Mostrando entradas con la etiqueta Crónicas de un RH Perdido. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Crónicas de un RH Perdido. Mostrar todas las entradas

domingo, 10 de marzo de 2024

Retorno

Cruzo la puerta de la oficina con un optimismo tal vez exagerado. Otro día y otra oportunidad por hacer las cosas un poco mejor. Aunque la mañana arrancó caótica por los habituales mails y mensajes interminables, nos concentramos en lo importante, en lo que trabajamos por largo tiempo. 

En pocos pasos, alcanzo la nueva oficina en la planta baja de nuestro edificio corporativo. Un gran trabajo en equipo. Junto a varios colegas montamos la oficina para crear un espacio temporal para uno de nuestros Jefes de Proyecto, que en un desafortunado accidente luego de una fiesta, había sido atropellado por un auto. La historia es corta, pero la recuperación fue larga. 

Hoy, finalmente, podemos tenerlo de regreso. Desde el puesto de guardia me avisa de su llegada. Aviso al Gerente de su área para que lo reciba personalmente. En pocos segundos, otros compañeros se reúnen en el hall principal para saludar. 

 La silla de ruedas atraviesa las puertas de vidrio con lentitud, empujada por uno de los guardias. Varias personas se agolpan a saludar, con los mejores deseos de pronta recuperación y palabras de aliento. Veo el Director General acercarse sonriendo y me sorprende gratamente el gesto. Lo dejan pasar y acercarse hasta borde de la silla. Le extiende la mano y medio de un inoportuno silencio le dice al herido: “¿Después nos tomamos un whiskysito, Mateo?”

sábado, 13 de enero de 2024

Delivery

Tercera noche consecutiva de trabajo. Al parecer las jornadas de diez horas quedaron en el pasado y la nueva crisis de la industria nos obliga a encontrar soluciones y opciones para sobrevivir, aumentando al menos tres o cuatro horas más cada jornada. Caminar la planta ya no ofrece una cacofonía alocada de chirridos metálicos, golpes y gritos sino una triste siseo de una lejana fuga de aire. 
La falta de trabajo ya nos forzó a reducir la plantilla hasta límites preocupantes. Mientras reviso la nómina por área una y otra vez, me pregunto cómo seguirá esta historia. “Si bajamos cuatro o cinco más, ya no tiene sentido que la planta esté abierta. Nos van a cerrar a la mierda”. Le digo al Director General con angustia. 
El corpulento hombre de camisa arremangada respira profundo y mantiene los los codos apoyados en el escritorio con los nudillos sosteniendo el mentón. Me da la razón con evidente frustración y conocimiento del futuro. Analiza maneras de aumentar la actividad, aún a costa de quitar trabajo a nuestros proveedores. Ahogar a otros para salvar a los nuestros. La tensión se marca en nuestros rostros y los segundos se acumulan con el peso de camiones sobre la espalda. Suena el teléfono de la oficina. Nos miramos y casi al mismo tiempo miramos el reloj. Imposible que alguien llame a esta hora. Atiende en tono seco. “Si… si… si… ¿La dirección? Ok, en 25 Minutos.” Lo miro con los ojos abiertos en una plegaria para saber qué es lo que pasa. “Un tipo llamó y me pidió una pizza” Me responde sonriendo con humor perverso.

domingo, 7 de enero de 2024

Solución



Crucé los límites del cubo de vidrio con la preocupación de quien tiene que darle una mala noticia a un monstruo intolerante. El monstruo hablaba por teléfono. Con un gesto seco me indicó que me siente y espere. Cortó la comunicación con palabras agrias y agregó algunos calificativos posteriores para quien había estado del otro lado de la línea. Me miró con impaciencia y me pidió agriamente que hable.

Tomando aire, le expliqué que uno de nuestros ingenieros más experimentados del área de Desarrollo había comunicado su renuncia. Que si bien era una persona difícil en el trato diario, sus largos años de trabajo en diseño lo hacían un integrante clave del equipo. 

Permaneció un minuto en silencio y me preguntó si se trataba del “petizo y peladito” que lo había interrumpido en la última reunión de actualización para reclamarle recursos adicionales dedicados al proyecto X99. 

Le confirmé que sí, que se trataba de la misma persona y tomó aire.

