viernes, 4 de agosto de 2017

Autopista


Nada mejor la ruta después de un largo día de trabajo, pensé al salir. Aunque no lo necesitaba, ajusté el GPS rumbo a casa. Empujé el acelerador hasta alcanzar un valor sensiblemente superior a la legal y sonreí. Todo un día tratando de convencer a futuros clientes puede ser extenuante. Completé el menú de desintoxicación con algo de Rock Progresivo, con el volumen dos puntos por encima de lo recomendable.
Recorrí casi cien kilómetros sin tocar el freno, adelantando auto tras auto mientras veía como las preocupaciones se evaporaban. Tras una curva cerrada, tuve que pisar el freno hasta el fondo y aún así por poco no termino subido a una camioneta luego de esquivar una hilera repleta de conos anaranjados que me empujaron hacia carril izquierdo de la autopista. 
La fila se veía interminable, un ciempiés de acero y caucho que se extendía más allá de la próxima curva, fuera de mi vista.
Sin muchas opciones, frené cerca de la camioneta que tenía al frente y esperé. Bajé la temperatura del climatizador. En la quietud de la nada, el sol parecía golpear con más fuerza. Subí un punto más el volumen de la música, intentando poner en práctica mi nueva filosofía basada en la paciencia y la aceptación de la vida; aunque debo reconocer que no estaba funcionando.
Los minutos se fueron apilando a un ritmo tan lento que tuve ganas de tirarme del auto por la ventanilla y echarme a correr. La fila se desplazaba por momentos para luego paralizarse por completo. Como era de esperar, la fila en la que me encontraba parecía ser mas lenta que la otra.
Hablé por teléfono. Consulté cientos de veces el celular en busca de mensajes que no llegaron. Miré el clima. También escuche decenas de canciones más de las planificadas para el viaje. Ya podía ver el origen de la demora. Un simple control policial. Dos policías con ganas de joderle la vida a la gente. Un sinsentido, una triste excusa más orientada a recaudar dinero por multas que a cuidar de los conductores. 
Alcancé a ver a uno de los oficiales haciendo señas hacia la patrulla. Luego  de unos segundos de suspenso, se abrió la puerta del acompañante y con cierta dificultad descendió un tercer policía que yo estimo, por la amplitud de su vientre y caderas, que se trataba del jefe de la patrulla. Por supuesto, el auto al que se aproximó el caricaturesco oficial era el primero de la fila donde yo estaba. 
Estirando el cuello alcancé a contar nueve autos adelante mío. No faltaba mucho, pero lo presencia del jefe me hizo prever lo peor. Fueron luego por el tercero mientras los primeros seguían inmóviles. La pista derecha ya había sido completamente liberada por el tercer policía.
Unos interminables minutos más tarde, el cuarto auto de la fila comenzó a maniobrar para cruzar a la pista derecha a través de la línea de conos naranjas. Cruzó y se perdió tras una curva. Lo siguió el quinto.
Ya aliviado, puse en marcha el auto con suavidad y cuidado para seguir a la fila de autos que comenzaba a cruzar de pista. Cuando me tocó el turno, miré con cuidado para asegurarme que podía cruzar y cambié a la pista derecha. Antes de comenzar acelerar para salir del bloqueo, uno de los policías me hizo señas para que me detuviera al costado de la ruta. Nada bueno podía salir de eso.
Al estacionar, noté que cuatro de los autos que iban delante mío habían sido detenidos y descansaban metros más adelante. Otra mala señal. El oficial se caminó a paso cansino en la dirección en la que me encontraba. Lo esperé con el vidrio bajo; mi mejor sonrisa y mi cara de no-entiendo-por-que-me-detuvo-oficial. No funcionó. Con una paciencia pocas veces vista, me informó que acababa de cometer una infracción MUY grave. Artículo Sesenta y ocho, me dijo. Una cantidad extraordinaria de dinero y todos los puntos que me quedaban en la licencia. 
Mas tarde, ya entrada la noche, comprobé que realmente había violado una normativa que ni siquiera conocía. Los puntos de la licencia se habían esfumado y me esperaban largas caminatas. Al menos, pude volver a leer en medio de la lentitud del colectivo. Desde entonces, llevo leído las obras completas de Emilio Salgari, Sir Arthur Conan Doyle y Edgar Allan Poe.

sábado, 29 de julio de 2017

Ilimitado


Una débil puñalada de luz se cuela entre las persianas, dándome una ligera idea de la hora. Estoy seguro que es tarde. El ángulo no es el apropiado y la falta de sueño confirma la hipótesis. Debería preocuparme, pero no ocurre tal cosa. El abrazo de las sábanas es más fuerte y me dejo retener.
El largo descanso me ha llenado de energía. Antes de despegarme de la cama, analizo mis opciones y un mundo extraordinario de oportunidades se abre ante mis ojos apenas entornados. Sonrío, aspirando largo y suave. Retengo la respiración. Las posibilidades son ilimitadas, los sueños tan alcanzables que las mariposas revolotean en mi estómago. Casi puedo sentirlo. El pulso se acelera. El optimismo me fluye por las venas sin control, ante la innegable concreción de los planes. La escalera se encuentra al frente, solo debo recorrerla para alcanzar el éxito que se  mantuvo esquivo. Ideas que se cristalizan en un futuro promisorio.
Cuando finalmente pongo un pie fuera de la cama los sueños se desmoronan, las opciones desaparecen y solo tengo esa única, gris e irremediable alternativa.  Al salir, hasta esa mediocridad se desvanece y ni siquiera queda una razón para volver a entrar. Exhalo, inmóvil.

