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miércoles, 4 de noviembre de 2015

Sitio



Comenzó como una mañana tensa antes de devenir en un infierno. Habíamos vivido una noche de violencia y salvajismo en la ciudad durante una protesta policial. A mitad de la mañana, algún grupo de genios decidieron que la escalada social era incompatible con el trabajo normal. Es así como después de consultar vaya a saber quién, decidieron liberar al personal de la planta para que vuelvan a su casa. Muchos estaban preocupados, otros expectantes.
El éxodo comenzó casi media hora mas tarde. Los primeros salieron apresurados, tal vez más por las ganas de abandonar el trabajo que por ir a cuidar de los suyos. Un grupo de trabajadores fue enviado a cerrar los portones del fondo, se corrían rumores de algunas industrias siendo saqueadas. Corrí detrás de ellos para confirmar el cierre. Dos de tres portones ya estaban asegurados, pero mientras ponían las cadenas en el tercero la cara de uno de los muchachos se volvió de cera. Trabaron la cadena como pudieron y corrieron en la otra dirección. Pasaron a mi lado y uno de ellos alcanzó a balbucear: “Se metieron… Son un montón.” No lo dudé. Sabía lo que tenía que hacer. Corrí unos pocos pasos hasta una columna señalizada en rojo y bajé la pequeña palanca. La alarma de emergencia se activó con un chillido ensordecedor.
Corrí rumbo al centro de la planta y pude ver que los operadores aceleraban el paso. Fieles al entrenamiento, seguían en orden los caminos previstos. Un dejo de satisfacción me invadió. Al menos algo habían aprendido. Llamé al Gerente de Recursos Humanos y le pasé la novedad. Mi recomendación: desalojar el sitio de inmediato. Traté de mantenerme calmo, pero estoy seguro de no haberlo logrado.
Apuré el paso para comprobar que las oficinas estaban desiertas. Dos rezagados juntando papeles de los escritorios. Tuve que aclararles que no era broma y se rajaran de una vez.
Troté por las escaleras de regreso a la planta. El último grupo salía cual manada compacta rumbo al estacionamiento. Al encarar el pasillo de salida, otro grupo de rezagados salió del baño a la carrera. Confirmé con ellos que eran los últimos y salimos juntos.
A mitad de camino rumbo al estacionamiento, una imagen propia de película y no de otro día en la industria. Dos directivos, que guiándome por el lenguaje corporal, estaban arreando a la gente hacia el estacionamiento pidiéndoles que tomen los autos y salgan de inmediato. Al mismo tiempo alcancé a ver que un grupo de unos treinta o cuarenta empleados desviarse de su camino de salida y tomar rumbo a sector trasero de la planta, a donde calculé se había producido el ingreso de los saqueadores. A la carrera, se agachaban recogiendo piedras, palos y hasta algún caño de más de un metro. Corrí endiablado hacia ellos, buscando frenarlos antes que alguien termine herido. A metros del grupo, alcance a escuchar a uno de los supervisores de producción gritando “Son nuevo o diez pendejos… ¡¡¡Vamos a darle maza!!!” Y así fue. Uno de los cacos que se estaban intentando meter por los portones cerrados se comió un piedrazo en la espalda. A otro, un palo le pasó a centímetros de la cabeza. Al parecer su batería de heroísmo tenía poca carga porque de inmediato corrieron como niñas rumbo al agujero que habían hecho en el alambrado perimetral.
Los gritos de victoria se hicieron sentir como si de los All Blacks se tratara. Me sonó a una estupidez digna de terminar en tragedia. Más desorientado aún me sentí cuando en la retaguardia, (claro) del pelotón alcancé a ver al Director General con un palo en la mano. Lejos de la acción, pero cual agitador callejero. Alguien gritó: “No les vamos a regalar la planta… Nos quedemos!”. Otra señal de alarma se activó en mi cabeza.
Durante unos segundos no supe bien que hacer, me quedé enredado entre correr a buscar un palo, o cumplir con mi función y desalojar el establecimiento. Aún dubitativo me acerqué al grupo de avanzada y traté de convencerlos en que no debíamos exponernos. La adrenalina les impidió siquiera considerarlo. En el otro extremo del predio, los autos salían en aparente sincronización. A mitad de camino, un grupo bastante numeroso de unos cuarenta o cincuenta personas dudaba entre correr a los autos o esperar y ver como seguía la historia.
Los gritos y las corridas comenzaron a sucederse. Unos que intentaban poner algo de cordura, otros que querían salir a matar a quien se acercara al alambrado. No se cuento pasó entre las primeras corridas y las piedras voladoras, pero el primer cascotazo cayó en medio del grupo que había repelido el ingreso. En una explosiva corrida, el grupo se puso a una distancia razonable para evitar ser alcanzados.
Pasaron unos pocos minutos y lo que ya parecía surrealista se convirtió en terrorífico. Como por arte de magia, los cinco muchachitos se multiplicaron en un malón de incontables malandras que parecían nacer de todos los pastizales que rodeaban a la cerca. La situación se tornó en peligrosa. El perímetro se fue poblando de personajes más parecidos a los piratas de Mompracem que a vecinos preocupados por las situación social. Algó pasó, y lo que parecía una curiosidad se convirtió en algo peligroso. Un facción del grupo de agresores se comenzó a mover, rodeando la planta, rumbo al ingreso y al estacionamiento. Juraría que eran al menos unos cuarenta. Palos en las manos, las caras parcialmente cubiertas más sus clásicas gorritas. Miré las puertas a lo lejos y como era de esperar, los portones estaban completamente abiertos para permitir la salida masiva de autos. Vi a uno de los directivos correr al puesto de Guardia. De inmediato uno de los guardias salió corriendo con una cadena mientras los portones se iban cerrado impidiendo la salida de aquellos aún permanecían en la planta. El vigilante pasó la cadena y ajustó el candado, como para darle una protección adicional a las instalaciones. De esa manera, nos encontramos oficialmente sitiados.
Alguien se le ocurrió que en represalia por no poder ingresar, los malvivientes nos destrozarían los autos arrojándoles piedras por sobre el alambrado. El comentario corrió como un virus y de inmediato los que aún quedábamos corrimos a poner nuestros autos a resguardo. En una operación que pereció ensayada, unos treinta autos fueron trasladados desde el estacionamiento hasta los límites del edificio, poniéndolos en círculo cual barricada, lo que por un instante me transportó a las películas de cowboys y sus pintorescas carretas.
Una cascote de cemento me sacó del ensueño, golpeando un metro más adelante y dejando una lluvia de pequeños fragmentos. Los gritos eran interminables, las corridas también. El alambrado pareció poblarse. Como en una película de zombies, los delincuentes aparecían de la nada, de entre la maleza. No quise calcular el número y mucho menos las consecuencias de un potencial ingreso masivo. Otro grito, esta vez bien definido. Un grupo de defensores se corrió hacia el fondo del predio, sin organización alguna y con armas improvisadas a la carrera. Otro intento de ingreso por un corte en el tejido, un tipo ya asomaba la mita del cuerpo a través del alambrado. La sorpresa me la dio una sombra que pasó a mi lado a máxima velocidad rumbo al lugar del ingreso. Un directivo francés, de impecable camisa rosada y corbata, perfectos pantalones de vestir y zapatos puntiagudos de diseñador, con un caño de 3/4 de pulgada de más de un metro en la derecha y una piedra en la izquierda. Se acercó a poca distancia de lugar por donde ya había como cuatro o cinco muchachos con caras tapados. El francés cambió de mano la piedra y lanzó un gancho perfecto alcanzando a uno de los delincuentes en el hombro y revolcándolo por el piso. En respuesta, los atacantes lanzaron una andanada de piedras y palos. Pude ver la trayectoria exacta de una de las piedras, pasando apenas a un par de centímetros de la perfectamente rasurada cabeza del francés. Intenté imaginarme como sería explicar a la casa matriz entre reportes y teleconferencias, como uno de sus compatriotas había terminado con el cráneo fracturado por una piedra. Un frío pegajoso me corrió me corrió por la espalda.
En un destello de loca genialidad, se me ocurrió usar el equipamiento anti-incendios como medio de defensa. Funcionó. En cuando la manguera de 2 pulgadas comenzó a escupir parte del millón de litros que almacenamos en el tanque, el resto de los saqueadores pareció encontrar una buena excusas para mantenerse afuera del perímetro. Algunas piedras y un desequilibrio numérico permitió a ahuyentar a los pocos que habían logrado entrar.
Minutos después volví a ver al francés. Sus ojos mostraban aún cierta exaltación, se lo veía nervioso. No paraba de caminar de un lado a otro. Su camisa mostraba aureolas de transpiración y parecía disfrutar en cierta forma de la situación. No era mi caso.
Los minutos fueron acumulándose hasta sumar horas. Varios intentos de ingreso fueron controlados y cada uno de las llamados que hicimos a las fuerzas de seguridad resultaron en un enorme fracaso. Nadie vino. Seguimos las noticias en nuestros teléfonos y con las radios de los autos, como aquellos domingos de la infancia donde nos sentábamos a escuchar los partidos de fútbol, imaginando el campo y las gambetas.
Durante la tarde, un grupo de policías salió festejando de su acuartelamiento porque finalmente, habían conseguido poner de rodillas a al gobernador y así sumar unos pesos extras. En minutos, la ciudad se fue poblando de patrulleros como si cayeran del cielo. Tardó un buen rato, pero finalmente llegaron a nuestra zona y como por arte de magia, los buenos vecinos que nos habían sitiado desaparecieron en un instante.
Algún figurín corporativo trató de convertir el triste evento en un triunfo motivacional, recalcando lo importante de la unidad entre pares en defensa de la fuente de trabajo, sin entender que es natural convertirnos en hermanos de sangre ante verdaderas amenazas. Lo que no tuvo en cuenta es que ni bien la humareda de los saqueos se disipó, volvimos a buscarnos las yugulares en enfrentamientos estériles.

