cambio de alejarme en silencio. De inmediato, ráfagas de imágenes se entrecruzan en mi mente. Las penurias de mis padres; las penurias de mis hijos. Mis propios deseos y frustraciones. La imagen de mi padre. La imagen de mis hijos. Con los ladrones boca abajo, capturados y esposados, no me separo un instante del dinero hasta entregar hasta el último billete al fiscal. Firmo el acta y me alejo a paso lento notando la despareja pisada de mis viejos borceguíes.





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Tributo al Oficial Principal Marcos Arce.
Historia inspirada por su historia contada por Miguel Clariá.



martes, 30 de marzo de 2021

Ciento Sesenta


Los ojos se me nublan. Por momentos por la emoción, por momentos por la espesura de los años. El tiempo se agota. El laboratorio es caos absoluto, carpetas y documentos se entremezclan con computadoras y dispositivos de alta tecnología. Maldigo la suerte dudosa del descubrimiento tardío. Agradezco en silencio a esta última chance. Nada hubiese sido posible sin el Doctor Kawashima san, quien conjeturó que en el minuto exacto en que el cuerpo físico alcanza los 80 años, el ADN se reconfigura abriendo una ventana hasta ahora inexplorada. 
Mis cálculos son claros e inequívocos. Suministrado la información exacta mediante el vector adecuado, puedo optimizar esa reconfiguración y extender, según mi tesis, al doble de años la capacidad teórica de la fisiología humana.
El temblor de las manos es cada vez mas pronunciado. Las viejas mariposas que alguna vez habitaron mi interior parecen haber despertado del letargo. Controlo el reloj. Controlo el temporizador en el Purificador de ARN al tiempo que preparo el resto del equipamiento.
La secuencia de pitidos me indica que el dispositivo ha concluido. Un minuto para el momento definitivo. Casi sin respirar, tomo la minúscula probeta e incorporo a una jeringa el viscoso elixir. Treinta segundos. Afirmo la jeringa entre los dedos que parecen de gelatina. Alcanzo la vena. Cinco segundos. Respiro profundamente mientras espero el momento exacto. En el instante mismo en que suena la alarma, un pequeño detalle me alcanza. 1942. La hora oficial fue cambiada de GMT-4 a GMT-3.

domingo, 4 de octubre de 2020

Emergencia Familiar

Con solo cruzar las puertas de vidrio me envuelve el familiar ambiente del aeropuerto. El aroma a viajes esta vez no me emociona de la misma manera. Los pasillos se ven atestados de gente y el ambiente esta cargado de murmullos. Este es un viaje diferente. Todo ha cambiado.

Me acerco al mostrador con cierta intranquilidad. La chica me sonríe en automático. Le explico con cuidado que se trata de una emergencia familiar, de las que pocas veces ocurren. No tengo reserva y me enfrento a un viaje desde uno de los aeropuertos de mayor tráfico del país, queriendo llegar al otro lado del mundo. Fotografías de épocas felices se agolpan al entrecerrar los ojos durante la espera. Mi pecho se comprime en una mezcla de añoranza y tristeza. 

La emergencia sin detalle y la carencia de expresión me dan una oportunidad. La chica busca opciones. Descarta opciones. Unos minutos de teclear con furia y encuentra la ruta más conveniente. Un trayecto extremo, pero posible. Las manos me tiemblan un poco. Le entrego la tarjeta de crédito.

Atravieso los controles de seguridad sin contratiempos, casi como un fantasma. El avión está a embarcado. Camino por la manga con cientos de imágenes sobre saturadas que me persiguen. No me atrevo a mirar el teléfono. Prefiero enfrentar las novedades en persona. 

