domingo, 4 de octubre de 2020

Emergencia Familiar

Con solo cruzar las puertas de vidrio me envuelve el familiar ambiente del aeropuerto. El aroma a viajes esta vez no me emociona de la misma manera. Los pasillos se ven atestados de gente y el ambiente esta cargado de murmullos. Este es un viaje diferente. Todo ha cambiado.

Me acerco al mostrador con cierta intranquilidad. La chica me sonríe en automático. Le explico con cuidado que se trata de una emergencia familiar, de las que pocas veces ocurren. No tengo reserva y me enfrento a un viaje desde uno de los aeropuertos de mayor tráfico del país, queriendo llegar al otro lado del mundo. Fotografías de épocas felices se agolpan al entrecerrar los ojos durante la espera. Mi pecho se comprime en una mezcla de añoranza y tristeza. 

La emergencia sin detalle y la carencia de expresión me dan una oportunidad. La chica busca opciones. Descarta opciones. Unos minutos de teclear con furia y encuentra la ruta más conveniente. Un trayecto extremo, pero posible. Las manos me tiemblan un poco. Le entrego la tarjeta de crédito.

Atravieso los controles de seguridad sin contratiempos, casi como un fantasma. El avión está a embarcado. Camino por la manga con cientos de imágenes sobre saturadas que me persiguen. No me atrevo a mirar el teléfono. Prefiero enfrentar las novedades en persona. 

Localizo el asiento. Al fondo del avión y en medio otros dos pasajeros. Lo acepto, inexpresivo. Ya sentado, los flashes del pasado me asaltan sin piedad. Una línea de tiempo con emociones propias de una montaña rusa. Respiro hondo forzándome a descansar para acortar el peso del viaje. Contengo la respiración y como en un espasmo repentino, una sonrisa se me dibuja apenas en el rostro.

jueves, 3 de septiembre de 2020

Buen Samaritano

Camino con el cuello del saco levantado, recordándome cambiar mi estúpida costumbre de nunca llevar abrigo. Casi siento las gotas transparentes resbalando desde la nariz. El frío que viene del río atraviesa cada capa de ropa y de piel. Camino a paso acelerado, las piernas y los pensamientos corren casi a la misma velocidad. El frío comienza a disiparse. Tal vez es la velocidad, o tal vez es que tengo muchas cosas mas importantes de que preocuparme. Los conflictos que me atormentan crecen geométricamente. Alguien camina pocos pasos detrás de mí. Acelero. Intento atisbar algún indicio de quién me sigue, pero nadie me sigue. Quien sea se está quedando atrás. Otra vez mis fantasmas me persiguen y empañan la realidad.

El aire me falta, no puedo seguir el ritmo. Un conveniente acceso de tos me salva de la vergüenza de frenar solo por no poder seguir. Aprovecho para girar la cabeza un tanto hacia la izquierda. 

Es solo un tipo. Solo una segunda mirada es suficiente para saber que es un pobre tipo que vive en la calle. Capa sobre capa de ropa sin aparente orden ni lógica, zapatos envueltos en bolsas de nylon y un sombrero que parece salido de una vieja película rusa.

El hombre se me adelanta, por varios metros. No puedo evitar pensar en cómo es que cada uno de nosotros terminó en sus zapatos. Los míos con nombre propio, y los de él envueltos en bolsas de supermercado. Las culpas crecen en mi interior.

A pocos metros veo la lujosa entrada del hotel, junto a ella, el mismo pobre tipo que me había cruzado en el camino. Al llegar me pide ayuda. Lo que sea. No resisto la tentación y le pregunto qué lo llevó a esta situación. No me vende una historia. “Sólo malas decisiones”, me dice. Saco la billetera y separo un par de 100 y la tarjeta del hotel. Le entrego el dinero y la tarjeta. El hombre se queda mudo mirándome. Le explico que es un intercambio. Le pido su abrigo. Dos de ellos en realidad. Le recomiendo que se saque las bolsas de los pies y le indico el piso. Por las dudas le explico que todo está pago.