sábado, 4 de julio de 2015

El Ladrón de Almohadas


Superar la seguridad del barrio me toma cerca de diez minutos, la de la casa no más de cinco. La ausencia de perros hace el trabajo más fácil y relajado. Una vez adentro, un gato sale a mi encuentro con desgano, pero en pocos segundos pierde el interés y desaparece detrás de un sillón.
La casa está en penumbras y así seguirá. Las gafas de visión nocturna me permiten avanzar sin llamar la atención de los guardias o vecinos curiosos. Camino con cuidado hasta las habitaciones. Tal como lo espero hay tres. El primer dormitorio me muestra el contenido clásico de un niño de nueve o diez años. Juguetes regados por el piso y una computadora sobre un diminuto escritorio. Quitándome la mochila me siento sobre la cama, con cuidado. Me toma apenas unos segundos, en una maniobra muchas veces practicada, desplegar la bolsa transparente. Sin quitarme los guantes de látex reforzados, tomo la almohada de la cama revuelta y la coloco en la bolsa. Con el dispositivo que traigo colgando al costado de la mochila, contraigo y sello al vacío la bolsa con un imperceptible silbido. El marcador indeleble me ayuda a clasificar el trofeo. “NO - 7.10 - BP”. Listo la primera.
Cambio de habitación. Esta familia es de manual, por lo que me encuentro con un super-ordenado cuarto de niña. Por las muñecas y juguetes le calculo unos seis o siete años. Quito el iPad de la niña de la cama y lo dejo sobre la mesita de luz. Repito el procedimiento. “NA - 5.7 - BP”. Listo la segunda.
Próxima parada, la habitación de los padres. El espacio es mucho mas grande, una cama king y un sofá de dos cuerpos. Imagino que en los cajones encontraría valiosos tesoros. Sonrío al pensarlo, pero me concentro solo en los tesoros que me interesan. Empaco las dos almohadas de la pareja. “AdC - 30.40 - BP” y para finalizar etiqueto: “DO - 40.50 - BP”.
Con cuatro piezas comprimidas en la espalda me convierto en sombra para desaparecer del barrio. A unas cuadras aprovecho al girar la esquina para invertir la campera y cambiar de color la vestimenta. El auto, anónimo e indistinguible me espera a pocas cuadras.
Contengo las ganas de acelerar. El cosquilleo en la boca del estómago se agudiza conforme se acorta la distancia. Llego a casa y dejo el auto escondido en lo profundo de la cochera. Ya en el interior enciendo algunas luces. El galpón al que por convencimiento llamo “loft" se ilumina apenas. Al fondo, la interminable estantería está a medio llenar. Quince metros de largo por 3 de alto y contenedores perfectamente rotulados y organizados. Me acerco al costado inferior izquierdo. Busco los rótulos, las referencias. Las encuentro de inmediato. No solo porque son perfectas, sino porque además conozco de memoria las ubicaciones.
Retiro primero el contenedor “NO - 7.10 - BP” o lo que es lo mismo: “Niño - 7 a 10 años - Barrio Privado”. Dejo ahí la almohada rotulada con ese código y avanzo dos pasos largos. Encuentro el “NA - 5.7 - BP”, es decir  “Niña - 5 a 7 - Barrio Privado”. Todos son los primeros en su tipo para mi colección. Casi al final de la estantería dejo las almohadas correspondientes a: “Ama de Casa - 30 a 40 - Barrio Privado” y finalmente “Directivo - 40 a 50 - Barrio Privado”
La piel se me eriza de la emoción. Los anaqueles se están completando poco a poco. Pronto tendré todas las opciones disponibles. Será tiempo entonces de asegurar varias muestras de cada categoría. Mi corazón se acelera, cuesta frenar el exceso de adrenalina. Dudo si comer algo antes, pero la ansiedad es más fuerte que cualquier otra urgencia fisiológica. Apago las luces y corro hasta el rincón donde me espera la cama hecha a medida, enorme, como un altar al sueño. Dejo la ropa tirada por el camino, de todos modos no hay nadie que pueda recriminarme.
Casi a punto de acostarme descubro que olvidé lo más importante. Por mucho apurarme, olvido la razón de mi apuro. Medio desnudo vuelvo hasta la enorme estantería y enciendo las luces. Camino de punta a punta los quince metros de hierros y cajas en busca de la perfecta elección. Aparece al final, bajo el rubro "Varios". Recordé algunos de los tesoros que encerraba. Retiro la caja y la abro ansioso. En su interior cuatro almohadas perfectamente organizadas con las etiquetas hacia arriba. Una llama mi atención como un faro. En la etiqueta se lee "InfO - 30.40 - CT". Controlo la cobertura y el sello. Intacto. 
A oscuras en la cama, rompo el plástico que protege a la almohada. Un vaho a pelo grasiento y un perfume desconocido se apoderan del lugar. Respiro hondo y me abrazo a la almohada. Inicio el proceso de relajación, obligándome a llevar la mente hasta el blanco absoluto. Poco a poco las figuras coloreadas y el ruido se van desvaneciendo. En pocos minutos, nada. La mas absoluta nada. En lo que se siente como unos pocos instantes, imágenes que no me pertenecen me invaden. Extrañas sensaciones, irreales pero profundas dominan mi ser. El momento de la conexión se inicia y estoy a punto de apoderarme de los sueños de un experto informático. 

