sábado, 24 de noviembre de 2012

Ineludible

Ya no estás, pero recorres el ambiente en espasmos ciertos. Ya no estás pero recorres sus mentes inquietas. Ya no estás pero cada paso que dan sus vidas se entrelazan con los pasos que diste alguna vez.
El silencio está a tu alrededor pero el estruendo los atormenta. Nada queda por recordar, nada queda por escuchar, nada queda por descifrar. La cordura es el menaje que alguna vez perseguiste, pero te detuviste a mitad de camino buscando aquella vieja melodía.
Sueños, que en tu mirada alguna vez se vieron, mientras contabas tus cuentos a orillas de la niebla. Niebla que nos cubre, pero te siento cerca. Aquella luz la eclipsa con su fuerza y esplendor; y te siento cerca. Tan cerca que es confuso, tan cerca que estalla en aquellos recuerdos que me embargan y me atormentan.
La distancia es irrelevante. La melodías se convierten en puentes, de pronto solo quedan bancos de niebla y vientos desde lo profundo del mar. 
Es tiempo de avanzar, de no quedarse en el tiempo. Avanzar, no te quedes en el viento. Es parte del espacio; y cuando el latido de las miradas que se fueron se apaguen lo ineludible se hará realidad.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Fraude


Esperé sentado frente a las oficinas de “Crédito Federal” intentando dominar la bronca que me hacía rechinar los dientes. La carpeta de papel en la mano izquierda contenía la información que había logrado recopilar sobre el asunto; en la derecha el viejo y despintado Nokia que se negaba a dejar correr los minutos. Las 9:00am. En punto. Volví a controlar la entrada. Continuaba cerrada.
Me vi obligado a esperar otros seis minutos hasta que llegó el primero de los empleados. Lo vi pararse junto a la puerta. El guardia se asomó detrás de la persiana americana. Después de él comenzaron a aparecer empleados de todas direcciones. Los pude reconocer con facilidad por sus trajecitos grises y camisas blancas. Tan insulsos, tan aburridos.
Entré como un ladrillazo por la puerta de blindex. Poco me faltó para atravesar el vidrio sin molestarme en abrirla. Encaré al primer muchachito de gris que encontré tras una computadora y me encargué de meterle tanto miedo que en pocos minutos estaba detrás del gran escritorio de madera sólida, con un café en la mano y un un puñado de empleados alrededor entrando y saliendo con papeles e impresos de computadora. Me mostraron el legajo. Según los papeles, yo había sacado un préstamo de treinta mil pesos. Personal, o impersonal mejor dicho. Lo único que tenían era una fotocopia de mi Documento de Identidad y un impuesto de la casa. Las firmas eran apenas parecidas. Traté de comprender cómo les era tan fácil entregar treinta mil pesos a cualquiera. El problema era que según su retorcido punto de vista, ahora era mi problema pagar la deuda.
Continué revisando el puñado de papeles que acumulaban bajo mi numero de cliente. Todo se veía pulcro y sin errores, excepto que alguien se había llevado los billetes que ahora me reclamaban con ayuda de unos diligentes abogados. Busqué indicios de quién podía ser el responsable. Demandé saberlo. Supliqué saberlo, pero al parecer nadie podía encontrar ninguna pista. Al final, se disculparon y me dieron a entender con gentileza que no había nada que indicara que yo mismo no había recibido el dinero. La operación figuraba en efectivo. Sin mayores detalles. 
La solución era que presente una nota desconociendo la deuda. Una nota. Podía imaginarlos reunidos alrededor de la nota, ahogados por las carcajadas y arrodillándose para no caerse al piso.
En la desesperación previa a que me obligaran a salir, alcancé a manotear un una porción de un post-it con unos garabatos. Me quedé parado en la vereda tratando de interpretar lo que contenía. Números. Una sigla. No soy muy inteligente, ni creativo, pero lo primero que pensé fue en un número de cuenta y el nombre de un banco. O un número de teléfono y el nombre de una persona. Resultó ser la explicación más simple, como casi siempre. Era la segunda opción. Me tomó sólo unos pocos minutos y una llamada a un viejo amigo, amo y señor de las redes. Junto con el teléfono y el nombre, apareció una dirección. Contra toda lógica, decidí tomarme un taxi y hacerle una visita al Sr Bartolomeo Mujica. 
El viaje fue corto, hasta un barrio cercano al centro. La casita se veía bien, pequeña pero bien cuidada. Toqué el timbre sin saber lo que iba a decir. Por un momento esperé que nadie contestara para tener algo de tiempo para pensar. No tuve tanta suerte. De inmediato, se asomó una mujer joven. Bastante bonita y con mucho potencial. Me preguntó que quería y le contesté que buscaba al Sr. Bartolomeo, como si lo conociera. Noté una ligera mueca atravesar su rostro en cuanto nombré al tipo. Al principio creí que era causada por un dejo de tristeza, pero luego tomé supe que se trataba de pura y simple bronca contenida. Aparentemente, Don Bartolo había estafado a más de uno, y la semana anterior la policía lo había invitado a visitar sus instalaciones por un largo periodo. Un problema con una chequera extraviada, según entendí.
Ella se disculpó conmigo y de inmediato me invitó a pasar. Con una taza de té en la mano, esperé mientras ella buscaba algo que no entendí bien de que se trataba hasta que volvió. Según me explicó, acababa de descubrir un cuaderno con las anotaciones de su (ex)novio. Un detallado tratado sobre las más variadas estafas. Cheques, tarjetas de crédito, celulares. Las mil maneras de joderle la vida a alguien.
Me preguntó cuanto me había robado. Le di la cifra y se mantuvo unos segundos en silencio. Preguntó la fecha en que había sido la operación. Buscó en el cuaderno. En esa fecha solo existía un registro. Treinta mil pesos. Al costado, un comentario escrito en rojo: Tailandia. Lo leí por encima del hombro de la chica y me quedé mudo esperando una explicación. Fue muy simple, mi dinero había comprado los paquetes turísticos con los que el tipo esperaba recuperar una relación condenada.  
Es increíble la cantidad de información que una chica avergonzada puede darle a un completo extraño. Supe además que la fecha del viaje; no sería hasta dentro de tres semanas. Una lástima que Bartolo iba a estar bastante ocupado como para viajar.  Mientras hablábamos ella siguió revisando el cuaderno sin mucha convicción, al final, encontró un grupo de hojas impresas dobladas en dos. En ellas estaban los tickets electrónicos, las reservas y las confirmaciones para el viaje. Ella me miro a los ojos y extendió las hojas hacia mi en un gesto de disculpas. Ahí estaba mi dinero, treinta mil pesos reducidos a una pobre impresión en colores. Tomé las reservas y después de otra infusión me fui a casa con una mezcla de alivio y decepción. Esa noche me acosté temprano, cansado y algo aturdido. 
Después de más de tres horas de ser ignorado por el sueño, dejé la cama rumbo a la cocina. Pensé en tomar algo caliente, pero finalmente opté por por una generosa medida de whisky. Minutos después me serví otra, para darle una mano al sueño, pero tampoco ayudó demasiado. Volví la mirada y los impresos seguían sobre la mesada, junto al teléfono. Me dejé llevar por el impulso que había estado reprimiendo. Marqué los diez números y esperé. No supe que decir y las palabras solo  brotaron: "Es más fácil cambiar nombres que recuperar el dinero... Y es más fácil cambiar uno que dos nombres. ¿Vamos?"

