domingo, 26 de junio de 2011

Microcentro

Caminando casi con desgano por las calles grises me dejo envolver por la atmósfera ajena y decadente del área más corrupta, comercial y bizarra de la ciudad. Extraños personajes doblegados por una realidad que los amontona en veredas repletas de dudosas mercancías se mueven como en cámara lenta.

En pocas cuadras esquivo algunos perros en busca de dueño, mientras recorren hasta el último rincón en busca de algo que se asemeje a la comida. Los animales me miran al pasar en un ruego silencioso. No puedo más que apiadarme de ellos. Uno de los más estropeados se lleva parte de mi simpatía y los últimos bocados del sandwich de salame.

Cruzo una oscura galería con la cabeza gacha, evitando a los vendedores que de solo mirarlos te obligan a mantener las manos cerca de la billetera. Vendedores de más bienes impagos que solo usados, que se mantienen tan atentos a la caza de clientes como a los sobrevuelos de la autoridad.

Me adentro en ese mundo casi con vergüenza, alejándome de los límites y de las reglas de aquella sociedad. Camino hasta una calle sin tráfico y en medio del gentío me detengo. Respiro hondo y luego extiendo una manta sobre el suelo. Mi primer día el negocio de los discos piratas ha comenzado.

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