sábado, 7 de diciembre de 2013

Gratitud


Entramos en silencio a la sala de reuniones del último piso. La tensión se palpaba. Los rumores se habían convertido en el caldo de cultivo de una serie de hipótesis descabelladas. Tal vez una de ellas se haría realidad. Los sillones se llenaron, con excepción del que se encontraba en la cabecera. Fui consciente de la preocupación que crecía en mi interior. Mi propia hipótesis se reforzaba, incrementando la desilusión que sentía. Recorrí el salón con detenimiento. Cada rostro mostraba el ceño fruncido. Se abrió la puerta y quien la atravesó no fue el que todos esperábamos, sino el delegado del consejo de administración. Deduje en un instante lo que seguiría. Inspiré profundamente sintiendo como la ira reemplazaba a la preocupación. Cerré los ojos un instante, manteniendo la respiración al tiempo que contaba hasta cinco. Traté de organizar mis pensamientos y recordar por qué me encontraba allí. Por que luchaba. Las palabras del consejero fueron escasas y titubeantes pero definitivas. El CEO ya no era el CEO y el consejero ya no era el consejero. Alcancé a ver por el rabillo del ojo al Vicepresidente de Calidad clavar sus dedos en la mesa y comenzar a levantarse. Llegué a ponerle una mano en el hombro. El peso y la calidez del contacto le ayudó a reflexionar y volvió a recostarse en la silla. Lo miré fijo a los ojos y articulé con los labios un lento: "tranquilo". El improvisado discurso llegó a su clímax en una serie de innecesarias e injuriosas referencias a su antecesor, lo que sólo logró enfurecer a los presentes; incluyéndome. Un puñetazo en la mesa fue el principio de escándalo y infierno afloró. Se cruzaron palabras duras. Me obligué a intervenir para frenar el desmán y le pedí al flamante CEO si podía darnos unos minutos para componer la situación. Me lo concedió. No disponía de mucho tiempo por lo que opté por un enfoque directo y despiadado. Los conocía a todos desde hacía tiempo y sabía que por encima de todo, ellos contaban con su trabajo y “su” empresa como la manera de definir su existencia. Apelé a eso. Dos de ellos dieron muestras estar a punto de ceder y abandonar la sala. Los confronté y el Vicepresidente de Operaciones, con los ojos vidriosos, me acusó de falta de gratitud para con nuestro líder. No pude evitar recordar una frase del célebre Iósif Stalin, que utilicé de inmediato para romper la tensión. - “¿Gratitud? - les dije - La gratitud es una enfermedad que padecen los perros.” Luego de las roncas carcajadas, la reunión volvió a su curso.

lunes, 8 de abril de 2013

Balcón

Al descubrir los primeros anticipos del verano, decidimos reunimos con un grupo de íntimos a pasar el rato. Unas pizzas caseras y unas cervezas heladas eran lo necesario para festejar el tan esperado cambio de temporada.
El encuentro se fue transformando de a poco en festejo, las cervezas cambiaron de color y de graduación antes de darnos cuenta. Para cuando la música alcanzó el nivel de visita policial había varias caras que desconocía, lo que para una reunión de amigos es bastante extraño.
Algo después de las dos de la mañana, la vecina del anfitrión se mostró bastante afligida por no poder entrar a su departamento. Por lo visto, había dejado las llaves adentro y de pronto le era imperioso regresar. Corroborando la tesis que indica que el alcohol te da agallas pero te quita cerebro, me ofrecí cruzar el insignificante espacio que separaba los balcones de ambos departamentos. Con un grupo de borrachos alentándome, traspasé la barrera y enfrenté al vacío. Medí cuidadosamente el espacio, calculé la distancia y la fuerza que necesitaba emplear para alcanzar sin problemas el otro lado. Inspiré con fuerza y exhalé de la misma manera. Para la tribuna.
El salto fue perfecto, mis manos alcanzaron la baranda si dificultad. El único problema fue que por lo visto, las instrucciones no llegaron correctamente a mis piernas porque en lugar de sentir la seguridad del borde del balcón bajo mi zapato, pude escuchar como la punta raspaba contra el cemento del exterior. Luego fue como sí alguien tirara de mis piernas. Las manos no me respondieron con la velocidad necesaria y para cuando quise abrir la boca ya iba a mitad de camino rumbo a la vereda.
El impacto fue áspero. O al menos así lo recuerdo. El apagón inicial se transformó en una bruma espesa. Inmóvil, dejé correr la mirada sobre el suelo, sin mirar; corriendo una especie de diagnóstico del sistema. El costado izquierdo del cuerpo me dolía. Mucho. No era sorprendente ya que segundos antes había aterrizado sobre el. Intenté mover el cuerpo con cierto éxito. Ante el primer movimiento, una andanada de salvajes carcajadas explotó sobre mi. Al menos, los buenos amigos esperan hasta comprobar que te escapado de la muerte antes de comenzar a llorar de la risa. Los oí alabar mis condiciones de hombre araña, mi capacidad de salto y por sobre todo, mi gracilidad gatuna para caer. Según ellos, caí como un ladrillo de cemento.
Más tarde, descubriría que me había fracturado la clavícula, pero en ese momento solo era dolor y algo de vergüenza. Me levanté con la rapidez del adolescente que se ha caído de la bicicleta frente a un grupo de chicas. Nadie bajó a darme una mano. Seguro estaban ocupados revolcándose de la risa a mis expensas. Caminando con pasos lentos y cortos, encaré la puerta. Toqué el portero y me preparé para recibir las bromas que por supuesto llegaron. Las soporté como un caballero a través del aparato y pasé. Aún entre risas, me ofrecieron distintas clases de anestesias líquidas. No pude evitar el tener que contar una y otra vez la secuencia de hechos bochornosos.
La noche se hizo día sin que nos diéramos cuenta. Aún después de la cantidad de anestésicos bebidos, el dolor persistía. La hinchazón comenzó a verse preocupante, por lo que no tuve más alternativa que ir al hospital.
Sentado en la sala de espera en medio de un dolor palpitante y creciente, me pregunté que habría sido de la vecina. Supuse que de alguna manera debería haber logrado entrar. Apoyado contra la pared, estimé que sería lo correcto prometerme no volver a beber, pero finalmente decidí que bastaría con prometerme no volver a saltar de un balcón.

