domingo, 31 de julio de 2011

Aurora

Desperté sobresaltado. Alguien se había colado en mi dormitorio y una penetrante mezcla de aromas atravesó las tinieblas del amanecer. Aun en medio de la somnolencia, fui capaz de deducir que si unos chorros quieren robarte y molerte a palos no entran con una bolsa de facturas y una taza de café humeante, por lo que de inmediato me tranquilicé.

Me pregunté cuanto tiempo llevaría ella teniendo las llaves de mi departamento, pero me pareció innecesario preguntarle. Si yo se las había dado, con seguridad tendría una buena razón; y si ella las había tomado, era de esperar que fuera por que sintió la necesidad de estrechar los lazos. O tal vez le di demasiadas vueltas al asunto y una vez más dejé que las llaves del departamento colgaran del lado de afuera de la puerta.

Con exceso de gentileza corrió las cortinas solo un poco, lo suficiente como para no andar a tientas y vernos las caras, pero no tanto como para molestarme. La invité a sentarse en la cama, tal vez más preocupado por hacerme de la taza que por verla parada.

Le di un sorbo largo y ruidoso, dejando entrar más aire que café para disfrutar del aroma. Exquisito. Tuve que reconocer que la inversión granos recién molidos fue un éxito. Ella me miró con una sonrisa triste, al tiempo que me alcanzaba la bolsa con medialunas. “Tenemos que hablar” me dijo, y de inmediato supe que no serían buenas noticias. La dejé desahogarse y la vi partir secándose las lágrimas. Sin dejar de contemplar la puerta, seguí sorbiendo el café y mordisqueando medialunas, para cuando vi el fondo de la taza, las tinieblas del amanecer se habían disipado.

domingo, 24 de julio de 2011

Crónicas de un Taxista - Contracara

Hoy perdoné a otro chorro. Calculo que es mi manera de no llamar la atención o algo así. Este tipo no dio muchas vueltas, ni se tomó mucho tiempo para hacerme creer que era un buen chico. Casi de inmediato, en plena avenida sacó una .22 oxidada, me la mostró como para asustarme y después me la apoyó en el omóplato. Tomé nota mental que era la segunda vez que me fallaba el detector de metales.

Le pedí que se calmara, pensando que no necesitaba un agujero en la espalda y ofrecí a llevarlo donde quisiera. Ni bien me dio las indicaciones, noté que se calmaba un poco. Manejé atento, esperando el momento preciso. Siguiendo sus instrucciones esquivé un control policial usando las calles alternativas. Al retornar a la avenida, tuve mi oportunidad. El muy imbécil señaló el camino con el revólver, alejándomelo del cuerpo.

Clavé los frenos y jugué con la inercia. Para cuando el tipo se acomodó, ya tenía el caño de mi .38 apuntándole al pecho. Le detalle ventaja estadística de una .38 contra una .22 en mal estado y de inmediato dejó caer el arma en el asiento del acompañante. Sin detener el auto, le di tres segundos para saltar. Lo hizo en dos. Golpeó el pavimento con un ruido sordo, ahogado por silbido del caucho. Cien metros después di la vuelta para ver si había sobrevivido el impacto pero ya no lo encontré.

sábado, 2 de julio de 2011

Smart

Me asomé por la ventana ni bien las primeras luces de la mañana se dejaron ver. El auto estaba otra vez estacionado en el mismo espacio. El lugar, prohibido por naturaleza y vulnerado por estupidez. El auto, un pequeño Smart que podría estacionar con comodidad en el baño de mi casa. Era la cuarta vez que encontraba el mismo auto en el mismo lugar y al parecer cuatro multas por estacionamiento en lugar prohibido no habían sido suficientes para que el “smartboy” comprendiera el mensaje.

El trabajo me impidió esperar por el conductor y resolver el misterio, por lo que esa misma tarde volví a casa dispuesto a ser paciente y averiguar quién de mis vecinos tenía por pasatiempo de coleccionar tickets de multas. No había mas que un puñado de opciones. Esperé sentado, literalmente. Después de las cuatro de la mañana me quedé dormido en el sillón del living con la cámara de video en la mano.

Desperté enfundado en mis pijamas; camine hasta el auto dispuesto a filmarlo, denunciarlo y tal vez hasta dejarle una nota. Me acerque por el frente, al menos diez multas se destacaban bajo el limpiaparabrisas. Le di la vuelta y en la luneta trasera una simple calco rezaba una simple frase:

"Lo único que nos salva de la burocracia es su ineficiencia." Eugene McCarthy

Solo atiné a sonreír y me alejé de inmediato.