Juraría que un brillo particular se adueñó de sus ojos por un instante y me contestó: “No te preocupes, Flaco, que estamos ante el maravilloso caso de los problemas que se resuelven solos”.


miércoles, 29 de noviembre de 2023

Productividad


La alarma suena y tardo menos de un instante en apagarla. Aún perdura el eco pero ya estoy alerta y despierto. Afuera está oscuro y silencioso. Miro el reloj, 4:30 de la madrugada. Cierro los ojos para revisar paso a paso lo que tengo que hacer.
Una rápida visita al baño y estoy listo para vestirme. La ropa, separada la noche anterior me espera en una silla. Vuelvo a controlar el tiempo. Perfecto. Me visto en la cocina mientras preparo café. No puedo comer. Tengo el estómago hecho un nudo. Por ahora será solo café.
Subo al auto, mientras repaso los detalles mentalmente. En la primer asignación desde mi promoción y nombramiento como Gerente de Recursos Humanos. No es la mejor de las asignaciones; o tal vez la peor, pero no por eso voy a mostrarme menos productivo o menos creativo. Debo demostrar a la Dirección que puedo hacer lo que se me asigna y ademas que lo hago de manera innovadora.
Llego a las puertas de la fábrica. El tiempo es más que suficiente. Miro el reloj, 5:45. Es casi la hora. Camino de un lado al otro en la zona del ingreso.
Dos minutos mas tarde veo el colectivo del personal. Llegó la hora de iniciar mi carrera en las grandes ligas. Ya lleva las luces del interior encendidas. Estaciona a mi lado y alcanzo a ver algunos empleados que me me miran con el ceño fruncido. Subo antes que alguien pueda bajar y les pido por favor que se sienten un minuto. Tomo aire con el corazón palpitando como los cilindros de un viejo motor diesel. “Cataño, Fernandez, Gomez… Alberto, Juarez, Martínez, Torres y Villegas. No se molesten en bajar. Todos están despedidos.”

jueves, 7 de septiembre de 2023

CTO


Pocos días después de asumir en mi nuevo puesto como Gerente de Recursos Humanos, me tocó viajar a nuestra oficina comercial en Ciudad de Buenos Aires. Nueva empresa, nuevas oficinas, nuevos compañeros de trabajo. 
Más allá de la experiencia acumulada, todo nuevo ambiente genera expectativas y cierto nerviosismo. Para agregarle un extra de sabor, el Veterano CTO de la compañía visitaba las oficinas ese mismo día, por lo que también debía ponerme al tanto del Proyecto de Implementación de SAP mundial y sus ramificaciones locales en el poco tiempo de vuelo que tenía por delante. El máximo jefe de Tecnología del Grupo en medio de su recorrida por ciento treinta filiales en veintiséis países y justo le tocaba uno de los más pequeños y remotos sitios del mundo. Ahora a mi me tocaba participar de esa actividad en mi primer viaje a la oficina. Excelente puntería.
El vuelo fue tranquilo de principio a fin. Casi diría que más corto de lo esperado aunque tal vez fuera por los documentos que debía leer. Avances del proyecto, estado actual de las pruebas de los principales módulos. Principales “key users” globales y contactos locales. Si bien no era mi área ni mi responsabilidad la implementación, no podía quedar como idiota.
El viaje en taxi desde el aeropuerto fue la peor parte del viaje. Eterno y desgastante. Mas largo que el vuelo y plagado de saltos, maniobras terroríficas y música de lo más desconcertante.
Es paraba una entrada tranquila y de perfil bajo, pero el destino quiso que nos encontráramos en el hall de ingreso con el CTO. Un alemán de rostro serio y ceremonial. Adiós a cualquier idea de arrancar tranquilo.
Subimos al décimo quinto piso en medio de una charla casual. Clima, tiempos de vuelo y números de visitas a Buenos Aires fueron mas que suficientes para llegar hasta el piso de la oficina. Nos recibió el Director Comercial. Joven, preparado y carismático, nos invitó a su oficina. Un espacio enorme, con una vista privilegiada al Rio de la Plata. Comenzamos con el café de rigor y la charla superficial como auténticos expertos en el terreno de la diplomacia.
Un instante antes del cambiar de tema, para pasar al verdadero y único interés del invitado internacional, irrumpió en la oficina el Gerente Regional de Ventas, visiblemente agitado, contrariado y sumido en sus propias preocupaciones.
Entró en la oficina como si fuera la propia y nada interrumpiera. Encaró al CTO con decisión y lo saludó con apuro. “¿Vos sos el de IT?” Le preguntó con descaro y en un inglés improvisado. “Si”, tartamudeó el Ejecutivo. “Entonces… ¿Me podes ver la Notebook? ¡Hace unos días que anda lento y se me cuelga el Windows a cada rato!”

lunes, 31 de agosto de 2020

Expat

La noche me acompaña en esta travesía como si estuviera de mi lado, protegiéndome. Las estrellas me saludan con un guiño a la distancia, conscientes de las dificultades que propone el viaje.

