miércoles, 18 de noviembre de 2009

Crónicas de un Taxista – Reglas

Décima entrega de la serie. Comienza aquí.

Apenas subí a un gringuito con cara de atorrante supe no era trigo limpio. El Pibe parecía nervioso, como si estuviera pasado de merca o algo así. Me pidió ir para Arguello y sospeché de inmediato. Instintivamente, lleve los ojos al tablero, en busca de led que indicaba la presencia de metales en mi pasajero. Apagado.

Ajusté las manos con firmeza en el volante, sintiendo la fría confianza de mi .38 en la cintura. De repente me dio algunas indicaciones inconexas y balbuceó algunas palabras que no pude comprender. Clavé los frenos, pero antes que pudiera girar, el chaval ya se alejaba.

Bajé del auto y corrí a ciegas, confiando más de lo debido en mi estado físico. En media cuadra, comencé a dudar. Volví con la cabeza gacha, protestando. Ahí me alcanzó un ladrillazo en la cabeza. Trastabillé con la vista nublada. Corrí con paso poco firme.

Llegué al auto, por fortuna estaba abierto. La luneta reventó con estruendo. Me costó preciosos segundos arrancar el auto. La sangre me inundaba la cara. Estalló el vidrio del acompañante. Puse primera y arranqué girando en U. El gringuito me sonrió a menos de veinte pasos.


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