sábado, 16 de junio de 2012

Poderes

Tengo todo lo que quiero; y vivo sin las restricciones de esta vida desenfrenada gracias al éxito de mis últimos proyectos. Los vaivenes de la economía mundial son sólo palabras ininteligibles para mi, llenas de forzado negativismo, producto de comunicadores apocalípticos, sedientos de un miserable instante de atención.
El campo de golf aparenta ser infinito, aunque puede que yo lo crea infinito, tal vez por el confort de mi sillón italiano o tal vez sea por la brisa de verano que se cuela por estos inmensos ventanales. El aire tibio me acaricia el cuerpo desnudo, como realzando su belleza. No tengo vergüenza ni falsa modestia que me obligue a cuidar mis palabras. No lo necesito y no me interesa cambiar.
Mi flamante ultra-notebook de aluminio está cargada de conceptos al menos gloriosos, de los que se hablará por generaciones. Pero hoy prefiero pasar el día recorriendo los más de quinientos canales de satélite que me ofrece monstruosa pantalla LED. Me dejo llevar de a ratos por programas intrascendentes o sucumbiendo a los impulsos consumistas, acumulando.
Tengo una visión única y extraordinaria de la realidad que me permite adelantarme a los hechos, y he desarrollado maravillosos poderes de observación. Es por eso se que cuando intente llamarte, nadie contestará.


Este cuento es algo así como una reversión, o un plagio descarado tributo a Roger Waters y su pandilla: Pink Floyd. Digo descarado porque escuchando la letra tomé conciencia que ya era un microcuento en si misma, y que no había mucho por hacer, mucho menos intentar corregir al Gran Jefe ;) Aquí la letra original:


Nobody Home (Waters – The Wall)
I've got a little black book with my poems in.
 
Got a bag with a toothbrush and a comb in. 

When I'm a good dog, they sometimes throw me a bone in.
 
I got elastic bands keepin my shoes on.
 
Got those swollen hand blues.

Got thirteen channels of shit on the T.V. to choose from.

I've got electric light. 
And I've got second sight. 

And amazing powers of observation. 

And that is how I know 

When I try to get through 
On the telephone to you
 
There'll be nobody home. 




I've got the obligatory Hendrix perm. 
And the inevitable pinhole burns 

All down the front of my favorite satin shirt. 

I've got nicotine stains on my fingers. 

