viernes, 22 de enero de 2010

El Propósito

Las cortinas comienzan a ceder ante el empuje de la primera ventisca y el embriagante aroma de la tierra húmeda con pinceladas de hierba recién cortada magnifican la pulsión. Nubes verdosas de proporciones bíblicas se ciernen sobre la ciudad como una promesa. Mis manos tiemblan por la emoción.

La tempestad alcanzó la ciudad con su espada invisible obligando al más valiente a retroceder. Camino en medio de la oscuridad hasta el límite de la terraza, procurando mantener el equilibrio. Casi sin respirar transpongo la cornisa. Veinte pisos y un pequeño borde de concreto me separan de la muerte.

De la ciudad solo quedan sombras y algunas pobres siluetas. Las descargas eléctricas se intensifican y se acercan, cumpliendo su promesa. Me sostengo con las piernas colgando del vacío y la espalda firme contra la cornisa intentando absorber la energía que crepita en aire. Aún con los ojos puedo ver el cielo iluminarse; veo todo y más allá. En mis entrañas retumba el trueno. Pesadas gotas se dejan caer sobre mi rostro, acariciándolo.

Sentado en la cima domino la ciudad, mientras las ráfagas despiadadas intentan abatirme. Llego a preguntarme por qué lo hago y la respuesta surge como un rayo: porque puedo.

sábado, 16 de enero de 2010

La noche que comimos pollo al spiedo

Aún recuerdo esa noche, íbamos a comer un asado entre amigos. La excusa, un partido de fútbol por televisión. Vivíamos ajenos a la realidad que envolvía a nuestro país. No veíamos la violencia e intolerancia reinante. Cuatro amigos y unos pocos pesos eran suficientes. Comida, fútbol y un partido de cartas.

La policía azoto la puerta mientras prendíamos el fuego. Lo buscaban a Oscar. El les dijo que estábamos por comer un asado. “No lo creo”, sentenció sonriendo. Ellos no nos dijeron por que nos cargaron y nosotros no creímos pertinente preguntar. Nos encerraron en un enorme calabozo lleno de maleantes. Tuvimos suerte; un viejo conocido era policía y le aviso a mi cuñado.

Dos días después, el esposo de mi hermana se asomó entre los barrotes. No dijo mucho. “Acá tienen algo para comer. Tengan paciencia.” Sus palabras y el aroma que salía del paquete nos dio las fuerzas necesarias para soportar los días siguientes. Fue una cena mágica. Un pollo compartido entre los nueve inquilinos de la celda. Creo que nunca disfruté tanto.

Nos golpearon bastante, sobre todo a mi. Tal vez por hablar de más. Lo cierto es que nunca volví a probar el pollo.

martes, 12 de enero de 2010

Quejica

- Que tenga buen día Señor. - dijo el analista antes de colgar el teléfono.

“Puta Madre“, susurro entre dientes. Revisó la ficha en la computadora y marco el numero de su jefe.

- Martin, tenemos otro Quejica.

- Qué tan grave. - preguntó su jefe.

- Acabo de subirlo a Nivel 3. Lleva cuatro reclamos en el mes. Dos por pañales descartables, primero porque no se pegaban las cintas y después porque se le pasaba el pis al hijo. Llamó además porque compró un paquete de papitas fritas y no tenían sal. Luego reclamó porque compro un helado envasado que decía 80 gramos, lo pesó y tenía 70. Finalmente, el de hoy, llamó porque había una piedra en el jabón. Un llorón, digamos.

- Como respondieron Ustedes?

- Acorde al procedimiento. - dijo el empleado. - pedimos disculpas y le mandamos unos productos de regalo.

- Alguna demora?

- Ninguna. Que hacemos con el Quejica?

- A que se dedica? - Preguntó el jefe.

- Periodista. Puede ser una complicación.

- No. Lo hace mas fácil. Donde labura?

- En La Voz de Cordoba.

- Perfecto, asignale una de las campañas que tenemos y pasame el teléfono del gerente.

miércoles, 6 de enero de 2010

Crónicas de un Taxista - Revancha

Décima primer entrega de la serie. Comienza aquí.

Durante diez días me dediqué a buscar al gringuito que me abolló la cabeza. Pasé varias noches en la oscuridad esperando con paciencia. La recompensa finalmente llegó. Vestido tal y como lo recordaba, bajó corriendo de un taxi. La misma maniobra. El otro taxista fue bastante más inteligente que yo. Gritó un par de veces, se estiró para cerrar la puerta y aceleró a fondo.

Mi ubicación era perfecta. Después de correr unos cien metros, se detuvo a ver si lo seguían. Luego caminó a paso lento adentrándose en el barrio. Lo seguí por la vereda del frente. Una cuadra más adelante ya lo había superado y crucé la calle con la mano en los bolsillos. No se lo vio venir.

Le di un buen culatazo, como para tranquilizarlo de entrada. Cayó como un ladrillazo. Le revisé los bolsillos y la cintura, buscando un fierro o un cuchillo. Limpio. Empezó a lloriquear y le pregunté por qué corría de los taxis. Me contestó que porque no quería gastar el dinero. Le di un buen revés de derecha y le saqué la billetera, tomé lo suficiente para pagar el viaje que me debía y el bono del hospital donde me cosieron.


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