La falta de trabajo ya nos forzó a reducir la plantilla hasta límites preocupantes. Mientras reviso la nómina por área una y otra vez, me pregunto cómo seguirá esta historia. “Si bajamos cuatro o cinco más, ya no tiene sentido que la planta esté abierta. Nos van a cerrar a la mierda”. Le digo al Director General con angustia.
El corpulento hombre de camisa arremangada respira profundo y mantiene los los codos apoyados en el escritorio con los nudillos sosteniendo el mentón. Me da la razón con evidente frustración y conocimiento del futuro. Analiza maneras de aumentar la actividad, aún a costa de quitar trabajo a nuestros proveedores. Ahogar a otros para salvar a los nuestros. La tensión se marca en nuestros rostros y los segundos se acumulan con el peso de camiones sobre la espalda.
Suena el teléfono de la oficina. Nos miramos y casi al mismo tiempo miramos el reloj. Imposible que alguien llame a esta hora. Atiende en tono seco. “Si… si… si… ¿La dirección? Ok, en 25 Minutos.” Lo miro con los ojos abiertos en una plegaria para saber qué es lo que pasa. “Un tipo llamó y me pidió una pizza” Me responde sonriendo con humor perverso.
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