viernes, 1 de febrero de 2013

Kilómetros

Cuando se terminaron de borrar los flashes de mi retina, y ya la gente comenzaba a retirarse del lugar, caí en la cuenta que en las manos cargaba un gigantesco cheque por un millón de kilómetros aéreos. Me quedé solo en el escenario, con las piernas temblorosas y sin saber que hacer. Una muchacha muy educada me acompañó con gentileza hasta una oficina y me explico que debía devolver el cheque; ella me daría un documento que me aseguraba el premio. Yo me negué educadamente a entregarlo y entonces la chica me explicó que solo se trataba de una cuestión de Marketing. Insistí en que yo no sabía nada de Marketing, pero no me iba sin el cheque. Andaba en una camioneta y no tendría problemas en llevarlo. Al final, perdió la paciencia, me dio el cheque y los documentos. Una firma aquí, otra allá y un escribano legalizó el acto.
Manejé con cuidado, decidido a encarar a mi jefe con la noticia. La oficina estaba como cada día. Los cubículos llenos de gente como yo; aburrida, no tengo por que mentir. Caminé hasta el fondo, a paso rápido. Algunos de los muchachos se acercaron a felicitarme. Las noticias corren rápido en una oficina. Otros solo me miraron sonrientes, asintiendo levemente con la cabeza, pero con la mirada cómplice.
La charla con el gran jefe fue corta y sorprendentemente positiva. Tal vez porque al tipo le gusta viajar más que a Marcopolo, pero ni siquiera tuve que solicitarle la licencia, o mostrarle la carta amenazante de "renuncia" para reforzar mi posición. En cuanto crucé la puerta, se paró para felicitarme y me ofreció una licencia, sin goce de sueldos, claro. Acepté encantado y corrí como un desquiciado por miedo a que se arrepienta.
Volví a casa con el característico cosquilleo en las tripas, propio de enfrentar un extraordinario desafío. Corrí hasta el escritorio y me encorvé sobre las hojas del contrato para estudiarlo. Me salté como pude el palabrerío leguleyo y me fui directamente a lo importante. Cuántos kilómetros y como usarlos. El resto, me pareció innecesario. 
Me conecté a la red y contrario a la costumbre no abrí el Mail, sino que fui directamente al sitio de la aerolínea. Seguí las instrucciones del contrato y activé mi cuenta. Casi perforo la tecla del Mouse tratando de refrescar la pantalla para ver el valor actual. El vacío en el estómago me indicó que era el momento. Un millón. Ni una más ni una menos. 
Saqué del bolsillo el papel con la lista de lugares que cargaba desde que me enteré del premio. Doblado en cuatro partes iguales, contenía la esencia de mis sueños. Un listado ajustado, ordenado y detallado propio los distintos destellos de mi mente organizada. Mis lugares soñados. Clásicos, casi aburridos.
Abrí una planilla de cálculo y cargué las ubicaciones de los lugares que ansiaba visitar, los organicé de acuerdo a la ubicación buscando minimizar la cantidad de kilómetros necesarios para canjear. En una columna los lugares, en la otra los kilómetros. Luego de tres horas me estiré en la silla, a gusto con el resultado. Con casi la mitad de los puntos consumidos, lograba tocar todos los destinos de la lista. 
En otro arranque de imprevisibilidad, volví a la ventana con la página de la Aerolínea e intenté canjear el primer tramo. Mi absoluto desconocimiento sobre el tema me permitió completar con la fecha más simple de imaginas. De inmediato. Como no había disponibilidad, volví a probar con el día siguiente. No me sorprendió en ese momento que hubiera un lugar disponible. Supuse que viajar solo hacía más fácil encontrar un lugar libre. Narcotizado por la facilidad de la compra, me dejé llevar y completé la reserva del recorrido tal como lo imaginaba. El cuerpo me tembló por tan solo pensar en que viajaría en avión por primera vez. 
De pronto me di cuenta que restaban doce horas para la salida del vuelo. El viejo “Yo” retomó el control. Comencé a preparar la valija; algo de ropa. Sólo lo necesario. Ni un solo espacio libre, de acuerdo a las recomendaciones que encontré en línea. Consulté otra vez la impresión recién hecha con las instrucciones respecto al equipaje. Dos bultos de veintitrés kilos. Uno más de lo que necesitaba. La idea era viajar ligero. Lo necesario para moverme rápido y sin demasiadas restricciones. Un bulto de mano, podría ser una mochila. La cámara de fotos y un par de cosas de primera necesidad, más que suficiente.
Dormí inquieto. Tal vez por el nerviosismo de mi primer viaje internacional, o tal vez sólo por romper la rutina. Desperté diez minutos antes de lo normal, aun quedaban algunas cosas por organizar. Revisé la cámara de fotos, funcionaba bien. Cargué varias tarjetas de memoria. Después de imprimir los tickets electrónicos de la aerolínea, caminé unas pocas cuadras hasta el banco y retiré de mi cuenta parte del dinero que precavidamente había logrado reunir gracias a una vida austera. 
La mañana se me deshizo en jirones y el mediodía casi me toma por sorpresa mientras aseguraba los hoteles para los primeros destinos. El resto los haría durante el viaje, aunque me costara una úlcera. Corrí al aeropuerto después de dejarle las llaves de la casa a un vecino y prometerle llamar de vez en cuando para confirmar que todo estaba en orden. Pasé los controles de rutina sin mayores sobresaltos y esperé con ansias el poder montarme en uno de esos cacharros. La realidad fue menos idílica que la imaginación, como de costumbre. Un cosquilleo en el estómago y allá fuimos, estábamos en el aire. Un vuelo sin sobresaltos. Un vuelo tranquilo.
A partir de ese momento, la realidad se convirtió en una suerte de sueño, enmarcado en datos e imágenes que sólo a lo largo del tiempo lograré descifrar por completo. Un poblado de piedras abandonado, una ciudad de islas y canales, pirámides en medio de la selva o rodeadas de arena, un anfiteatro en ruinas, una torre en simetría, una catedral de infinitas  caras, islas de agua transparente, extensas piscinas de reflejos barrocos y una isla de acero y vidrio.
Volví tres meses más tarde, mareado por una experiencia sin igual y por el torbellino de recuerdos. Sin avisar a nadie, me recluí en casa a descansar. Dormí cerca de catorce horas corridas, sin siquiera abrir los ojos. El primer descanso real en mucho tiempo. Desperté aturdido, sin saber dónde estaba, confundido por la oscuridad de la habitación y despistado después de haber recorrido tantas habitaciones y horarios. Finalmente estaba en casa. A salvo y lleno de recuerdos.
Con cierto pesimismo y el presagio de una catástrofe certera, busqué el bolso de la cámara, convencido que cuando intentara recuperar las fotos, ninguna tarjeta sería legible y así el cúmulo de recuerdos que entonces me superaba se desvanecería como arrastrado por la corriente de un río invisible. Como ocurrió durante todo el periplo, la desgracia que intuía no se concretó y una vez más, quedé sorprendido y aliviado. Las miles de fotos se descargaron cual cascada multicolor. Diversos ángulos, diversas combinaciones de aperturas y velocidades, diversos filtros, diversos horarios e iluminación para los mismos sujetos. Lo que fuera por asegurar un puñado de fotos perfectas.
Pasé el día encerrado. Leyendo algunos mails y organizando la monstruosa cantidad de imágenes. Las que contenían algún defecto insalvable, cayeron bajo el poder de mi dedo sobre el temido “delete”. El resto quedaron en espera de ser revisadas, retocadas y mejoradas. No hubo otra actividad ese día. No hubo llamadas telefónicas ni otro comportamiento social. Sólo vagué por la casa envuelto en una niebla de irrealidad. No pasaron muchas horas hasta que el sueño finalmente me venció.
La mañana siguiente fue diferente. Me desperté en cuanto asomó el sol, lleno de energía, centrado y enfocado en lo que seguía a continuación. Me senté frente a la computadora y me zambullí en la cuenta online de la aerolínea. Leí algunas líneas y al final encontré la opción para cancelar la cuenta. El sistema insistió en que revisara antes de borrar la cuenta. “Aparentemente quedan algunas kilómetros en la cuenta”. Ya lo creo, pensé con una sonrisa. Como medio millón. Hice click en “Aceptar”. Una ducha rápida y me vestí formal. Conduje hasta el la oficina y comuniqué mi retorno definitivo. 

