sábado, 29 de enero de 2022

AM980



La fila interminable de autos se mueve a paso lento. Cincuenta o sesenta metros mas adelante, una patrulla se erige como la responsable de tal embrollo. Miro por el espejo y no llego a ver el último auto.
Fijo la mirada en el auto que está adelante. Un Fiat blanco, como miles. De puro aburrimiento miro la patente. AM980PP. Sin dudas el código alfanumérico capta mi atención. Detenido en medio de la ruta y sin muchas opciones me pongo a jugar con el selector de la radio. Primero voy por la AM. De inmediato busco el 980. No recuerdo que exista alguna estación en esa frecuencia.
Un ligero temblor me recorre el brazo cuando escucho música al llegar al número buscado. Hip Hop de los años noventa. Extraño. Frunciendo la ceja vuelvo la vista al auto frente a mi. Fijo la mirada en lo que parece ser una antena de grueso calibre que asoma del baúl. Me pregunto si podrá cargar con una emisora portátil de AM ahí.
Una voz se mezcla con la música, descargando duras críticas al Gobierno. Apenas llego a expulsar algo de aire por la nariz. No me sorprende que los críticos se escondan. Parece una grabación. No creo que sea en vivo. Las criticas se concentran en la imposibilidad de conseguir pasaportes. Los próximos turnos se están dando a dos años. De pronto, no es posible conseguir los insumos necesarios. Entregan solo unos pocos por mes y misteriosamente, nadie conoce los afortunados. La voz tiene su propia teoría poco sorprendente. Solo los amigos del poder los consiguen. De inmediato, la revelación más importante de la transmisión. De manera temeraria, ofrecen pasaportes para quienes quieran salir del país. Originales, no copias. Capta mi atención de inmediato. Para obtenerlos solo debe seguir al auto. El precio anunciado parece más que razonable.
Ansioso, espero pasar rápido el control policial. Mantengo sintonizada la misma emisora pero nada nuevo se escucha. Música. Críticas y la oferta de pasaportes. Fiel a mi espíritu desconfiado observo todo los detalle posibles del auto y su conductor. Un auto de media gama, de color común totalmente indistinguible entre miles. Ninguna calcomanía, ningún detalle. Sólo la apenas visible antena del baúl. Del conductor solo se ve parte de la cabellera y por momentos llego a ver algo del perfil. Se ve joven. Al menos, más joven que yo.
Pasamos el control sin inconvenientes. Los policías se ven entumecidos. Me mantengo atrás a una distancia prudente. Unos kilómetros más adelante le hago señas de luces y pongo la luz de giro como para avisar que voy hacia la banquina. De inmediato el Fiat copia la maniobra y comienza a frenar hacia la derecha. Un cosquilleo en el bajo vientre me alerta que ya no hay vuelta atrás.
Bajo del auto con movimientos que intentan demostrar una seguridad que no siento. Me acerco al auto blanco esperando alguna señal. La ventanilla bajó en su totalidad y un muchachito de anteojos me mira con una sonrisa cómplice. Me pregunta por el dinero. Si estoy de acuerdo. Me pide mi documento y se lo entrego mientras miro pasar los autos por la autopista. El muchacho lo pasa por un lector que tiene integrado en el tablero del auto. Me pide un minuto de paciencia mientras lo miro sorprendido por la naturalidad con la que se maneja. Estira la mano al asiento trasero y saca lo que parece ser un pasaporte en blanco. Lo mira un instante y lo coloca abierto una caja negra que lleva a los pies del asiento del acompañante. Dos silbidos y un crujido después, tres “bips” indican que el proceso ha terminado. Vuelve a controlarlo; me lo muestra a cierta distancia y me indica gentilmente que el momento de pagar ha llegado. Muestra su teléfono con un código estilo nube y espera mi parte.
Asombrado por el profesionalismo y la velocidad del proceso, tardo unos segundos en reaccionar. Saco mi teléfono y con un simple enfoque mas una confirmación, el proceso está cerrado. Un par de segundos después, un mensaje le confirma el pago al muchacho. Me entrega el pasaporte y casi el mismo tiempo arranca el auto lentamente y se pierde en la autopista.
Vuelvo al auto y pongo el motor en marcha pero sin moverme. Necesito revisar lo que compré. Una idea me asalta y debo dominar mi nervios para no ponerme a temblar. El pasaporte se ve perfecto. Demasiado nuevo tal vez, pero perfecto. Reviso el teléfono persiguiendo una estúpida idea. Descubro que un vuelo internacional está a poco rato de partir. Estoy a tiempo, calculo. El aeropuerto está cerca.
El lugar se me hace deslucido. Veo poca gente en el hall principal. Voy directo a la oficina de ventas de la aerolínea jadeando por la corrida. Unas pocas sonrisas, una buena explicación para el apuro y otra transacción exitosa me hacen acreedor de un pasaje internacional.
Es hora de la prueba de fuego. Migraciones. Siento la transpiración correrme por la espalda. Casi no queda nadie en la fila. Soy el próximo. Respiro hondo y recorro los cinco pasos que me separan del mostrador. Imágenes mentales de la Policía Federal arrastrándome por los pasillos me asaltan. El funcionario abre el pasaporte y me mira. Teclea en la computadora y escanea el documento. Vuelve a mirarme y frunce el entrecejo. Mueve la mano hacia el teléfono y se detiene. Me mira nuevamente y sacude a cabeza. Finalmente estampa el sello al tiempo que me explica. Un homónimo tiene pedido de captura, pero es más veterano y tiene otro número de documento. Llama al que sigue y me deja el la zona gris de la aviación. Ya dejé mi país pero no estoy en ningún lado. Camino nervioso por entre las puertas de embarque. Antes de siquiera pensar en la hora, comienza el embarque. Estoy más tranquilo. Me llaman entre los primeros. Mi asiento está en la última fila del avión. Recorro la manga y el pasillo completo de la aeronave. Ventanilla. Me siento con los ojos cerrados, calculando la cantidad de leyes que estoy violando y las sanciones aplicables. Las opciones pasan a la velocidad de la luz.
Siento una breve sacudida y un vacío en el estómago. Estamos en el aire. Reflexiono. Para cuando desembarque, otro país me espera. Reordeno mis pensamientos. Encuentro algunos interrogantes más urgentes, como que pensará mi esposa cuando no llegue a cenar.

6 comentarios:

Daniel dijo...

Quién no ha tenido alguna vez malos pensamientos de ese estilo. Muy bueno.

Camilo dijo...

jaja... y para completarlo, en un mundo surr... surrrrrrrr.... realista?

Gustavo Daniel Martínez dijo...

Muy bueno animal!!

Camilo dijo...

Gracia'Mashtee...

Juan Acevedo dijo...

que capooo masteeerrr

Camilo dijo...

Gracia'Juanito!!!