Localizo el asiento. Al fondo del avión y en medio otros dos pasajeros. Lo acepto, inexpresivo. Ya sentado, los flashes del pasado me asaltan sin piedad. Una línea de tiempo con emociones propias de una montaña rusa. Respiro hondo forzándome a descansar para acortar el peso del viaje. Contengo la respiración y como en un espasmo repentino, una sonrisa se me dibuja apenas en el rostro.

jueves, 3 de septiembre de 2020

Buen Samaritano

Camino con el cuello del saco levantado, recordándome cambiar mi estúpida costumbre de nunca llevar abrigo. Casi siento las gotas transparentes resbalando desde la nariz. El frío que viene del río atraviesa cada capa de ropa y de piel. Camino a paso acelerado, las piernas y los pensamientos corren casi a la misma velocidad. El frío comienza a disiparse. Tal vez es la velocidad, o tal vez es que tengo muchas cosas mas importantes de que preocuparme. Los conflictos que me atormentan crecen geométricamente. Alguien camina pocos pasos detrás de mí. Acelero. Intento atisbar algún indicio de quién me sigue, pero nadie me sigue. Quien sea se está quedando atrás. Otra vez mis fantasmas me persiguen y empañan la realidad.

El aire me falta, no puedo seguir el ritmo. Un conveniente acceso de tos me salva de la vergüenza de frenar solo por no poder seguir. Aprovecho para girar la cabeza un tanto hacia la izquierda. 

Es solo un tipo. Solo una segunda mirada es suficiente para saber que es un pobre tipo que vive en la calle. Capa sobre capa de ropa sin aparente orden ni lógica, zapatos envueltos en bolsas de nylon y un sombrero que parece salido de una vieja película rusa.

El hombre se me adelanta, por varios metros. No puedo evitar pensar en cómo es que cada uno de nosotros terminó en sus zapatos. Los míos con nombre propio, y los de él envueltos en bolsas de supermercado. Las culpas crecen en mi interior.

A pocos metros veo la lujosa entrada del hotel, junto a ella, el mismo pobre tipo que me había cruzado en el camino. Al llegar me pide ayuda. Lo que sea. No resisto la tentación y le pregunto qué lo llevó a esta situación. No me vende una historia. “Sólo malas decisiones”, me dice. Saco la billetera y separo un par de 100 y la tarjeta del hotel. Le entrego el dinero y la tarjeta. El hombre se queda mudo mirándome. Le explico que es un intercambio. Le pido su abrigo. Dos de ellos en realidad. Le recomiendo que se saque las bolsas de los pies y le indico el piso. Por las dudas le explico que todo está pago.

Me alejo con mis nuevos abrigos, a vagar por las calles de la ciudad de la furia. Por primera vez en años me siento libre. Camino hasta un bar de los mas tristes y oscuros de la ciudad. Me siento en un rincón a beber lo que el cantinero me quiere dar.

Aturdido, vuelvo a caminar sin rumbo. Una estación de subte se ve acogedora. Necesito algo dulce. Compro unos chocolates en el quiosco de la estación y me siento en uno del los incomodísimos asientos de plástico. Me duermo casi de inmediato. Unas horas más tarde, me despierto peor de lo que estaba. Vuelvo la mirada al quiosco y en el TV gigante que cuelga de un costado muestra las noticas urgentes: El ataque mafioso en un lujoso hotel horroriza a los trasnochados.

lunes, 31 de agosto de 2020

Expat

La noche me acompaña en esta travesía como si estuviera de mi lado, protegiéndome. Las estrellas me saludan con un guiño a la distancia, conscientes de las dificultades que propone el viaje.

La profundo del estómago se me comprime al revisar el plan una y otra vez. Respiro con profundidad, tratando de bajar el ritmo cardíaco, aunque sé que no hay manera de lograrlo. El aire puro y dejos de sal limpian hasta lo mas profundo, aunque sin lograr el efecto relajante que busco.

Los hilos de pensamientos se entrecruzan desenfrenados. Posibles consecuencias de actos presentes y pasados. Cada miserable definición en cada minuto de nuestras vidas nos ha traído hasta este momento. Cada decisión que tomemos en este momento definirá nuestra vida en los próximos minutos, días y hasta años. Definirá nuestra familia, nuestras relaciones, nuestros logros y nuestros fracasos. Los pensamientos se mueven lento entre la bruma.