I've got a silver spoon on a chain. 

I've got a grand piano to prop up my mortal remains.

 
I've got wild staring eyes. 

And I've got a strong urge to fly. 

But I got nowhere to fly to. 
 
Ooooh, Babe when I pick up the phone 
There's still nobody home. 


I've got a pair of Gohills boots
and I got fading roots

jueves, 7 de junio de 2012

El Día Más Frío

La noche cayó sobre las sierras, como si no hubiera soportado el peso del invierno. Noté mi falta de planificación cuando puse un pie en la calle, vestido de camisa suelta cual zar de la droga caribeño. El grado y medio bajo cero me pateó en la espalda sin contemplaciones.

Aún recuerdo nuestros intentos desesperados por hacer funcionar aquella vieja camioneta, empujándola de esquina a esquina como desquiciados. Escuchamos el motor patear y toser, explotando de vez en cuando. Transpirados, conseguimos que el viejo diésel se encendiera en medio de una humareda agria. Fue música para nuestros oídos que indicaba el inicio de una noche llena de promesas.

El se asomó a la calle, para prevenirnos. Vivíamos el día mas frío del año y no había apuro por iniciar aquel raid nocturno. Nos invitó tomar algo caliente. Logró convencernos a medias, porque optamos por saborear su mejor whisky en lugar del café recién filtrado que nos ofrecía. Sentados alrededor de la mesa, lo escuchamos compartir una pequeña porción de su sabiduría; desde el valor del esfuerzo y el trabajo, hasta el aprovechar cada momento con la familia.

En aquel entonces no comprendimos la profundidad de su mensaje y tan solo nos dedicamos al apartado de disfrutar el momento. Hoy pudo haber sido el día mas frío de este año, y si bien él no estuvo para advertirnos, nosotros estamos mucho más cerca de comprender el mensaje.

domingo, 3 de junio de 2012

Equipaje

Mi naturaleza en extremo precavida me obligó a repasar la lista, aunque conociera cada ítem de memoria. Revisé por ultima vez la maleta recién comprada, solo para asegurarme que tuviera las dimensiones correctas. No había conseguido la misma marca, y no quería correr riesgos. Le quité las etiquetas y el plástico protector. Hora de empacar.

Siguiendo el orden de manera rigurosa, empaqué cada uno de los elementos del inventario. Un traje, cinco camisas, cinco calzoncillos, cinco pares de medias, un par de zapatos, un par de zapatillas, tres remeras, una campera y unos pantalones; además de unos cuantos accesorios. Todo nuevo, a estrenar. Después de tildar el ultimo punto, dejé el papel sobre la ropa antes de cerrar la maleta. La etiqueta de la valija ya tenia mi nombre y en la esquina superior derecha le agregué un diminuto "7". Di unas vueltas por la habitación para un último e innecesario control. Todo en su lugar. Revisé la billetera. Tenía algunos dólares, suficientes para moverme. Sólo restaba cargar el pasaporte con el Boarding Pass doblado en su interior.

El viaje al aeropuerto fue mas rápido de lo esperado, gracias al poco tráfico y a un taxista despierto. Llegué a la puerta de embarque con el tiempo justo. Una fila corta y poco problemática me dejó en el avión en pocos minutos. Un suave despegue, café con galletas y estaba a un paso de la conexión. Releí la tarjeta de embarque como para asegurarme de tener el correcto. "BKK", increíble. Finalmente, después de cientos de viajes me tocaba el turno de conocer Tailandia. Solo una semana y con la mayor parte del tiempo consumido por interminables reuniones, pero algo siempre es algo.

Salí del avión algo aturdido por el interminable viaje. Me alejé del área de equipaje sin molestarme en buscar la maleta. Aunque me quedara hasta marearme de tanto ver girar valijas, la mía jamás aparecería. Me acerqué al mostrador de la aerolínea con el pasaporte en mano y reclamé por mi equipaje perdido. Preparado, le dije a la amable agente que no tenía ticket, pero que con gusto esperaría a que revisara por el nombre. Volvió un par de minutos mas tarde cargando una maleta. Controló los datos con la identificación y acto seguido me la entregó. Pude sentir el cosquilleo de emoción en el estómago, mientras la giraba en busca de la etiqueta. Era la número "5".

sábado, 28 de enero de 2012

El Mar

“Lo terrible del mar, es morir de sed”. Casi sonreí al recordar la lírica de Cerati pero lo ineludible de la situación me lo impidió. Miré a mi alrededor y solo alcancé a ver el interminable azul de diseño fantasmagórico, lleno de espejismos y desesperanza.

Lo etéreo de la felicidad que me embargaba horas atrás parecía haberse fugado por una ventana imaginaria. Traté de armar el rompecabezas mental, pero las piezas se habían mojado. La tarde tardó una década en convertirse en noche.

