domingo, 25 de septiembre de 2011

Ascensor

Caminé a pasos largos por las calles de la ciudad enfurecida tratando de escapar de las garras del viento. No pude más que maldecir mi estúpido optimismo, esperaba se materialice el clima primaveral que había imaginado al vestirme; pero de alguna manera, me encontré caminando con mi nuevo traje veraniego en medio de una ventisca polar.

Llegué al juzgado casi media hora tarde, pero me sentí casi aliviado al recordar la tolerancia a los desmanes horarios de nuestro sistema judicial. Logré escabullirme entre la multitud del ingreso sólo para descubrir que debía formar una fila para montarme en el ascensor. Nueve pisos, pensé. Sumando mi estado físico deplorable a la cantidad de escalones, el único resultado probable era llegar jadeando y transpirando como cerdo. Imaginé a los funcionarios atravesándome con sus miradas acusadoras por culpa de la frente sudorosa. Opté por la fila y el ascensor.

Volví al frío del exterior y recorrí unos cincuenta metros de gente deseosa de huir despavorida. Esperé allí a la intemperie. Avancé unos pocos pasos y seguí esperando. En pocos minutos pude descifrar los tormentos reflejados en los rostros ausentes. Mejor imposible, pensé. Acá estoy y allá voy.

Solo cuando estuve a unos pocos pasos de treparme al ascensor, alcancé a ver una de las causas de tan poco dinamismo en el ingreso al edificio. Dentro del ascensor, un (llamémosle) ascensorista sentado en una silla improvisada y ocupando el espacio equivalente a por lo menos tres personas. Si a eso le sumamos la estudiada lentitud de sus movimientos, se convertía en un patético ejemplo del asqueroso derroche de tiempo y dinero, propio de las decisiones surgidas de las entrañas putrefactas de la burocracia. Un rostro de mirada ausente, haciendo equilibrio entre el vergonzoso aburrimiento y la depresión suicida. Apenas respondía a los saludos de sus pasajeros al montarse al aparato con un sonido nasal ininteligible.

Esperé unos pocos minutos más, verificando la hora a un promedio de dos veces por minuto. Final del tiempo de descuento. Las puertas se abrieron y las personas que tenía delante mío en la fila se abalanzaron dentro de la caja metálica. Los seguí de cerca pero me encontré con la señal menos esperada. Una palma extendida hacia mi rostro. Interpreté que la máxima cantidad de ocupantes había sido alcanzada, o al menos la que el procedimiento indicaba. Antes de ver la puerta cerrase ante mis ojos, pude comprobar que el ascensor no era otra cosa que un aparato automático, tan común como un día soleado y donde hasta el más estúpido podría presionar el botón correcto que lo lleve al piso deseado. Supuse que se les habían acabado los las computadoras, los sellos y las ventanillas y aun quedaba gente para ubicar.

Finalmente las puertas volvieron a abrirse. Esperé impaciente la salida de algunos trajeados. Aliviado por el final de la demora, di un paso largo, controlando el deseo de saltar adentro. La palma extendida volvió a impedirme al paso. Sorprendido, barrí el lugar con la mirada. Vacío. Volví los ojos hacia el funcionario en busca de respuestas. "Voy hasta el subsuelo" me dijo con un graznido. Le expliqué que no tenía problema, que bajaba con él y luego subiría; necesitaba abandonar la inmovilidad. "¡Voy hasta el subsuelo!" repitió cruzándome el brazo a la altura del pecho e impidiéndome el ingreso. Dando un paso atrás y con el rostro ardiendo de la bronca, volví a ver las hojas de la puerta cerrarse ante mi. No miré a nadie. Esperé. Segundos mas tarde las puertas se abrieron. Nadie, excepto el maquinista. Entré sin contratiempos y le proporcioné la compleja indicación de mi destino: "9". La ejecutó sin inconvenientes.

Con algunos minutos de retraso, alcancé las oficinas en la que varias personas me esperaban inquietas. El tiempo fluyó con suavidad. Terminada la audiencia me despedí de todos y me alejé rumbo a la salida. Me paré frente al ascensor y estuve a punto de quedarme a esperar. Me limité a sonreír y bajé trotando por las escaleras.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Definitivo

Caminó en silencio con los brazos junto al cuerpo, casi sin fuerzas, ajeno a la temperatura exterior o a los vaivenes del mercado. Los pasos cortos y desganados lo llevaron de un rincón a otro de la casa cual fantasma errante. Las pequeñas trivialidades de la vida continuaban como un eterno péndulo, pero la cena fue algo que no pudo honrar. No podía comer con el estómago comprimido. Solo se permitió mordisquear una manzana arenosa y con gusto a nada. Las tripas le gruñeron en respuesta, pero no supo interpretar su significado.