Nos dicen que a las oportunidades hay que aprovecharlas. Siempre avanzar sin miedos ni dudas. Terminar con las eternas frustraciones fue mi objetivo. El medio, aceptar una oferta de trabajo internacional. Mas allá de las fronteras, donde todo es mas luminoso, donde los sueños se convierten en realidad. 

Las trabas aparecieron de inmediato y las decisiones comenzaron a sumarse. Cómo alcanzar el destino anhelado cuando no hay aviones, ni viajes internacionales? Como enfrentar una Pandemia que inmoviliza al planeta? Cientos de preguntas son las que intento responder, mientras el suave balanceo del barco pesquero me hipnotiza. 

domingo, 22 de marzo de 2020

Posibilidades

El fin del día promete una recompensa merecida. Relajarse tiene grandes beneficios. Posibilidades ilimitadas que se abren. El suave abrazo de la almohada amoldándose al contorno del rostro.
Después de un día interminable, la cama ofrece posibilidades sin fin. Estiro las manos. Las sábanas se deslizan hasta mitad de la espalda y me protegen de la fresca brisa de la noche de verano.
Cierro los ojos y dejo a la mente divagar. Casi puedo oír chirriar los engranajes de la maquinaria. La energía del día se concentra en una inercia espiritual. Las ideas suceden sin ataduras. Las soluciones a los problemas cotidianos se cristalizan con una simplicidad asombrosa. Aplicaciones creativas a cuestiones laborales que agobian. Frases agudas para torcer complejas situaciones personales. Una serie de planes para el día siguiente que combinan actividades con precisión suiza. Proyectos abandonados vuelven a ser alcanzables y prometen sustanciosas recompensas. Luego los viajes ganan el terreno y la atención. Destinos que se acercan en el tiempo.
La máquina se ralentiza.
Oscuridad.
La conciencia retorna en un corto espasmo.

La energía parece de alguna manera mermada. Me levanto. Ahora todo se reduce a una opción. Ya los planes no parecen tan verosímiles. Otro día comenzó.

martes, 5 de noviembre de 2019

Calor


Todo tiene un principio y el nuestro fue simple. Casual, pero a la vez relajado. Notorio, aunque a cada minuto, un paso más cerca del final. 
Cruzamos miradas en una de las tantas fiestas a las que fui obligado. La primera vez me dio vergüenza tan solo por mirarla. En otra cruzamos unas pocas palabras en la barra y ya en el tercer evento compartimos una extensa charla y algunos tragos. Podrían haber sido decenas de encuentros de no ser por su escasa paciencia con los tipos lentos como yo. Me desafió a besarla mientras compartíamos un Gin Tonic y lo hice.
Las fiestas continuaron, algunas con ella como protagonista. El estómago ardía, producto de algo que estoy seguro eran celos. Todos la admiraban, la deseaban y muchos lo intentaban, incluso frente a mí.
El calor aumentaba con cada salida. Me sentía culpable sólo por caminar a su lado. Imaginaba sus comentarios por lo bajo. Lo incompatible de nuestros estilos y las razones de tan improbable pareja.
Sabía que no iba a soportar mucho tiempo esa sensación y aunque lento, la solución fue simple. Reforzar el estómago y disfrutar del camino, que a finde cuentas es lo único que tenemos.