sábado, 10 de noviembre de 2012

Fraude


Esperé sentado frente a las oficinas de “Crédito Federal” intentando dominar la bronca que me hacía rechinar los dientes. La carpeta de papel en la mano izquierda contenía la información que había logrado recopilar sobre el asunto; en la derecha el viejo y despintado Nokia que se negaba a dejar correr los minutos. Las 9:00am. En punto. Volví a controlar la entrada. Continuaba cerrada.
Me vi obligado a esperar otros seis minutos hasta que llegó el primero de los empleados. Lo vi pararse junto a la puerta. El guardia se asomó detrás de la persiana americana. Después de él comenzaron a aparecer empleados de todas direcciones. Los pude reconocer con facilidad por sus trajecitos grises y camisas blancas. Tan insulsos, tan aburridos.
Entré como un ladrillazo por la puerta de blindex. Poco me faltó para atravesar el vidrio sin molestarme en abrirla. Encaré al primer muchachito de gris que encontré tras una computadora y me encargué de meterle tanto miedo que en pocos minutos estaba detrás del gran escritorio de madera sólida, con un café en la mano y un un puñado de empleados alrededor entrando y saliendo con papeles e impresos de computadora. Me mostraron el legajo. Según los papeles, yo había sacado un préstamo de treinta mil pesos. Personal, o impersonal mejor dicho. Lo único que tenían era una fotocopia de mi Documento de Identidad y un impuesto de la casa. Las firmas eran apenas parecidas. Traté de comprender cómo les era tan fácil entregar treinta mil pesos a cualquiera. El problema era que según su retorcido punto de vista, ahora era mi problema pagar la deuda.
Continué revisando el puñado de papeles que acumulaban bajo mi numero de cliente. Todo se veía pulcro y sin errores, excepto que alguien se había llevado los billetes que ahora me reclamaban con ayuda de unos diligentes abogados. Busqué indicios de quién podía ser el responsable. Demandé saberlo. Supliqué saberlo, pero al parecer nadie podía encontrar ninguna pista. Al final, se disculparon y me dieron a entender con gentileza que no había nada que indicara que yo mismo no había recibido el dinero. La operación figuraba en efectivo. Sin mayores detalles. 
La solución era que presente una nota desconociendo la deuda. Una nota. Podía imaginarlos reunidos alrededor de la nota, ahogados por las carcajadas y arrodillándose para no caerse al piso.
En la desesperación previa a que me obligaran a salir, alcancé a manotear un una porción de un post-it con unos garabatos. Me quedé parado en la vereda tratando de interpretar lo que contenía. Números. Una sigla. No soy muy inteligente, ni creativo, pero lo primero que pensé fue en un número de cuenta y el nombre de un banco. O un número de teléfono y el nombre de una persona. Resultó ser la explicación más simple, como casi siempre. Era la segunda opción. Me tomó sólo unos pocos minutos y una llamada a un viejo amigo, amo y señor de las redes. Junto con el teléfono y el nombre, apareció una dirección. Contra toda lógica, decidí tomarme un taxi y hacerle una visita al Sr Bartolomeo Mujica. 
El viaje fue corto, hasta un barrio cercano al centro. La casita se veía bien, pequeña pero bien cuidada. Toqué el timbre sin saber lo que iba a decir. Por un momento esperé que nadie contestara para tener algo de tiempo para pensar. No tuve tanta suerte. De inmediato, se asomó una mujer joven. Bastante bonita y con mucho potencial. Me preguntó que quería y le contesté que buscaba al Sr. Bartolomeo, como si lo conociera. Noté una ligera mueca atravesar su rostro en cuanto nombré al tipo. Al principio creí que era causada por un dejo de tristeza, pero luego tomé supe que se trataba de pura y simple bronca contenida. Aparentemente, Don Bartolo había estafado a más de uno, y la semana anterior la policía lo había invitado a visitar sus instalaciones por un largo periodo. Un problema con una chequera extraviada, según entendí.
Ella se disculpó conmigo y de inmediato me invitó a pasar. Con una taza de té en la mano, esperé mientras ella buscaba algo que no entendí bien de que se trataba hasta que volvió. Según me explicó, acababa de descubrir un cuaderno con las anotaciones de su (ex)novio. Un detallado tratado sobre las más variadas estafas. Cheques, tarjetas de crédito, celulares. Las mil maneras de joderle la vida a alguien.
Me preguntó cuanto me había robado. Le di la cifra y se mantuvo unos segundos en silencio. Preguntó la fecha en que había sido la operación. Buscó en el cuaderno. En esa fecha solo existía un registro. Treinta mil pesos. Al costado, un comentario escrito en rojo: Tailandia. Lo leí por encima del hombro de la chica y me quedé mudo esperando una explicación. Fue muy simple, mi dinero había comprado los paquetes turísticos con los que el tipo esperaba recuperar una relación condenada.  
Es increíble la cantidad de información que una chica avergonzada puede darle a un completo extraño. Supe además que la fecha del viaje; no sería hasta dentro de tres semanas. Una lástima que Bartolo iba a estar bastante ocupado como para viajar.  Mientras hablábamos ella siguió revisando el cuaderno sin mucha convicción, al final, encontró un grupo de hojas impresas dobladas en dos. En ellas estaban los tickets electrónicos, las reservas y las confirmaciones para el viaje. Ella me miro a los ojos y extendió las hojas hacia mi en un gesto de disculpas. Ahí estaba mi dinero, treinta mil pesos reducidos a una pobre impresión en colores. Tomé las reservas y después de otra infusión me fui a casa con una mezcla de alivio y decepción. Esa noche me acosté temprano, cansado y algo aturdido. 
Después de más de tres horas de ser ignorado por el sueño, dejé la cama rumbo a la cocina. Pensé en tomar algo caliente, pero finalmente opté por por una generosa medida de whisky. Minutos después me serví otra, para darle una mano al sueño, pero tampoco ayudó demasiado. Volví la mirada y los impresos seguían sobre la mesada, junto al teléfono. Me dejé llevar por el impulso que había estado reprimiendo. Marqué los diez números y esperé. No supe que decir y las palabras solo  brotaron: "Es más fácil cambiar nombres que recuperar el dinero... Y es más fácil cambiar uno que dos nombres. ¿Vamos?"

domingo, 3 de junio de 2012

Equipaje

Mi naturaleza en extremo precavida me obligó a repasar la lista, aunque conociera cada ítem de memoria. Revisé por ultima vez la maleta recién comprada, solo para asegurarme que tuviera las dimensiones correctas. No había conseguido la misma marca, y no quería correr riesgos. Le quité las etiquetas y el plástico protector. Hora de empacar.

Siguiendo el orden de manera rigurosa, empaqué cada uno de los elementos del inventario. Un traje, cinco camisas, cinco calzoncillos, cinco pares de medias, un par de zapatos, un par de zapatillas, tres remeras, una campera y unos pantalones; además de unos cuantos accesorios. Todo nuevo, a estrenar. Después de tildar el ultimo punto, dejé el papel sobre la ropa antes de cerrar la maleta. La etiqueta de la valija ya tenia mi nombre y en la esquina superior derecha le agregué un diminuto "7". Di unas vueltas por la habitación para un último e innecesario control. Todo en su lugar. Revisé la billetera. Tenía algunos dólares, suficientes para moverme. Sólo restaba cargar el pasaporte con el Boarding Pass doblado en su interior.

El viaje al aeropuerto fue mas rápido de lo esperado, gracias al poco tráfico y a un taxista despierto. Llegué a la puerta de embarque con el tiempo justo. Una fila corta y poco problemática me dejó en el avión en pocos minutos. Un suave despegue, café con galletas y estaba a un paso de la conexión. Releí la tarjeta de embarque como para asegurarme de tener el correcto. "BKK", increíble. Finalmente, después de cientos de viajes me tocaba el turno de conocer Tailandia. Solo una semana y con la mayor parte del tiempo consumido por interminables reuniones, pero algo siempre es algo.

Salí del avión algo aturdido por el interminable viaje. Me alejé del área de equipaje sin molestarme en buscar la maleta. Aunque me quedara hasta marearme de tanto ver girar valijas, la mía jamás aparecería. Me acerqué al mostrador de la aerolínea con el pasaporte en mano y reclamé por mi equipaje perdido. Preparado, le dije a la amable agente que no tenía ticket, pero que con gusto esperaría a que revisara por el nombre. Volvió un par de minutos mas tarde cargando una maleta. Controló los datos con la identificación y acto seguido me la entregó. Pude sentir el cosquilleo de emoción en el estómago, mientras la giraba en busca de la etiqueta. Era la número "5".

domingo, 25 de septiembre de 2011

Ascensor

Caminé a pasos largos por las calles de la ciudad enfurecida tratando de escapar de las garras del viento. No pude más que maldecir mi estúpido optimismo, esperaba se materialice el clima primaveral que había imaginado al vestirme; pero de alguna manera, me encontré caminando con mi nuevo traje veraniego en medio de una ventisca polar.

Llegué al juzgado casi media hora tarde, pero me sentí casi aliviado al recordar la tolerancia a los desmanes horarios de nuestro sistema judicial. Logré escabullirme entre la multitud del ingreso sólo para descubrir que debía formar una fila para montarme en el ascensor. Nueve pisos, pensé. Sumando mi estado físico deplorable a la cantidad de escalones, el único resultado probable era llegar jadeando y transpirando como cerdo. Imaginé a los funcionarios atravesándome con sus miradas acusadoras por culpa de la frente sudorosa. Opté por la fila y el ascensor.

Volví al frío del exterior y recorrí unos cincuenta metros de gente deseosa de huir despavorida. Esperé allí a la intemperie. Avancé unos pocos pasos y seguí esperando. En pocos minutos pude descifrar los tormentos reflejados en los rostros ausentes. Mejor imposible, pensé. Acá estoy y allá voy.

Solo cuando estuve a unos pocos pasos de treparme al ascensor, alcancé a ver una de las causas de tan poco dinamismo en el ingreso al edificio. Dentro del ascensor, un (llamémosle) ascensorista sentado en una silla improvisada y ocupando el espacio equivalente a por lo menos tres personas. Si a eso le sumamos la estudiada lentitud de sus movimientos, se convertía en un patético ejemplo del asqueroso derroche de tiempo y dinero, propio de las decisiones surgidas de las entrañas putrefactas de la burocracia. Un rostro de mirada ausente, haciendo equilibrio entre el vergonzoso aburrimiento y la depresión suicida. Apenas respondía a los saludos de sus pasajeros al montarse al aparato con un sonido nasal ininteligible.