Se hizo muchas preguntas sobre el pasado y el extraño efecto causal en el presente; pero por sobre todo se hizo preguntas que no pudo contestar sobre el futuro. Levantando la vista al frente, todo se veía borroso y desencajado. Buscó una idea en la que enfocarse, algo que le permitiera apalancarse para salir del pantano en el que se encontraba. No lo consiguió. El pesimismo que durante años lo había caracterizado y hasta divertido, hoy se convertía en un enorme contrapeso que lo empujaba hacia el fondo del abismo.

Creyó haber superado lo peor, pero de alguna manera, el hecho de empacar su ropa por ultima vez le parecía más sombrío y definitivo que contemplar las llamas envolver el féretro de su compañera.

domingo, 31 de julio de 2011

Aurora

Desperté sobresaltado. Alguien se había colado en mi dormitorio y una penetrante mezcla de aromas atravesó las tinieblas del amanecer. Aun en medio de la somnolencia, fui capaz de deducir que si unos chorros quieren robarte y molerte a palos no entran con una bolsa de facturas y una taza de café humeante, por lo que de inmediato me tranquilicé.

Me pregunté cuanto tiempo llevaría ella teniendo las llaves de mi departamento, pero me pareció innecesario preguntarle. Si yo se las había dado, con seguridad tendría una buena razón; y si ella las había tomado, era de esperar que fuera por que sintió la necesidad de estrechar los lazos. O tal vez le di demasiadas vueltas al asunto y una vez más dejé que las llaves del departamento colgaran del lado de afuera de la puerta.

Con exceso de gentileza corrió las cortinas solo un poco, lo suficiente como para no andar a tientas y vernos las caras, pero no tanto como para molestarme. La invité a sentarse en la cama, tal vez más preocupado por hacerme de la taza que por verla parada.

Le di un sorbo largo y ruidoso, dejando entrar más aire que café para disfrutar del aroma. Exquisito. Tuve que reconocer que la inversión granos recién molidos fue un éxito. Ella me miró con una sonrisa triste, al tiempo que me alcanzaba la bolsa con medialunas. “Tenemos que hablar” me dijo, y de inmediato supe que no serían buenas noticias. La dejé desahogarse y la vi partir secándose las lágrimas. Sin dejar de contemplar la puerta, seguí sorbiendo el café y mordisqueando medialunas, para cuando vi el fondo de la taza, las tinieblas del amanecer se habían disipado.

domingo, 24 de julio de 2011

Crónicas de un Taxista - Contracara

Hoy perdoné a otro chorro. Calculo que es mi manera de no llamar la atención o algo así. Este tipo no dio muchas vueltas, ni se tomó mucho tiempo para hacerme creer que era un buen chico. Casi de inmediato, en plena avenida sacó una .22 oxidada, me la mostró como para asustarme y después me la apoyó en el omóplato. Tomé nota mental que era la segunda vez que me fallaba el detector de metales.

Le pedí que se calmara, pensando que no necesitaba un agujero en la espalda y ofrecí a llevarlo donde quisiera. Ni bien me dio las indicaciones, noté que se calmaba un poco. Manejé atento, esperando el momento preciso. Siguiendo sus instrucciones esquivé un control policial usando las calles alternativas. Al retornar a la avenida, tuve mi oportunidad. El muy imbécil señaló el camino con el revólver, alejándomelo del cuerpo.

Clavé los frenos y jugué con la inercia. Para cuando el tipo se acomodó, ya tenía el caño de mi .38 apuntándole al pecho. Le detalle ventaja estadística de una .38 contra una .22 en mal estado y de inmediato dejó caer el arma en el asiento del acompañante. Sin detener el auto, le di tres segundos para saltar. Lo hizo en dos. Golpeó el pavimento con un ruido sordo, ahogado por silbido del caucho. Cien metros después di la vuelta para ver si había sobrevivido el impacto pero ya no lo encontré.

sábado, 2 de julio de 2011

Smart

Me asomé por la ventana ni bien las primeras luces de la mañana se dejaron ver. El auto estaba otra vez estacionado en el mismo espacio. El lugar, prohibido por naturaleza y vulnerado por estupidez. El auto, un pequeño Smart que podría estacionar con comodidad en el baño de mi casa. Era la cuarta vez que encontraba el mismo auto en el mismo lugar y al parecer cuatro multas por estacionamiento en lugar prohibido no habían sido suficientes para que el “smartboy” comprendiera el mensaje.

