jueves, 10 de septiembre de 2009

Velocidad

Mis dedos tiemblan al empujar la palanca de mando, la transpiración me acaricia el antebrazo. La nada del espacio se profundiza a cada minuto, como si el sol estuviera a punto de apagarse. Cuanto más me acerco a la tierra, más me aturden los gritos del silencio.

A través de la pantalla, mi querido planeta tiene el extraño tinte de la irrealidad, como queriendo confundirme. Con simples toque sobre el visor, compruebo los parámetros de viaje. Velocidad de impulso constante; distancia, menos de cinco horas. Insatisfecho, prefiero estirarme hasta la escotilla y ver el azulado reflejo de nuestra vieja roca a la deriva.

Han pasado cuatro años desde que dejé mi hogar, y más de cinco desde que decidí enredarme en este extraño experimento psicológico, o “Psicoespacial” como me gusta llamarlo.

Pocos tuvieron el coraje para registrarse en el programa, y muchos menos de acercarse al final. Los que lo logramos, fuimos asignados a diferentes regiones aisladas de nuestro sistema solar, en bases que si bien eran poco menos que improvisadas, proporcionaban más comodidades de las que yo conocía.

Reviso los cálculos. Aún estoy a tiempo. Ingreso los cambios. Los odio... y me odio por darles la razón.

2 comentarios:

Yoni Bigud dijo...

Otro experimento que acaba mal. Como todos los experimentos.

Un saludo.

Camilo dijo...

Todo depende el cristal con que se mire, Yoni. Tal vez desde su punto de vista, el experimento terminó bien.
Gracias por pasar.