No pude comprender cómo la suerte me había abandonado, tomándome como una promesa en ascenso en las artes decorativas, disfrutando de un lujoso crucero repleto de otro tipo de promesas y abandonándome como a un triste náufrago abrazado a un improvisado salvavidas. Pensé en ponerme a patalear, pero no supe hacia dónde y opté por continuar inmóvil.

Aquella terrorífica tranquilidad de la noche sin luna fue aplastada por lo implacable del mediodía. Sed. La sed me desgarró la garganta como un guante de hierro incandescente. Rodeado de agua, y muerto de sed. Un titular amarillo como pocos.

Soy positivo. Supongo que alguien del barco notó mi ausencia. Me obligo a creerlo. La búsqueda debe estar en marcha. Es mejor estarse quieto y esperar.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Ascensor

Caminé a pasos largos por las calles de la ciudad enfurecida tratando de escapar de las garras del viento. No pude más que maldecir mi estúpido optimismo, esperaba se materialice el clima primaveral que había imaginado al vestirme; pero de alguna manera, me encontré caminando con mi nuevo traje veraniego en medio de una ventisca polar.

Llegué al juzgado casi media hora tarde, pero me sentí casi aliviado al recordar la tolerancia a los desmanes horarios de nuestro sistema judicial. Logré escabullirme entre la multitud del ingreso sólo para descubrir que debía formar una fila para montarme en el ascensor. Nueve pisos, pensé. Sumando mi estado físico deplorable a la cantidad de escalones, el único resultado probable era llegar jadeando y transpirando como cerdo. Imaginé a los funcionarios atravesándome con sus miradas acusadoras por culpa de la frente sudorosa. Opté por la fila y el ascensor.

Volví al frío del exterior y recorrí unos cincuenta metros de gente deseosa de huir despavorida. Esperé allí a la intemperie. Avancé unos pocos pasos y seguí esperando. En pocos minutos pude descifrar los tormentos reflejados en los rostros ausentes. Mejor imposible, pensé. Acá estoy y allá voy.

Solo cuando estuve a unos pocos pasos de treparme al ascensor, alcancé a ver una de las causas de tan poco dinamismo en el ingreso al edificio. Dentro del ascensor, un (llamémosle) ascensorista sentado en una silla improvisada y ocupando el espacio equivalente a por lo menos tres personas. Si a eso le sumamos la estudiada lentitud de sus movimientos, se convertía en un patético ejemplo del asqueroso derroche de tiempo y dinero, propio de las decisiones surgidas de las entrañas putrefactas de la burocracia. Un rostro de mirada ausente, haciendo equilibrio entre el vergonzoso aburrimiento y la depresión suicida. Apenas respondía a los saludos de sus pasajeros al montarse al aparato con un sonido nasal ininteligible.

Esperé unos pocos minutos más, verificando la hora a un promedio de dos veces por minuto. Final del tiempo de descuento. Las puertas se abrieron y las personas que tenía delante mío en la fila se abalanzaron dentro de la caja metálica. Los seguí de cerca pero me encontré con la señal menos esperada. Una palma extendida hacia mi rostro. Interpreté que la máxima cantidad de ocupantes había sido alcanzada, o al menos la que el procedimiento indicaba. Antes de ver la puerta cerrase ante mis ojos, pude comprobar que el ascensor no era otra cosa que un aparato automático, tan común como un día soleado y donde hasta el más estúpido podría presionar el botón correcto que lo lleve al piso deseado. Supuse que se les habían acabado los las computadoras, los sellos y las ventanillas y aun quedaba gente para ubicar.

Finalmente las puertas volvieron a abrirse. Esperé impaciente la salida de algunos trajeados. Aliviado por el final de la demora, di un paso largo, controlando el deseo de saltar adentro. La palma extendida volvió a impedirme al paso. Sorprendido, barrí el lugar con la mirada. Vacío. Volví los ojos hacia el funcionario en busca de respuestas. "Voy hasta el subsuelo" me dijo con un graznido. Le expliqué que no tenía problema, que bajaba con él y luego subiría; necesitaba abandonar la inmovilidad. "¡Voy hasta el subsuelo!" repitió cruzándome el brazo a la altura del pecho e impidiéndome el ingreso. Dando un paso atrás y con el rostro ardiendo de la bronca, volví a ver las hojas de la puerta cerrarse ante mi. No miré a nadie. Esperé. Segundos mas tarde las puertas se abrieron. Nadie, excepto el maquinista. Entré sin contratiempos y le proporcioné la compleja indicación de mi destino: "9". La ejecutó sin inconvenientes.