El trabajo me impidió esperar por el conductor y resolver el misterio, por lo que esa misma tarde volví a casa dispuesto a ser paciente y averiguar quién de mis vecinos tenía por pasatiempo de coleccionar tickets de multas. No había mas que un puñado de opciones. Esperé sentado, literalmente. Después de las cuatro de la mañana me quedé dormido en el sillón del living con la cámara de video en la mano.

Desperté enfundado en mis pijamas; camine hasta el auto dispuesto a filmarlo, denunciarlo y tal vez hasta dejarle una nota. Me acerque por el frente, al menos diez multas se destacaban bajo el limpiaparabrisas. Le di la vuelta y en la luneta trasera una simple calco rezaba una simple frase:

"Lo único que nos salva de la burocracia es su ineficiencia." Eugene McCarthy

Solo atiné a sonreír y me alejé de inmediato.

domingo, 26 de junio de 2011

Microcentro

Caminando casi con desgano por las calles grises me dejo envolver por la atmósfera ajena y decadente del área más corrupta, comercial y bizarra de la ciudad. Extraños personajes doblegados por una realidad que los amontona en veredas repletas de dudosas mercancías se mueven como en cámara lenta.

En pocas cuadras esquivo algunos perros en busca de dueño, mientras recorren hasta el último rincón en busca de algo que se asemeje a la comida. Los animales me miran al pasar en un ruego silencioso. No puedo más que apiadarme de ellos. Uno de los más estropeados se lleva parte de mi simpatía y los últimos bocados del sandwich de salame.

Cruzo una oscura galería con la cabeza gacha, evitando a los vendedores que de solo mirarlos te obligan a mantener las manos cerca de la billetera. Vendedores de más bienes impagos que solo usados, que se mantienen tan atentos a la caza de clientes como a los sobrevuelos de la autoridad.

Me adentro en ese mundo casi con vergüenza, alejándome de los límites y de las reglas de aquella sociedad. Camino hasta una calle sin tráfico y en medio del gentío me detengo. Respiro hondo y luego extiendo una manta sobre el suelo. Mi primer día el negocio de los discos piratas ha comenzado.

sábado, 11 de junio de 2011

Crónicas de un Taxista - Dilema

Los últimos días me mantuve en el horario de la madrugada, no solo porque me gusta sino porque además necesitaba alejarme de los investigadores de la policía. Algo de perfil bajo. Pasé las noches atento, pero sin abandonar mi .38.

La sorpresa me alcanzó por la mañana. Después de dejar a una pareja de travestis en un barrio bastante fulero. Un tipo me hizo señas, iba con dos nenes vestidos para el colegio. Indicó el destino, alejándome aún más del centro rumbo a una nueva escuela periférica. Me dejé llevar, confiado en que se trataba del último viaje del día. Llegamos a la casi al final del barrio, a un descampado y el muy hijo de puta sacó un cuchillo del cinto con los dos pibes mirando y me lo apoyó en la nuca. No tuve miedo, sino una furia asesina que casi me hace estallar los dientes. Me hizo bajar del auto y meterme en el baúl.

Tomando aire para calmarme, seguí sus instrucciones sin decir palabra. Todo el tiempo tuve a la mano el fierro. Podría haberlo dado vuelta de un tiro, pero no iba a matarlo frente a sus hijos. Me tomó menos de cinco minutos liberarme y cinco horas para calmar la bronca.

lunes, 23 de mayo de 2011

Adiós Nonino

Inmóvil en el vano de la puerta maldije lo indigno de la vejez; tal vez por sentirla serpentear tan cerca esta vez o tal vez porque no pude evitar el impacto. Con los ojos empañados crucé la puerta, tratando de reconocer a ese hombre imponente que guardaba en mi memoria dentro de ese cuerpo marchito.

Sus ojos lechosos tardaron en enfocarme, en distinguirme tras los velos del pasado y por un instante pude verlo sonreír. La mente aguda le obligó de inmediato a plantear las preguntas de rigor. Salud, trabajo y familia. Ninguna enfermedad lo alejaría jamas de sus modales de la vieja escuela italiana.

Traté de ocultar mi propio dolor tras un muro de optimismo y planes que ambos sabíamos que jamas se cristalizarían. Hablamos sobre esto y aquello. Sobre lo que fue y lo que podría ser. Hablamos de sus bisnietos, de sus nietos y sus hijos. Hablamos. Bromeamos.