La profundo del estómago se me comprime al revisar el plan una y otra vez. Respiro con profundidad, tratando de bajar el ritmo cardíaco, aunque sé que no hay manera de lograrlo. El aire puro y dejos de sal limpian hasta lo mas profundo, aunque sin lograr el efecto relajante que busco.

Los hilos de pensamientos se entrecruzan desenfrenados. Posibles consecuencias de actos presentes y pasados. Cada miserable definición en cada minuto de nuestras vidas nos ha traído hasta este momento. Cada decisión que tomemos en este momento definirá nuestra vida en los próximos minutos, días y hasta años. Definirá nuestra familia, nuestras relaciones, nuestros logros y nuestros fracasos. Los pensamientos se mueven lento entre la bruma.

Nos dicen que a las oportunidades hay que aprovecharlas. Siempre avanzar sin miedos ni dudas. Terminar con las eternas frustraciones fue mi objetivo. El medio, aceptar una oferta de trabajo internacional. Mas allá de las fronteras, donde todo es mas luminoso, donde los sueños se convierten en realidad. 

Las trabas aparecieron de inmediato y las decisiones comenzaron a sumarse. Cómo alcanzar el destino anhelado cuando no hay aviones, ni viajes internacionales? Como enfrentar una Pandemia que inmoviliza al planeta? Cientos de preguntas son las que intento responder, mientras el suave balanceo del barco pesquero me hipnotiza. 

domingo, 27 de agosto de 2017

Profesionalismo



Me desespera el trabajo que hago. Simplemente es una mierda. Una sucesión de momentos incómodos y surrealistas, seguidos por la frustrante desesperación de comprobar que acabo de ganar lo suficiente como para sobrevivir otro par de horas.
¿Cómo no caer en la desesperación? ¿Cómo evitar ceder al impulso de mandar todo al demonio y buscar otra salida? Una fácil para variar. Una salida que no implique frustraciones del tamaño de monumentos o que al menos entregue recompensas acordes al sufrimiento.
¿Cómo sostener las interminables e insignificantes charlas forzadas? ¿Quién dice que debo mantener una conversación? ¿Dónde está escrito? ¿Quién dice que debo dejarme tratar como si fuera un sirviente o alguien de menor categoría? ¿Quién es suficientemente bueno como para definir y llenar esas categorías?
Para completarla… ¿Cómo carajos iba a darme cuenta? Cuando sos remisero en una ciudad llena de insípidos gringos y te dicen: “Andá cagando al Hotel Palace y buscá al Negro que viene a poner una fábrica. Llevalo a la Municipalidad. ¡Apurate!”. 
Vos vas al hotel a fondo y cargas al morocho en el auto. Sin importar lo desconcertado que parezca o cuánto proteste en el camino; vos lo llevas! Lástima que me traje a un trompetista. 