Con algunos minutos de retraso, alcancé las oficinas en la que varias personas me esperaban inquietas. El tiempo fluyó con suavidad. Terminada la audiencia me despedí de todos y me alejé rumbo a la salida. Me paré frente al ascensor y estuve a punto de quedarme a esperar. Me limité a sonreír y bajé trotando por las escaleras.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Definitivo

Caminó en silencio con los brazos junto al cuerpo, casi sin fuerzas, ajeno a la temperatura exterior o a los vaivenes del mercado. Los pasos cortos y desganados lo llevaron de un rincón a otro de la casa cual fantasma errante. Las pequeñas trivialidades de la vida continuaban como un eterno péndulo, pero la cena fue algo que no pudo honrar. No podía comer con el estómago comprimido. Solo se permitió mordisquear una manzana arenosa y con gusto a nada. Las tripas le gruñeron en respuesta, pero no supo interpretar su significado.

Se hizo muchas preguntas sobre el pasado y el extraño efecto causal en el presente; pero por sobre todo se hizo preguntas que no pudo contestar sobre el futuro. Levantando la vista al frente, todo se veía borroso y desencajado. Buscó una idea en la que enfocarse, algo que le permitiera apalancarse para salir del pantano en el que se encontraba. No lo consiguió. El pesimismo que durante años lo había caracterizado y hasta divertido, hoy se convertía en un enorme contrapeso que lo empujaba hacia el fondo del abismo.

Creyó haber superado lo peor, pero de alguna manera, el hecho de empacar su ropa por ultima vez le parecía más sombrío y definitivo que contemplar las llamas envolver el féretro de su compañera.

domingo, 31 de julio de 2011

Aurora

Desperté sobresaltado. Alguien se había colado en mi dormitorio y una penetrante mezcla de aromas atravesó las tinieblas del amanecer. Aun en medio de la somnolencia, fui capaz de deducir que si unos chorros quieren robarte y molerte a palos no entran con una bolsa de facturas y una taza de café humeante, por lo que de inmediato me tranquilicé.

Me pregunté cuanto tiempo llevaría ella teniendo las llaves de mi departamento, pero me pareció innecesario preguntarle. Si yo se las había dado, con seguridad tendría una buena razón; y si ella las había tomado, era de esperar que fuera por que sintió la necesidad de estrechar los lazos. O tal vez le di demasiadas vueltas al asunto y una vez más dejé que las llaves del departamento colgaran del lado de afuera de la puerta.

Con exceso de gentileza corrió las cortinas solo un poco, lo suficiente como para no andar a tientas y vernos las caras, pero no tanto como para molestarme. La invité a sentarse en la cama, tal vez más preocupado por hacerme de la taza que por verla parada.

Le di un sorbo largo y ruidoso, dejando entrar más aire que café para disfrutar del aroma. Exquisito. Tuve que reconocer que la inversión granos recién molidos fue un éxito. Ella me miró con una sonrisa triste, al tiempo que me alcanzaba la bolsa con medialunas. “Tenemos que hablar” me dijo, y de inmediato supe que no serían buenas noticias. La dejé desahogarse y la vi partir secándose las lágrimas. Sin dejar de contemplar la puerta, seguí sorbiendo el café y mordisqueando medialunas, para cuando vi el fondo de la taza, las tinieblas del amanecer se habían disipado.

domingo, 24 de julio de 2011

Crónicas de un Taxista - Contracara

Hoy perdoné a otro chorro. Calculo que es mi manera de no llamar la atención o algo así. Este tipo no dio muchas vueltas, ni se tomó mucho tiempo para hacerme creer que era un buen chico. Casi de inmediato, en plena avenida sacó una .22 oxidada, me la mostró como para asustarme y después me la apoyó en el omóplato. Tomé nota mental que era la segunda vez que me fallaba el detector de metales.

Le pedí que se calmara, pensando que no necesitaba un agujero en la espalda y ofrecí a llevarlo donde quisiera. Ni bien me dio las indicaciones, noté que se calmaba un poco. Manejé atento, esperando el momento preciso. Siguiendo sus instrucciones esquivé un control policial usando las calles alternativas. Al retornar a la avenida, tuve mi oportunidad. El muy imbécil señaló el camino con el revólver, alejándomelo del cuerpo.

Clavé los frenos y jugué con la inercia. Para cuando el tipo se acomodó, ya tenía el caño de mi .38 apuntándole al pecho. Le detalle ventaja estadística de una .38 contra una .22 en mal estado y de inmediato dejó caer el arma en el asiento del acompañante. Sin detener el auto, le di tres segundos para saltar. Lo hizo en dos. Golpeó el pavimento con un ruido sordo, ahogado por silbido del caucho. Cien metros después di la vuelta para ver si había sobrevivido el impacto pero ya no lo encontré.

sábado, 2 de julio de 2011

Smart

Me asomé por la ventana ni bien las primeras luces de la mañana se dejaron ver. El auto estaba otra vez estacionado en el mismo espacio. El lugar, prohibido por naturaleza y vulnerado por estupidez. El auto, un pequeño Smart que podría estacionar con comodidad en el baño de mi casa. Era la cuarta vez que encontraba el mismo auto en el mismo lugar y al parecer cuatro multas por estacionamiento en lugar prohibido no habían sido suficientes para que el “smartboy” comprendiera el mensaje.