Traté de recordar si alguna vez le había agradecido, pero pronto me di cuenta que hay cosas que jamas podremos agradecer. Me costó tanto quedarme como decidirme a salir de allí. Tal vez por el dolor, o tal vez por saber que se trataba de la ultima vez que lo vería.

domingo, 8 de mayo de 2011

Crónicas de un Taxista - Anotación

Podría decir que esta mañana tuve un presentimiento al levantarme, pero mentiría. Salí a trabajar como casi todos los días. Tipo una de la mañana subí a un muchachón con cara de recién soltado.

Cumplió la rutina al pie de la letra y me pidió que lo lleve para el sur, más allá de la circunvalación. Le dije que iba a usar un atajo y ni pestañeó. Mi idea era evitar los controles policiales. Sabía que estaba armado, por lo que repasé cuidadosamente los detalles de mi plan. Cuando atravesamos la oscuridad y con un movimiento coordinado, apagué las luces del auto, clavé los frenos y le puse la .38 en la panza. Le aconsejé que no respirara.

Lo bajé del auto, saqué los dos ladrillos huecos y la pelota del baúl. Sin dejar de apuntarlo, acomodé los dos hormigones a buena distancia y le indiqué al maestro que se pusiera entre medio. Le expliqué que si me atajaba el penal, se salvaba y me miró como si yo estuviera loco.

Apunté sin tomar carrera. Un buen zapatazo y la pelota se coló por debajo de su brazo. Me acerqué mientras aún estaba en el piso y cumplí mi promesa.

domingo, 13 de febrero de 2011

Empresario

Cuando la rubia de curvas exageradas me preguntó a que me dedicaba, la respuesta fue instantánea: “Empresario” le dije con tono cortante y desinteresado. Le sonreí cortésmente y me alejé en busca de otro grupo. Desde el principio, la fiesta me pareció más aburrida de lo que había esperado. En un golpe de vista, pude localizar a varios grupos perfectamente diferenciados. En un extremos del salón, José del Chañar, amo y señor de la hotelería, rodeado por un enjambre de abejitas obsecuentes, sonriendo y festejando cada uno de sus comentarios. Observé si había manera de acercársele e intentar un par de minutos de contacto, pero aunque me comí como veinte de los bocaditos tratando ganar posiciones frente al resto, me fue imposible.

Me agencié otra copa de Champagne mientras buscaba otro pez gordo, pero no vi ninguno que me fuera útil. Seguí circulando y cuando alcancé a ver a uno que me interesaba, volví a toparme con la rubia. Me sonrió levemente y me dijo al pasar: “Empresario de que tipo?”. Mi respuesta, repitió el patrón anterior: “Alimenticio”, le dije sin detenerme mientras caminaba rumbo a Esteban Gaitán, dueño de la cadena de restaurantes más grande del país. Lo vi solo y me acerqué en forma directa, cortés. Me presenté y durante unos minutos conversamos trivialidades. Esperaba el momento para hacerle mi propuesta, pero noté que él evitaba entrar en el terreno de los negocios. Lo respeté, sabiendo que tendría otra oportunidad. Los eventos eran algo común en el ambiente.

Volví a ver a la rubia hablando con un tipo bastante entrado en años. Aún a más de cinco metros pude ver que ella estaba incómoda. El tipo la avanzaba. Ella lo rechazaba. Nuestras miradas se cruzaron un instante y me pareció ver un pedido de auxilio en los suyos. Caminé lentamente hacia ellos. Fue suficiente para darle el espacio que necesitaba. Se excusó con el otro tipo poniéndole una mano en el hombro y avanzó dos pasos rumbo a mi. “Gracias” me dijo con un susurro, manteniéndose muy cerca.

Soy de respetar las señales que me da la vida y que una rubia me busque tres veces seguidas, para mi es una clara señal. Decidí dejarme llevar y la invité a cambiar de lugar. Tal vez un bar, o lo que ella prefiera. No se negó. Subimos a mi deportivo sin rumbo fijo. No pude evitar sonreír, mientras pensaba en lo superficial de nuestras vidas. De mi vida sobre todo. Tengo tres verdulerías y me gasto todo lo que tengo en apariencias, me hago llamar empresario, voy a cientos de eventos y tengo un BMW de lujo. Voy a las fiestas a buscar clientes grandes. Las rubias son un consuelo.