Esperé unos pocos minutos más, verificando la hora a un promedio de dos veces por minuto. Final del tiempo de descuento. Las puertas se abrieron y las personas que tenía delante mío en la fila se abalanzaron dentro de la caja metálica. Los seguí de cerca pero me encontré con la señal menos esperada. Una palma extendida hacia mi rostro. Interpreté que la máxima cantidad de ocupantes había sido alcanzada, o al menos la que el procedimiento indicaba. Antes de ver la puerta cerrase ante mis ojos, pude comprobar que el ascensor no era otra cosa que un aparato automático, tan común como un día soleado y donde hasta el más estúpido podría presionar el botón correcto que lo lleve al piso deseado. Supuse que se les habían acabado los las computadoras, los sellos y las ventanillas y aun quedaba gente para ubicar.

Finalmente las puertas volvieron a abrirse. Esperé impaciente la salida de algunos trajeados. Aliviado por el final de la demora, di un paso largo, controlando el deseo de saltar adentro. La palma extendida volvió a impedirme al paso. Sorprendido, barrí el lugar con la mirada. Vacío. Volví los ojos hacia el funcionario en busca de respuestas. "Voy hasta el subsuelo" me dijo con un graznido. Le expliqué que no tenía problema, que bajaba con él y luego subiría; necesitaba abandonar la inmovilidad. "¡Voy hasta el subsuelo!" repitió cruzándome el brazo a la altura del pecho e impidiéndome el ingreso. Dando un paso atrás y con el rostro ardiendo de la bronca, volví a ver las hojas de la puerta cerrarse ante mi. No miré a nadie. Esperé. Segundos mas tarde las puertas se abrieron. Nadie, excepto el maquinista. Entré sin contratiempos y le proporcioné la compleja indicación de mi destino: "9". La ejecutó sin inconvenientes.

Con algunos minutos de retraso, alcancé las oficinas en la que varias personas me esperaban inquietas. El tiempo fluyó con suavidad. Terminada la audiencia me despedí de todos y me alejé rumbo a la salida. Me paré frente al ascensor y estuve a punto de quedarme a esperar. Me limité a sonreír y bajé trotando por las escaleras.

sábado, 22 de mayo de 2010

Cazador de Noticias

Estimado Sr Director:

Durante los últimos veintiocho días me mantuve encubierto dentro de las instalaciones de la Empresa Gigantic World Electronics como parte de la investigación que accedí a preparar para su diario.

En principio, se suponía que debía investigar la escalada de suicidios ocurridos en los últimos cinco meses dentro de las instalaciones de le empresa. Lo hice. Por casi un mes me mezclé entre los trabajadores, soportando las interminables jornadas de penoso y ultra repetitivo trabajo.

Las conclusiones a las que he llegado son las siguientes:

1) No hay nada en el agua, ni en la comida que predisponga a los empleados al suicidio. Al menos esa es mi impresión. Eso y que los guardias y supervisores comen exactamente lo mismo. Ninguno de ellos lo ha intentado.

2) No encuentro ningún indicio en que el ambiente de trabajo sea el causante de tan extremos comportamientos. Conociendo otras empresas del rubro, puedo decir que las condiciones de trabajo son similares. Dormitorios impersonales y compartidos, magra comida, largas horas de trabajo y poca recreación.

En este período, otras treinta personas han intentado terminar con su vida. La mayoría de ellas, como sabrán, lo ha conseguido. En la última semana, supuse que yo mismo podría ser víctima de este extraño comportamiento, pero la realidad negó esta hipótesis.

Sólo resta expresarles mi preocupación respecto a un particular indicio. Ayer, cuando intenté retirarme de las instalaciones, el personal de seguridad me lo impidió. Más extraño aún, es que me lo impidieron tanto antes como luego de saber que no era un trabajador sino un miembro de la prensa.

Finalmente, espero que reciban mi nota y pronto tener noticias de su parte.

jueves, 15 de abril de 2010

La tarde que conocí a Waters

Hace una semana que llegué a París en busca ganar algo de tiempo. Tiempo sin tomar decisiones, para de seguir con mi vida errante. Me gustó ademas la idea de visitar a Santi después de tanto tiempo. Aprendí de niño que es de mala educación rechazar la invitación de tu mejor amigo, y claro, no tengo otra cosa que hacer.

Santi es uno de esos tipos genios que utilizan sus habilidades para crear obras memorables sin atarse a ninguna regla o formalismo. Un artista. Hace 5 años, cuando dejamos el secundario, comenzó a crear diseños artísticos y páginas web, hasta convertirse en un reconocido artista del ciberespacio. Al principio, lo hizo en forma de pasatiempo; hasta que luego se convirtió en (casi) una leyenda mundial. Nunca estudió formalmente. No fue a la facultad, ni algo parecido. Sólo lo hizo. Hace tres años, se mudó a Paris para trabajar a tiempo completo para algunas compañías de Alta Costura. La magia de internet, diría yo.

Esta mañana nos levantamos a eso de las diez. Sin sobresaltos. El trabaja con sus propios horarios y yo no tengo nada que hacer. La combinación perfecta. Mientras desayunábamos, Santi revisaba sus mails. Ni siquiera sentado a la mesa dejaba su Laptop. Cerré los ojos un instante y respiré hondo; el aroma del café, penetrante; las croisant tibias, gloriosas.

De pronto, él se inclinó sobre su notebook con los ojos muy abiertos y una inconfundible expresión de sorpresa.

- ¡¡¡Nooo!!! No te creo...

- ¿Qué pasó? – le pregunté sobresaltado.

- Pará un segundo. Dejame leer...

Sus ojos se movían de un lado al otro, recorriendo la pantalla sin pestañear. Cerró la computadora con estruendo y corrió hasta su dormitorio. Volvió unos segundos después con el celular en la mano. Marcó. Su excitación crecía. La barrera idiomática dificultó la tarea de comprender el motivo, el francés no es mi fuerte, pero alcancé a rescatar algunas ideas.

- Estás seguro?... ¿Hoy? ¿Y cuál es la idea?... ¿Oficial?... ¡Claro que me interesa! Ok. ¿A que hora? Listo

Se volvió para mirarme con una sonrisa exagerada. Sus ojos brillaban de felicidad. Me recordó el día en que vendió su primer trabajo. Algo grande ocurría y por alguna razón se propuso hacerme el día imposible.

- Me vas a contar ahora o no? - Le rogué.

- No lo vas a creer... no lo vas a creer....

- Dale, dejate de joder y contame lo que pasa.

- No. Hoy a las cuatro te voy a dar la sorpresa de tu vida.

Dicho esto. Se dedicó durante varias horas a preparar sus equipos. Dos pantallas enormes de LCD, dos computadoras, una notebook, equipos de audio y pilas de discos. Se movía frenéticamente, seguro de lo que hacía. No fue difícil adivinar: compilaba una presentación.

Desde un principio, le di una mano con los preparativos. Si mi amigo necesitaba ayuda, eso tendría. Me limité a seguir sus indicaciones y mover equipos de un lado a otro de su Living. Instalamos las pantallas frente a un enorme sillón de cuatro cuerpos y las computadoras al costado. Santi, al final se dedicó a revisar discos. Probó varias presentaciones, proyectó diseños extraños sobre las pantallas, a tal velocidad que se me hacía imposible seguir los dos monitores a la vez. Solo él comprendía. Hasta ese momento, no había logrado que me contara lo que ocurría. Cada vez que le preguntaba, se limitaba a mirarme y decir:

- Sopresaaa... no sería una sorpresa si te cuento. No?

- ¡Andá a cagar! - Le respondí cada una de las veces.

A eso de las tres de la tarde, controló algunos detalles en el equipo de sonido, puso un disco de Peter Gabriel y ajustó el volumen hasta un nivel apenas tolerable.

- Listo. - Me dijo sin mirarme - Me voy a pegar una ducha. Ya vuelvo.

- Viene alguien groso, no?

- Que perceptivo que estás hoy...