El trabajo me impidió esperar por el conductor y resolver el misterio, por lo que esa misma tarde volví a casa dispuesto a ser paciente y averiguar quién de mis vecinos tenía por pasatiempo de coleccionar tickets de multas. No había mas que un puñado de opciones. Esperé sentado, literalmente. Después de las cuatro de la mañana me quedé dormido en el sillón del living con la cámara de video en la mano.

Desperté enfundado en mis pijamas; camine hasta el auto dispuesto a filmarlo, denunciarlo y tal vez hasta dejarle una nota. Me acerque por el frente, al menos diez multas se destacaban bajo el limpiaparabrisas. Le di la vuelta y en la luneta trasera una simple calco rezaba una simple frase:

"Lo único que nos salva de la burocracia es su ineficiencia." Eugene McCarthy

Solo atiné a sonreír y me alejé de inmediato.

domingo, 26 de junio de 2011

Microcentro

Caminando casi con desgano por las calles grises me dejo envolver por la atmósfera ajena y decadente del área más corrupta, comercial y bizarra de la ciudad. Extraños personajes doblegados por una realidad que los amontona en veredas repletas de dudosas mercancías se mueven como en cámara lenta.

En pocas cuadras esquivo algunos perros en busca de dueño, mientras recorren hasta el último rincón en busca de algo que se asemeje a la comida. Los animales me miran al pasar en un ruego silencioso. No puedo más que apiadarme de ellos. Uno de los más estropeados se lleva parte de mi simpatía y los últimos bocados del sandwich de salame.

Cruzo una oscura galería con la cabeza gacha, evitando a los vendedores que de solo mirarlos te obligan a mantener las manos cerca de la billetera. Vendedores de más bienes impagos que solo usados, que se mantienen tan atentos a la caza de clientes como a los sobrevuelos de la autoridad.

Me adentro en ese mundo casi con vergüenza, alejándome de los límites y de las reglas de aquella sociedad. Camino hasta una calle sin tráfico y en medio del gentío me detengo. Respiro hondo y luego extiendo una manta sobre el suelo. Mi primer día el negocio de los discos piratas ha comenzado.

sábado, 11 de junio de 2011

Crónicas de un Taxista - Dilema

Los últimos días me mantuve en el horario de la madrugada, no solo porque me gusta sino porque además necesitaba alejarme de los investigadores de la policía. Algo de perfil bajo. Pasé las noches atento, pero sin abandonar mi .38.

La sorpresa me alcanzó por la mañana. Después de dejar a una pareja de travestis en un barrio bastante fulero. Un tipo me hizo señas, iba con dos nenes vestidos para el colegio. Indicó el destino, alejándome aún más del centro rumbo a una nueva escuela periférica. Me dejé llevar, confiado en que se trataba del último viaje del día. Llegamos a la casi al final del barrio, a un descampado y el muy hijo de puta sacó un cuchillo del cinto con los dos pibes mirando y me lo apoyó en la nuca. No tuve miedo, sino una furia asesina que casi me hace estallar los dientes. Me hizo bajar del auto y meterme en el baúl.

Tomando aire para calmarme, seguí sus instrucciones sin decir palabra. Todo el tiempo tuve a la mano el fierro. Podría haberlo dado vuelta de un tiro, pero no iba a matarlo frente a sus hijos. Me tomó menos de cinco minutos liberarme y cinco horas para calmar la bronca.

lunes, 23 de mayo de 2011

Adiós Nonino

Inmóvil en el vano de la puerta maldije lo indigno de la vejez; tal vez por sentirla serpentear tan cerca esta vez o tal vez porque no pude evitar el impacto. Con los ojos empañados crucé la puerta, tratando de reconocer a ese hombre imponente que guardaba en mi memoria dentro de ese cuerpo marchito.

Sus ojos lechosos tardaron en enfocarme, en distinguirme tras los velos del pasado y por un instante pude verlo sonreír. La mente aguda le obligó de inmediato a plantear las preguntas de rigor. Salud, trabajo y familia. Ninguna enfermedad lo alejaría jamas de sus modales de la vieja escuela italiana.

Traté de ocultar mi propio dolor tras un muro de optimismo y planes que ambos sabíamos que jamas se cristalizarían. Hablamos sobre esto y aquello. Sobre lo que fue y lo que podría ser. Hablamos de sus bisnietos, de sus nietos y sus hijos. Hablamos. Bromeamos.

Traté de recordar si alguna vez le había agradecido, pero pronto me di cuenta que hay cosas que jamas podremos agradecer. Me costó tanto quedarme como decidirme a salir de allí. Tal vez por el dolor, o tal vez por saber que se trataba de la ultima vez que lo vería.

domingo, 8 de mayo de 2011

Crónicas de un Taxista - Anotación

Podría decir que esta mañana tuve un presentimiento al levantarme, pero mentiría. Salí a trabajar como casi todos los días. Tipo una de la mañana subí a un muchachón con cara de recién soltado.