Me alejo con mis nuevos abrigos, a vagar por las calles de la ciudad de la furia. Por primera vez en años me siento libre. Camino hasta un bar de los mas tristes y oscuros de la ciudad. Me siento en un rincón a beber lo que el cantinero me quiere dar.

Aturdido, vuelvo a caminar sin rumbo. Una estación de subte se ve acogedora. Necesito algo dulce. Compro unos chocolates en el quiosco de la estación y me siento en uno del los incomodísimos asientos de plástico. Me duermo casi de inmediato. Unas horas más tarde, me despierto peor de lo que estaba. Vuelvo la mirada al quiosco y en el TV gigante que cuelga de un costado muestra las noticas urgentes: El ataque mafioso en un lujoso hotel horroriza a los trasnochados.

lunes, 31 de agosto de 2020

Expat

La noche me acompaña en esta travesía como si estuviera de mi lado, protegiéndome. Las estrellas me saludan con un guiño a la distancia, conscientes de las dificultades que propone el viaje.

La profundo del estómago se me comprime al revisar el plan una y otra vez. Respiro con profundidad, tratando de bajar el ritmo cardíaco, aunque sé que no hay manera de lograrlo. El aire puro y dejos de sal limpian hasta lo mas profundo, aunque sin lograr el efecto relajante que busco.

Los hilos de pensamientos se entrecruzan desenfrenados. Posibles consecuencias de actos presentes y pasados. Cada miserable definición en cada minuto de nuestras vidas nos ha traído hasta este momento. Cada decisión que tomemos en este momento definirá nuestra vida en los próximos minutos, días y hasta años. Definirá nuestra familia, nuestras relaciones, nuestros logros y nuestros fracasos. Los pensamientos se mueven lento entre la bruma.

Nos dicen que a las oportunidades hay que aprovecharlas. Siempre avanzar sin miedos ni dudas. Terminar con las eternas frustraciones fue mi objetivo. El medio, aceptar una oferta de trabajo internacional. Mas allá de las fronteras, donde todo es mas luminoso, donde los sueños se convierten en realidad. 

Las trabas aparecieron de inmediato y las decisiones comenzaron a sumarse. Cómo alcanzar el destino anhelado cuando no hay aviones, ni viajes internacionales? Como enfrentar una Pandemia que inmoviliza al planeta? Cientos de preguntas son las que intento responder, mientras el suave balanceo del barco pesquero me hipnotiza. 

domingo, 22 de marzo de 2020

Posibilidades

El fin del día promete una recompensa merecida. Relajarse tiene grandes beneficios. Posibilidades ilimitadas que se abren. El suave abrazo de la almohada amoldándose al contorno del rostro.
Después de un día interminable, la cama ofrece posibilidades sin fin. Estiro las manos. Las sábanas se deslizan hasta mitad de la espalda y me protegen de la fresca brisa de la noche de verano.
Cierro los ojos y dejo a la mente divagar. Casi puedo oír chirriar los engranajes de la maquinaria. La energía del día se concentra en una inercia espiritual. Las ideas suceden sin ataduras. Las soluciones a los problemas cotidianos se cristalizan con una simplicidad asombrosa. Aplicaciones creativas a cuestiones laborales que agobian. Frases agudas para torcer complejas situaciones personales. Una serie de planes para el día siguiente que combinan actividades con precisión suiza. Proyectos abandonados vuelven a ser alcanzables y prometen sustanciosas recompensas. Luego los viajes ganan el terreno y la atención. Destinos que se acercan en el tiempo.
La máquina se ralentiza.
Oscuridad.
La conciencia retorna en un corto espasmo.

La energía parece de alguna manera mermada. Me levanto. Ahora todo se reduce a una opción. Ya los planes no parecen tan verosímiles. Otro día comenzó.