- ¡Boludo! Deja de joder y decime.

- No, ya vas a ver.

- ¡Andá a cagar!

De inmediato desapareció rumbo al baño. Al rato, volvió completamente renovado. Ropa medianamente limpia, algo peinado y hasta noté un dejo a perfume. La cosa venía en serio. No había dudas. Convencido, y antes que el me lo pidiera, corrí a hacer lo mismo. La visita debía valer la pena.

A las cuatro en punto, sonó el portero. Santi corrió como loco hasta el aparato y atendió. Colgó y me volvió a mirar como si estuviera preparando la mayor de las bromas del mundo. ¡Y que broma!

Unos pocos segundos después, tocaron a la puerta con tres firmes golpes. Mi amigo caminó hasta la puerta, respiró hondo y abrió. La figura atravesó el vano de la puerta, vestido de negro, de cara gentil y eternamente despeinado.

- Hello, Mr. Waters. Nice to meet you.

- Hello, hello. - Dijo el visitante mirándonos a ambos.

Por suerte ando bastante bien en ingles, por lo menos lo suficiente como para mantener una conversación decente.

- Por favor, tome asiento.

- Thank you.

- En verdad me sorprendió su contacto.- Arrancó Santi. - Nunca pensé que podría tenerme en cuenta para crear su nuevo Sitio Oficial. Ah, le presento a mi... socio, Esteban Romero. Esteban, te presento a Roger Waters.

- Ehhh... es un honor... conocer... conocerlo, señor. - He ahí mi entrada triunfal. Conocía al más grande compositor de nuestra era y tartamudeaba. Adiós a la primer buena impresión.

- Don't look so surprised. Now I'm only a man. - Con voz pausada y calma.

- Por aquí, tome asiento Sr. Waters.

- Don't... - Le contestó cortante Mr. Pink Floyd, levantando su mano en señal de protesta.

- Roger, si asi lo prefiere. Quiere algo para tomar? Café, Te o gaseosa?

- Ohh, No... No, Thank you. Don't think I need anything at all.

- Ok, entonces vamos a comenzar con el trabajo, supongo que prefiere ir directo al grano. Si quiere, podemos comenzar con una presentación de los trabajos más destacados del último año.

- It's a busy day... And if you don't mind... Go to the show. Speak to me please.

Durante unos minutos, ambos monitores dibujaron una serie de increíbles presentaciones. Algunas alocadas y casi sin sentido, otras minimalistas y sobrias. Sitios famosos, glamorosos, otros no tanto. La música acompañaba cada una de las imágenes en perfecta comunión. Genial.

Roger observaba en silencio y sin moverse. Atento al detalle. En ningún momento logré ver alguna expresión en su rostro que indicara su opinión hasta el momento.

De pronto, tomé conciencia que frente a mi se encontraba uno de los mejores músicos de la historia. Olvidé al instante lo que veía en las pantallas.

Desde que tengo memoria, mis diferentes “maestros musicales”, me acercaron a los extraños, complejos y fantásticos sonidos de Pink Floyd. Durante mi adolescencia, esas enseñanzas tomaron forma en una especie de idolatría enfermiza. Casi no escuchaba otra cosa que Pink Floyd o temas de Roger Waters.

El “Gran Creador”, aquella figura inalcanzable, estaba frente mi. Tenía la oportunidad de hacerle todas las preguntas que quisiera, o al menos las que él me permitiera. En cambio, estaba mudo. Aterrorizado. El pibe de pueblo se hacía presente en mi para hacer peligrar esa única oportunidad. No podía arriesgarme a decir alguna estupidez y así arruinar la segunda impresión, por lo que me limité a escuchar.

- Bueno, hasta aquí llega la primer parte de la presentación. Una pequeña selección de algunos de mis trabajos para la industria de la moda. Desgraciadamente, no tengo nada relativo a su... industria. Que le pareció?

- What a surprise! It looked quite good, But, The music was too loud. - Sentenció Waters.

Ouch!!!, pensé en silencio, mientras miraba a mi amigo transpirar. Me imaginé un boxeador asustado recibiendo un cross de derecha en la mandíbula.

- Si? Disculpe, pensé que probablemente podría preferir una buena ambientación musical. Sólo le quiero aclarar, que no utilicé ninguna de sus obras porque...

- And I didn't care. This Spanish music?

- Argentina. El artista se llama Gustavo Cerati.

- To remember. Thank you.

- Concretamente, que quiere lograr con este nuevo sitio? ¿Cuál es el objetivo principal? –

La primer parte de la presentación había concluido. Era hora de recavar información. Yo continuaba rígido en un rincón, temeroso y expectante.

- I want to tell you a story. - Respondió Roger con lo que aparentaba ser divagaciones de un genio. - Life is a short, warm moment. Some men die. And I think I'm growing old. Who knows what will be waiting for me? I've got things on my mind.... I had a dream. Going round and round my brain. The memories of a man in his old age... This species has amused itself to death... I'm not saying that the battle is won. But, Can't stop. Don't say it's the end of the road. I know that I'm only dreaming. Deep in my dreams. No, this is not a bad dream.

- Ok. Entiendo.- Mintió Santi - Cómo le gustaría plasmar ese concepto? Esto va mucho más allá de la música. Serán imágenes y sonidos en particular? o Eso queda a mi criterio?

- Don't expect me to stay, you're on your own. Make 'em feel ok. Make 'em laugh, Make 'em cry, Make 'em pay, Make 'em stay.

- Cuando dice “hacerlos pagar”, se refiere “Contenido Pago”?

- For me? ¡No! Don't make us laugh, you're a smart kid. Give Birth to a Smile.

- Entiendo, claro.

- Posiblemente, podemos aplicar los principales mensajes de su obra o de aquellos que quiera transmitir. - Sin filtro, las palabras fluyeron de mi interior con asombrosa velocidad desde lo más profundo. - Apoyado por un fuerte componente audiovisual seleccionado de sus canciones, con imágenes relativas a los temas a desarrollar. Sombrío. Poderoso y sin piedad.

- What does it mean? Tell me more.

- Lo que quiero decir, es que tenemos que aprovechar la poderosa imagen que tiene con respecto a las duras críticas contra las guerras, la opresión, la religión, el consumismo, el poder, los poderosos y la televisión como medio de ejercer el control. - Debo reconocerlo, estaba desbocado.

- I think there's something good on. Isn't it good?- Preguntó Roger a Santi que tenía los ojos clavados en mi. Incrédulo.

- Creo que es perfecto. Podemos desarrollar ese concepto desde el punto de vista multimedia. Crear algunos Drafts completamente diferentes, pero con el mismo mensaje. Que le parece?

- Good. If you think it could look good. Then I guess it should.

- Roger, que opinas a cerca de los colores que te gustaría que dominen el sitio? Cuál es tu preferencia? – Santi retomó el control de la entrevista.

- It's red and black... Black and blue... Pain is red… - mientras decía esto, dirigió sus ojos hacia mi. - Is this not what you expected to see?- Roger Waters estaba pidiendo mi opinión. No podía ser real!!!

- Los tres colores me parecen perfectos. Hay mucho para hacer con ellos.

- Solo hay que considerar la proporción equilibrada. Que refuerce el mensaje. Que cause impacto. - Agregó Santi. En ese momento supe quería asegurarse de dejar bien claro quién era el artista. Aunque no había duda.

- Quiere que parte del Sitio incluya algo sobre Pink Floyd?

- Oh, no! It's all in the past. History is for fools. Live for today, gone tomorrow, that's me, HaHaHaaaaaa!

- Jeje. Entiendo, no quiere crear un Sitio estandard, con uno exagerado enfoque sobre el pasado.

- Of long past thoughts and memories? Oh, no. Thank you.

- Biografía? - Santi seguía tomando notas y errando malamente las preguntas. Debo reconocer que para genio, pifiaba bastante. Pero bueno, ya se ha escuchado que muchas veces, lo que sobra de talento en algunos aspectos, falta en otros en la misma proporción.

- What does it mean? Why can't you see? You're going the wrong way. I'm alive! Let's try it another way.