Cumplió la rutina al pie de la letra y me pidió que lo lleve para el sur, más allá de la circunvalación. Le dije que iba a usar un atajo y ni pestañeó. Mi idea era evitar los controles policiales. Sabía que estaba armado, por lo que repasé cuidadosamente los detalles de mi plan. Cuando atravesamos la oscuridad y con un movimiento coordinado, apagué las luces del auto, clavé los frenos y le puse la .38 en la panza. Le aconsejé que no respirara.

Lo bajé del auto, saqué los dos ladrillos huecos y la pelota del baúl. Sin dejar de apuntarlo, acomodé los dos hormigones a buena distancia y le indiqué al maestro que se pusiera entre medio. Le expliqué que si me atajaba el penal, se salvaba y me miró como si yo estuviera loco.

Apunté sin tomar carrera. Un buen zapatazo y la pelota se coló por debajo de su brazo. Me acerqué mientras aún estaba en el piso y cumplí mi promesa.

domingo, 13 de febrero de 2011

Empresario

Cuando la rubia de curvas exageradas me preguntó a que me dedicaba, la respuesta fue instantánea: “Empresario” le dije con tono cortante y desinteresado. Le sonreí cortésmente y me alejé en busca de otro grupo. Desde el principio, la fiesta me pareció más aburrida de lo que había esperado. En un golpe de vista, pude localizar a varios grupos perfectamente diferenciados. En un extremos del salón, José del Chañar, amo y señor de la hotelería, rodeado por un enjambre de abejitas obsecuentes, sonriendo y festejando cada uno de sus comentarios. Observé si había manera de acercársele e intentar un par de minutos de contacto, pero aunque me comí como veinte de los bocaditos tratando ganar posiciones frente al resto, me fue imposible.

Me agencié otra copa de Champagne mientras buscaba otro pez gordo, pero no vi ninguno que me fuera útil. Seguí circulando y cuando alcancé a ver a uno que me interesaba, volví a toparme con la rubia. Me sonrió levemente y me dijo al pasar: “Empresario de que tipo?”. Mi respuesta, repitió el patrón anterior: “Alimenticio”, le dije sin detenerme mientras caminaba rumbo a Esteban Gaitán, dueño de la cadena de restaurantes más grande del país. Lo vi solo y me acerqué en forma directa, cortés. Me presenté y durante unos minutos conversamos trivialidades. Esperaba el momento para hacerle mi propuesta, pero noté que él evitaba entrar en el terreno de los negocios. Lo respeté, sabiendo que tendría otra oportunidad. Los eventos eran algo común en el ambiente.

Volví a ver a la rubia hablando con un tipo bastante entrado en años. Aún a más de cinco metros pude ver que ella estaba incómoda. El tipo la avanzaba. Ella lo rechazaba. Nuestras miradas se cruzaron un instante y me pareció ver un pedido de auxilio en los suyos. Caminé lentamente hacia ellos. Fue suficiente para darle el espacio que necesitaba. Se excusó con el otro tipo poniéndole una mano en el hombro y avanzó dos pasos rumbo a mi. “Gracias” me dijo con un susurro, manteniéndose muy cerca.

Soy de respetar las señales que me da la vida y que una rubia me busque tres veces seguidas, para mi es una clara señal. Decidí dejarme llevar y la invité a cambiar de lugar. Tal vez un bar, o lo que ella prefiera. No se negó. Subimos a mi deportivo sin rumbo fijo. No pude evitar sonreír, mientras pensaba en lo superficial de nuestras vidas. De mi vida sobre todo. Tengo tres verdulerías y me gasto todo lo que tengo en apariencias, me hago llamar empresario, voy a cientos de eventos y tengo un BMW de lujo. Voy a las fiestas a buscar clientes grandes. Las rubias son un consuelo.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Matador - Compañía

Otro trabajo cumplido. Otro cliente satisfecho y unos cuantos billetes más en el banco. El trabajo fue bastante fácil, como casi todos. Llegar, ejecutar y alejarse con tranquilidad; como mucho dejar alguna serie de pistas confusas. Es la única verdad del negocio. A la larga, los Policías se pierden en una inmensidad burocrática, persiguiendo a un grupo de asustados deudos o de algún chorito de cuarta en lugar de ir tras la verdad. Lo más gracioso, es dejar un rastro que huela a robo, se pasan años persiguiéndose la cola como cachorros nerviosos, y hasta acusándose entre ellos. Una vergüenza.

Hasta ahora, la jugada del taxi me ha salido bastante bien y nunca me tuve que cargar a un taxista, ni siquiera me dio la impresión de que alguno sospechara. Nunca voy directamente al lugar, siempre cerca y con una buena excusa. Por supuesto bien vestido; nadie sospecha de un tipo normal y con buena pilcha.