jueves, 20 de julio de 2017

Conexión


Destapo la botella de whisky sintiendo el peso de una piedra oprimiéndome el pecho. Me dejo envolver por los vapores añejos sin extrañar el hielo, cavilando sobre las preocupaciones que pesan sobre aquel que está a la distancia. Aquel a quién que no necesito ver para descifrar, para acompañarlo en su divagar.
El sillón se me hace frío, incómodo. No me permite encontrar una posición agradable. El calor de la bebida me recorre el cuerpo, pero aun no llegan las respuestas a los problemas que me son esquivos. Problemas que no padezco, pero sufro como propios.
Analizo sus opciones con una visión distinta, pero no alcanzo a ver aquellas que compartimos en silencio. Nos perdemos buscando en los extremos, olvidando la delicada belleza de los grises. Encontrar el equilibrio en aquellas facetas que se repelen sin descanso.
Siento la copa casi vacía, los sentidos se adormecen, pero la tristeza se aferra a mis entrañas. Extiendo la mano en busca del interruptor y antes de quedar en penumbras siento una ligera descarga. No necesito llamar, para saber que la esperada noticia ha llegado. La conexión es más fuerte. Me recuesto. Apuro el último trago y cierro los ojos con una sonrisa.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Perros


El lugar de moda se me hizo demasiado artificial. Muñecos digitales ultra-perfumados, en un desganado esfuerzo por encontrar esa dosis de efímera compañía. Entré y me dejé llevar. El ambiente parecía propicio para ausentarme temporalmente de la realidad y tal vez profundizar la oscuridad de mis penurias. Dejar que la noche sea quien escriba el final de la historia. Todo sería culpa del destino. 
Me instalé en la barra cual “Dueño de Club” de los ochenta. Pedí una botella de una champaña más que respetable y cuatro copas. Llené la primera y me senté a disfrutar de la vista. En pocos minutos sólo una copa estaba vacía. Mis nuevas compañeras además de buena charla, tenían larga experiencia en relaciones fugaces. No se trataba de seguidoras ni buscadoras, se trataba de dos mujeres acostumbradas a dominar.
Las horas se acumularon junto a las botellas vacías. Los ánimos se oscurecieron y la temperatura subió hasta incomodar. Ambas se mostraron dispuestas. Me dejé llevar, como tenía previsto, y la temperatura trepó aun mas.
A pedido de ellas, nos fuimos juntos, no importa donde. Para la mañana siguiente, confirmé mi teoría sobre los hombres. No somos más que perros. Corremos y corremos tras las ruedas durante toda la vida, pero no sabemos que hacer con ellas cuando las alcanzamos.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Correo


Con la excitación propia del comprador compulsivo, llegué hasta la oficia de Correos en busca de mi más reciente encargo. Una compra tardía que me ayudaría a ganar la admiración de mi hija. La caja más grande de Rasti’s jamás imaginada. La mayor colección de ladrillitos disponibles. El sueño que todos alguna vez tuvimos.
La fila era un poco más que interminable, ocupando la totalidad del local y mas de cincuenta metros del exterior sobre la vereda. No me preocuparon los más de treinta grados y la humedad agobiante estilo selva tropical. Mi mayor preocupación era el horario. Considerando la cantidad de gente y el tiempo restante para el cierre, las probabilidades no parecían estar a mi favor, sobre todo sabiendo que estaba obligado a llevar el regalo ese mismo día.
La cola avanzó a paso lento pero consistente, casi al mismo ritmo en que decaía la batería del celular. Transpirando más por nerviosismo que por la temperatura, me acerqué a la puerta. Casi milagrosamente y con un remanente de 30 segundos debajo del religioso horario de cierre, crucé las puertas de vidrio. Sin cargo de conciencia, el policía de turno le cerró la puerta en la cara a quien caminaba detrás mío y junto a él, los restante desdichados se dispersaron con gestos de derrota.
Algo más relajado me enfrenté a otro dilema, la batería. En el teléfono tenía la confirmación y número del envío. Por las dudas, anoté con cuidado el número que aparecía junto a la esperada frase “Su producto está disponible para ser retirado” y cerré el teléfono prometiéndome no volver a abrirlo hasta que me atendieran.
Mi turno llegó y con el último miliamperio alcancé a mostrarle el número. Casi un milagro, considerando que tecleaba a la asombrosa velocidad de 1 dígito cada cuarto de minuto. Miró fijo la pantalla y ejecutó algunas acciones con la seriedad de quien juega al solitario. A paso lento se alejó de la computadora y desapareció por unos interminables segundos antes de volver al mismo ritmo y teclear nuevamente. 

Dos clicks adicionales y finalmente levantó la vista. Entre dientes murmuró algo que no quise  entender. Cambié ligeramente el tono amistoso y le pregunté dónde estaba el paquete. Su respuesta fue simple y definitiva: “Como le expliqué… si el mail dice que su producto está disponible para ser retirado, eso significa que en siete a diez días podrá retirarlo”.