martes, 12 de mayo de 2009

Claustrofobia

Cerrando los ojos, intenté controlar la respiración. Un esfuerzo inútil, sin sentido. Sabía que el aire se acabaría pronto, ahogándome en espantosas arcadas. Sentir mi propia respiración rebotando a escasos centímetros del rostro es más de lo que puedo soportar. Una nerviosa pestilencia inundaba el reducido espacio, obligándome a contener las arcadas. Mantuve una inmovilidad absoluta, sabiendo que era la única manera de terminar con el suplicio. La picazón me recorría el cuerpo en oleadas enfermantes. En otro intento por mantener la calma, busqué imágenes mentales que me alejaran del encierro; pero sentir los hombros oprimidos por ese extraño sarcófago impedía cualquier intento por escapar de la realidad. Intenté contener la respiración, pensando que tal vez si dejaba de respirar por suficiente tiempo, podría desmayarme y dejar que el destino siga su curso. Con los pulmones llenos de aire viciado escuché cómo los latidos reverberaban en mis oídos. Exhalé. Los ruidos del exterior se intensificaron. Electrónicos bufidos que erizaban la piel. De pronto, silencio. Me animé a abrir los ojos, al tiempo que noté que me arrastraban hacia afuera. Al salir del hoyo, pude ver al médico con los pulgares arriba. “La resonancia salió bien, Pibe”, me dijo sonriendo.

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