- ¿Prefiere tomar algo ahora? ¿Alguna bebida fresca? Tal vez una cerveza... - Claramente era él quien necesitaba una bebida fresca para recuperar la compostura.- Un té? - atinó finalmente.

- Good. Thank you.

- Un minuto. Ya vuelvo con las bebidas.

Santi caminó con rapidez hasta la cocina. Se lo veía un poco nervioso. Contrariado. Supuse que era porque había pifiado varias de las preguntas, aunque algo me decía que no le agradó mi intromisión o tal vez que no fuera a buscar las bebidas. “Roqelio Aguas”, como le llamábamos en broma con Santi. Tenía que aprovechar el momento. Cruzar algunas palabras con él. Mi mente estaba bloqueada. No se me ocurría nada inteligente que comentar o preguntar. La elocuencia del principio desapareció. Y las palabras se alejaron de mi mente. No me di por vencido.

- Viene seguido a París - Aún antes de terminar la pregunta ya me lo reproché. Idiota, pensé, tengo en frente mío al mayor compositor de nuestra era. Un genio. Uno de los críticos de la sociedad moderna más ácidos e incisivos … ¿Y le pregunto, eso?

- Oh, no. I like to be here when I can... But, never seem to find the time. Too busy mixing politics and rhythm.

- Con seguridad lo sabe, -intenté recuperarme cambiando el tema.- pero creo que su mensaje ha llegado hasta lo más profundo de sus fans. Ha logrado que varias generaciones analicen profundamente la realidad en la que vivimos. A descubrir que han sido transformados en piezas de utilería, dentro de este gigantesco juego de mesa que tanto divierte a unos pocos.

- Another time, another day, but people and places don't change...

- Es verdad, no importa cuantos ejemplos busquemos... todo se repite una y otra vez. En cada lugar del planeta... Uno no sabe que pensar. Quién está en lo cierto? Quién se equivoca?

- Right or wrong is difficult to say. But, look around. Day after day. We pretend it's all right, Hiding around on the ground. Running away. Wandering and dreaming. So fuck all that. I said, fuck it then. – por un momento pensé que iba a golpear la mesa.

- Lo entiendo. Ud intenta cubrir todas las injusticias del mundo.

- But, I don't fit, And I have to admit. I feel alien and strange. Because I'm only coming along for the ride, But I'm looking for thrills.

- Lo envidio. Cualquiera podría decir que lo tiene todo, y que ya no tiene por que luchar. Pero sin embargo se mantiene activo. Sin dejar de actuar en las sombras. O diciendo en sus letras lo que pocos se atreven a retratar.

- Envy is the bond between the hopefull and the damned. The ravens all are closing in. And there's nowhere you can hide…

- Le molesta que le haga otra pregunta?

- Oh, no.

- Desde hace años, mientras escuchaba una y otra vez sus temas, me preguntaba sobre lo que quiso decir en determinadas construcciones literarias. En definitiva, me intriga saber su opinión respecto a ciertos temas que Ud critica con dureza. Como por ejemplo Dios. A la religión.

- Christians, Moslems, Hindus, Jews And every other race, creed, colour, tint or hue. Get down on their knees and pray. Can't you see? Man is a tool in the hands Of the great God Almighty.

- Yo en cambio me pregunto cada día si Dios existe…

- No matter what you say. Just give me confirmation. Facts and figures.

- Pero, no es Dios una creación del hombre como medio de control?

- And when you loose control…

- El invento te controla a ti, no es a eso a lo que se refiere?

- What God wants, God gets. Who can help us to be free? God only knows... I can't think what to say.

- Y como evito caer en la eterna discusión?

- Hide your head in the sand. – Ouch, el sarcasmo me caló hondo. - Everybody's searching for something they say. Some frightened and lost. And some unlucky ones, Most of them dead, the rest of them dying. Looking for somewhere to sleep, A little place of their own. Waiting. Waiting for the dawn to come, And the warm light.

- Y al final quién tiene la razón? Los que buscan o los que prefieren negarlo?

- There is no right, no wrong. It's only dogma

- Cierto, no podemos discutir lo que no podemos probar. Nos pasaremos cientos de años en la misma discusión sin llegar a nada. Como en la historia del terrorismo. Quién tiene que ceder? Los terroristas? O los que se mofan de cazarlos?

- Don't be afraid, it's only business.

- Cuánta razón Roger. Cuánta razón. Todo es un gran negocio. Las guerras las religiones de hoy y las instituciones. Lo que me sorprende es que aún quede algo en pie. Cada vez estamos más cerca de destruir nuestro mundo. Ya sea por acción o simplemente por extraer hasta la última gota de vida de este bendito planeta.

- It's a miracle. Another miracle – En ese momento se paró de repente. Como expulsado del sillón que ocupaba. - Should we stop for a while?. I've had enough for one day.

- Claro. – respondió rápidamente Santi. Dejando a un lado el te como si ya no importara – Algún comentario?

- All I want to tell you, Is count me in on the journey.

Su extraño comentario selló el acuerdo. No hizo más referencia al trabajo, al contrato o al costo. Sólo aclaró que “Su Gente” nos (si, dijo claramente “nos”) contactaría. En ese momento faltó poco para que mi corazón se detenga. No quiero imaginarme la emoción de Santi. Aprovechando que Roger realizó un llamado con su celular, nos dedicamos a comentar algunos puntos clave, en español por supuesto, y así nos olvidamos por un instante del invitado de honor que caminaba a pasos lentos por el living mientras hablaba, y por poco nos cuesta caro. Santi llegó a escuchar parte de lo que nos dijo luego de colgar, pero ante la duda, decidió pedirle educadamente que lo repita.

- I said, would you like to come with me? – leí amabilidad y gratitud en su rostro. Increible Roger Waters, agradecido y satisfecho, nos invitaba a acompañarlo.

- Con Ud? Claro, - contestó Santi – claro que si. Si no le molesta.

- I don't know why.

- Bueno. Ud. es Roger Waters, desde siempre lo hemos admirado. El mucho más que yo, debo reconocer. Pero, lo que quiero decir es que ha sido un honor y una sorpresa para nosotros.

Roger primero lo miró a Santi, luego a mi. Sonrió levemente. Caminó hasta la puerta y antes de salir volvió la mirada hacia donde estábamos y agregó:

- You ain't seen nothing yet.

Nota: Cada uno de los diálogos simulados de Roger Waters (en inglés) corresponde a versos completos de las letras de las canciones compuestas por el músico... a quién por cierto considero uno de los mayores músicas de la historia.

jueves, 28 de agosto de 2008

La Máquina de Café

Llegué a la oficina temprano, lo que me permitió caminar relajado rumbo al cuchitril donde se reúnen las máquinas de café, gaseosas y bocadillos. El perfecto espacio para los descansos; oscuro y deprimente. Afortunadamente, no había nadie con quien compartir el lugar. La calma antes de la tormenta. Luego de colocar mi tarjeta en la máquina presioné el selector “Menos”, hasta leer “SIN AZUCAR”. Sin darme cuenta, continué presionando la tecla “Menos” mientras mi mente viajaba. Presioné al mismo tiempo la correspondiente a “Café Largo”. Nada ocurrió. Presioné “Café con Leche” para probar. Una luz amarilla que nunca había visto, parpadeó en el visor. Un particular pitido casi imperceptible. La máquina vibró, mugió y los engranajes chillaron. Silencio. Levanté la tapa y retiré el vaso. Antes de llevármelo a la boca, el extraño aroma me alertó. Lo probé con desconfianza. Inexplicablemente rico, con un dejo a… ¿Whisky y canela? ¡Estaba tomando un café Irlandés en la máquina de la oficina! ¡Glorioso! Uno de los mejores cafés que había tomado en mi vida. ¡Y por unos centavos! En ese momento, entró el Gerente de Recursos Humanos, me saludó, frío y cortés. Para mi sorpresa, presionó la misma combinación de teclas que yo había utilizado antes por error; la luz amarilla parpadeó y los ruidos se repitieron. Esperó su “SuperCafé” y luego se alejó. En ese instante, comprendí por qué algunos directivos parecían tan felices de trabajar en la compañía.