jueves, 13 de septiembre de 2018

Barba

Las luces del atardecer y la distancia restante, indican que el desvío no fue una gran idea. El estado de la ruta 24 es vergonzoso. Por suerte no falta mucho para el cruce con la Provincial N1. 
La vista se me nubla por momentos y la tensión en los brazos indica que llevo demasiado tiempo manejando. Abro la ventanilla. Intento que el aire del atardecer renueve algo de fuerzas. El aroma a tierra húmeda y alfalfa me ayuda. 
Contemplando la inmensidad me distraigo lo suficiente como para no ver el pozo más grande que una ruta puede contener. El sonido es metálico y plástico a la vez. Los dientes me duelen. No necesito ser ingeniero para saber que algo va mal. El volante se sacude con vida propia. Obligado, dejo al auto deslizarse hasta perder velocidad y me detengo al costado de la ruta. 
Ambas ruedas de la derecha están destrozadas. Cubierta y llanta. La señal de celular es inexistente. 
Ningún auto a la vista. Ninguna máquina agrícola a quien pedir ayuda. Anticipo una larga y solitaria noche. Los últimos rasguños anaranjados en el cielo se van extinguiendo. El silencio es total... con excepción de un ligero traqueteo. Espero. Un caballo se acerca al trote suave.
Detrás del caballo se desliza un carro de dos ruedas. Le hago señas y se detiene. Sombrero negro, barba tupida y blanca, camisa de blanco impecable acompañada de un pantalón negro. No llego a ver sus pies pero apuesto mi ropa a que serán unos clásicos zapatos negros.  No recuerdo el nombre de estos personajes, pero los he visto en televisión. Su educación es impecable. Me ofrece ayuda. Le pido si tiene un celular. No tiene. Le pregunto si sabe de teléfono cerca o si tiene en su casa. No sabe y no tiene. Me indica que hay en el pueblo a más de 80 kilómetros, pero a esta hora él solo va a su casa. Visiblemente preocupado, el buen samaritano me ofrece su casa para pasar la noche y al amanecer llevarme al pueblo. Su preocupación es tan genuina que acepto. 
Cierro el auto con llave y subo al carro. Un suave movimiento de las riendas junto al ligero chasquido es suficiente para reiniciar la marcha. A menos de quinientos metros de lenta marcha, giramos a la derecha y nos adentramos en el campo. El olor a alfalfa domina el espacio. La luz se ha retirado. El camino atraviesa una barrera de magníficos sauces. Tras ellos, un puñado de casas se distribuyen de manera uniforme. Casas y galpones de madera. La iluminación es débil. Parecen ser lámparas de Kerozene. En medio del espacio, una fogata se sacude en miles de chispas que se elevan. Algunas mujeres de parcos vestidos se mueven junto al fuego. 
Mi salvador tira de las riendas hasta detener el carruaje a pocos metros del fuego. Cuanto mucho ha dicho tres monosílabos durante el viaje y
 me invita a bajar en un discurso de tres palabras. Un grupo de hombres se acercan. Hablan ente ellos en un idioma que juraría era el mismo, pero no puedo comprender. Los integrantes del grupo me saludan con una inclinación de cabeza. Algunas oleadas de humo me hacen lagrimear. No logro contener el acceso de tos. Una de las mujeres disimula la risa al mirarme, luego vuelve el rostro, con un dejo de timidez.
El mismo hombre que me trajo, me invita a caminar hacia un galpón cerca del centro del pequeño poblado. Otros hombres nos siguen a pocos pasos. Aunque lo que me rodea no parece amenazante, siento un extraño vacío cerca de la ingle.
Camino, pero miro detenidamente el lugar en busca de algunas opciones de escape. Veo varias alternativas, aunque pocas chance tengo tan lejos de algún pueblo.
Más hombres barbudos me rodean. Los observo. Creo que el largo de la barba se relaciona con la edad, o lo que es más simple, jamás se afeitan.
Los barbudos se alborotan al tiempo que uno de ellos sube a un improvisado escenario. Le hace señas a otro barbudo, quién también sube y a su vez le hace señas a otro quien les pasa un par de gastadas guitarras acústicas. Cada vez entiendo menos.
Solo un par de acordes son necesarios para sacar a flote los recuerdos desde el fondo del barro. Blues & Hard Rock. Comienzan unas palabras, un balbuceo en inglés. Un nombre en Francés. Un científico. Joule... No! La Place... No! El tema avanza. La Grange! 
Solo tengo que unir un par de simples elementos. Uno de los Riff mas reconocibles de la historia, sumado a unas de las barbas más destacadas de la historia del Rock. El resultado: ZZTop en vivo, frente a mis ojos. Dusty Hill y Billy Gibbons,
No estoy seguro si tranquilizarme o preocuparme aún más. Imposible comprender que demonios están haciendo dos de los rockeros más duros de la la vieja escuela a medio mundo de distancia, a kilómetros de algo remotamente civilizado y en compañía de un grupo tan peculiar. 
Los barbudos se van juntando alrededor de las tablas. Las mujeres con largas polleras se acercan, pero no tanto.
Las bebidas comienzan a llegar, imagino que finalmente comenzaré a presenciar el costado oscuro de los habitantes del pueblo. Limonada. Apenas me remojo los labios por miedo a que me hayan deslizado algún químico, pero saboreo una deliciosa, fresca y simple limonada. Me quema la garganta, pero resisto la tentación.
El buen samaritano se acerca. Intenta explicarme algo por encima del murmullo y la música. Supongo que me invita a comer y beber. Hay mesas servidas con comida y más jarras de limonada.
La música se reinicia y camino por el lugar, atento a la oportunidad. Algunas personas me miran con curiosidad. El corazón me palpita desbocado. 
Me deslizo sin llamar la atención. La brisa nocturna me recibe. Escucho las palmas acompañar el ritmo cada vez más intenso. Nadie a la vista. Busco la entrada del pueblo y aprieto el paso. Camino a buena velocidad, pero sin correr. La música se va perdiendo mientras me envuelve la oscuridad. 