domingo, 22 de marzo de 2015

El Hombre Gelatina


Los albores de un gran día se perfilaban con claridad. El tipo que pronto sería mi jefe acababa de hacerme una oferta. Las dudas, si las había, se terminaron en cuanto lo expresó en simples números. No pude negarme. Mientras me acompañaba hacia la entrada, recibió un llamado y se detuvo pensativo. Con tres dedos me indico que me detenga. Lo hice. Su rostro cambió. “Acompañame” me dijo apurando el paso.
El llamado era de la compañía de celulares. El teléfono que acababan de robarle estaba en el predio. Posiblemente en el portón de acceso. Caminé al lado de mi casi-jefe, un paso detrás a la derecha en señal de apoyo. El tomó el teléfono y marcó en un movimiento rápido. Un instante después nos paramos junto al guardia del ingreso. Luego de una espera que pareció eterna, el teléfono comenzó a sonar en el interior de la oficina de vigilancia. Una chillona melodía salida de las peores influencias de la cumbia inundó el lugar.
Aproveché mi tamaño y avancé un paso más como para cubrirle todo la visual al guardia y el Gerente entonces le disparó una estocada. “Dame el teléfono. Ahora.”
Si pestañear, el pobre tipo comenzó a mutar de color de trigueño hacia el blanco. No de golpe, sino en rítmicas pulsaciones. Metió la mano en el bolsillo y sacó un smartphone tan nuevo que aún conservaba los plásticos protectores. Lo tendió a modo de ofrenda. En cuanto el jefe le sacó el aparato, se quedó con la mirada perdida. El blanco se tornó de golpe en ceniza y los ojos se le fueron hacia atrás cual zombie. De inmediato y como en cámara lenta, el cuerpo se le comenzó a aflojar, como si su interior se licuara. Su cabeza se inclinó a la izquierda y el resto la siguió hasta que el craneo impactó con el filo del escritorio. El ruido sordo pronosticó que algo se había roto. Supuse que el escritorio.
Ya en el piso el vigilante temblaba. Si estaba actuando, era un gran candidato al Oscar. Con dos pasos y un rápido movimiento le apliqué una maniobra fruto de años de entrenamiento en seguridad.
Minutos después el tipo estaba recuperado y con el Escribano junto a él. Si de sumas y restas se trata nuestra vida laboral, diría que mi primer intervención con el "Hombre Gelatina", me valdría los puntos que con seguridad restaría mas adelante.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Pulserín

Lo observé acercarse con cierto esfuerzo a la mesa de restaurante. Vestía unos vaqueros gastados, una camisa azul que por lo menos había vivido dos o tres veranos, combinados con anillos y pulseras de oro por un valor que superaba el de mi casa. Le sonreí indicándole el lugar vacío. Hacía tiempo que necesitaba contactarlo y el encuentro se había demorado más de lo que tiendo a soportar. Hablamos por largo rato. Sobre las condiciones de la economía y los negocios regionales; pasando por las críticas de rigor al gobierno. Charla liviana, sin carga política, para evitar entrar en terrenos que a alguno de los dos le incomode. Le expliqué con detenimiento el proyecto, expresando con mucha claridad los beneficios que traería a la economía del lugar, a su gente y en consecuencia a la comunidad en su conjunto. El me miró con el ceño y los labios fruncidos en claro gesto de preocupación. Respiró hondo y me explicó cuidadosamente que su responsabilidad era para con la comunidad, que mi proyecto podía tener algunas connotaciones complejas, potencialmente peligrosas. Esperé con paciencia. “El diez es para vos”, le dije. “Son como tres palos verdes”, agregué con un susurro. Sus preocupaciones cesaron.

jueves, 28 de agosto de 2008

La Máquina de Café

Llegué a la oficina temprano, lo que me permitió caminar relajado rumbo al cuchitril donde se reúnen las máquinas de café, gaseosas y bocadillos. El perfecto espacio para los descansos; oscuro y deprimente. Afortunadamente, no había nadie con quien compartir el lugar. La calma antes de la tormenta. Luego de colocar mi tarjeta en la máquina presioné el selector “Menos”, hasta leer “SIN AZUCAR”. Sin darme cuenta, continué presionando la tecla “Menos” mientras mi mente viajaba. Presioné al mismo tiempo la correspondiente a “Café Largo”. Nada ocurrió. Presioné “Café con Leche” para probar. Una luz amarilla que nunca había visto, parpadeó en el visor. Un particular pitido casi imperceptible. La máquina vibró, mugió y los engranajes chillaron. Silencio. Levanté la tapa y retiré el vaso. Antes de llevármelo a la boca, el extraño aroma me alertó. Lo probé con desconfianza. Inexplicablemente rico, con un dejo a… ¿Whisky y canela? ¡Estaba tomando un café Irlandés en la máquina de la oficina! ¡Glorioso! Uno de los mejores cafés que había tomado en mi vida. ¡Y por unos centavos! En ese momento, entró el Gerente de Recursos Humanos, me saludó, frío y cortés. Para mi sorpresa, presionó la misma combinación de teclas que yo había utilizado antes por error; la luz amarilla parpadeó y los ruidos se repitieron. Esperó su “SuperCafé” y luego se alejó. En ese instante, comprendí por qué algunos directivos parecían tan felices de trabajar en la compañía.