miércoles, 21 de marzo de 2018

Filosofar


La noche se estira como si de varias se tratara. Extrañas escenas entremezcladas en flashes interminables. Un film antiguo, desenfocado y con extraños empalmes sin sentido. De alguna manera logro llegar a casa. Avanzo por los pasillos oscuros, descalzo y a tientas. El hambre aún no aparece, pero la sed parece propia de un viejo hipopótamo herido. Revuelvo la heladera y solo encuentro un trago de lo que parece ser agua. Cierro la heladera y otra vez en la penumbra. Camino. Avanzo en busca de dónde dejarme caer. Estimo faltan pocos metros. La distancia se acorta y las fuerzas parecen flaquear.
Cruzo la puerta y con los últimos trazos de conciencia me dejo caer. El teléfono comienza a sonar. Ni siquiera sonrío ante la ironía. Solo lo ignoro. El teléfono sigue sonando. Imposible estimar cuantas veces.
En algún punto y a través de la niebla, me preocupo. Algo pasó, me dice algún resabio de humanidad. Voy en busca del teléfono a chocando muebles. “Me llevas al bar?” me dice la voz al otro lado del teléfono. Enciendo la luz de un manotazo e intento enfocar el reloj. 3:55am. Me cuesta responder. Me cuesta entender. La respuesta me alcanza como un rayo. “Charly?” respondo.
Para él tiempo y el espacio se confunden. Quiere ir al centro, a donde nada cierra, donde siempre es el momento justo para existir. No puedo decirle que no. No a él al menos. 
De alguna manera llego a buscarlo y de alguna milagrosa manera llegamos a ese tugurio desgastado. Llegamos, él solo pide un whisky, dos hielos y agua. Pido lo mismo. Intento abrir el diálogo, pero las palabras se confunden en mi garganta. El me mira, extrañado, como quién ve a un perro equilibrista. Me pregunta como terminé allí y en ese estado. Intento contestar: “Quise quedarme, pero me fui.” le respondo. Cambia el enfoque en la mirada y baja la vista a la servilleta. Garabatea algo y sale del lugar sin decir palabra.

Nota: Inspirado por una anécdota de un tal MP.