Pero hoy fue diferente. Algo salió mal. No se si fue la gorra que usaba el taxista o los anteojos oscuros, pero juraría que no me sacó los ojos de encima en todo el viaje. El tipo sabe algo. Tengo que salir a buscarlo.

domingo, 1 de agosto de 2010

Fuego

La euforia comenzaba a apagarse y aún en su delicado estado emocional supo que no le quedaba mucho tiempo. Con la paciencia del guardia inglés, fue alineando los elementos hasta sentirse satisfecho con el diseño, aislado de lo que ocurría a su alrededor. Las risas pronto cesarían. No quedaba mucho tiempo.

Buscó a tientas en sus bolsillos, maldiciendo al invierno y al exceso de ropa. Luego de varios intentos localizó el encendedor, un viejo Zippo que había visto tiempos mejores. Cerró los ojos e hizo girar la rueda esperando la tibia caricia de la llama cerca de su rostro. Nada. Abrió los ojos desilusionado. No quería fallar. Una gota de sudor recorrió su frente y le bajó por la mejilla. Volvió a intentarlo una y otra vez sin lograrlo. Pudo sentir la camisa pegada a la espalda mientras un calor gélido le recorría el cuerpo.

Tomó aire buscando concentración, cerró el encendedor y lo dejó caer un par de veces sobra la mesa antes de volver a intentarlo. Tuvo que contener la sonrisa cuando la llama finalmente se elevó. Era momento del acto final.

Se acachó junto a la mesa dejando la mirada al ras, midiendo el recorrido. Acercó el encendedor al borde y se dejó hipnotizar por la deflagración emprendiendo su camino. Le tomó sólo una fracción de segundo convertirse en una enorme llamarada. Le quedaba poco tiempo. Mantuvo la mano en señal de alto, dejando correr algunos segundos mientras los gritos de terror se sucedían.

Con un simple gesto, indicó a sus compañeros que era el momento y en un movimiento sincronizado cada uno de ellos tomó una copa de Whisky en llamas, la sopló y dejó resbalar el contenido hirviendo la garganta. Con los ojos lagrimeando de orgullo y quemazón alcanzó a ver a los guardias del lugar acercándose furiosos.

domingo, 20 de junio de 2010

Crónicas de un Taxista – Compañía

En esta profesión, tratamos con toda clase de personas, sobre todo, con gran cantidad de hijos de puta. Ayer, si no me equivoco, me crucé con uno bastante grande.

Lo levanté en pleno centro, cerca de Tribunales; al mediodía. Iba bien vestido. Pidió ir por Castro Barros, unos metros más allá de los Monoblocs. Durante el viaje lo vine midiendo por el espejo. Algo no me cerraba. Busqué algún indicio en la expresión. Lisa como un sábana de hospital. Los ojos abiertos pero sin mirar.

Cuando llegamos me dio cincuenta pesos y me pidió que lo esperara. Tenía que entregar unos papeles. Noté que llevaba un sobre. Volvió como quince minutos después. La misma expresión y ningún sobre. Me indicó que lo devolviera a tribunales. Contrario a la mayoría de los pasajeros, no habló ni una palabra. Durante el viaje, observé muchas veces el indicador del detector de metales en mi tablero. Nada. Frustrado, dejé al tipo frente a la plaza. Me pagó y se fue sin decir palabra.

Esta mañana leí en el diario que un hombre había sido asesinado a puñaladas en los Monoblocs en lo que parecía una riña pasional. Supe de inmediato quién lo había hecho.

sábado, 22 de mayo de 2010

Cazador de Noticias

Estimado Sr Director:

Durante los últimos veintiocho días me mantuve encubierto dentro de las instalaciones de la Empresa Gigantic World Electronics como parte de la investigación que accedí a preparar para su diario.

En principio, se suponía que debía investigar la escalada de suicidios ocurridos en los últimos cinco meses dentro de las instalaciones de le empresa. Lo hice. Por casi un mes me mezclé entre los trabajadores, soportando las interminables jornadas de penoso y ultra repetitivo trabajo.

Las conclusiones a las que he llegado son las siguientes:

1) No hay nada en el agua, ni en la comida que predisponga a los empleados al suicidio. Al menos esa es mi impresión. Eso y que los guardias y supervisores comen exactamente lo mismo. Ninguno de ellos lo ha intentado.

2) No encuentro ningún indicio en que el ambiente de trabajo sea el causante de tan extremos comportamientos. Conociendo otras empresas del rubro, puedo decir que las condiciones de trabajo son similares. Dormitorios impersonales y compartidos, magra comida, largas horas de trabajo y poca recreación.

En este período, otras treinta personas han intentado terminar con su vida. La mayoría de ellas, como sabrán, lo ha conseguido. En la última semana, supuse que yo mismo podría ser víctima de este extraño comportamiento, pero la realidad negó esta hipótesis.

Sólo resta expresarles mi preocupación respecto a un particular indicio. Ayer, cuando intenté retirarme de las instalaciones, el personal de seguridad me lo impidió. Más extraño aún, es que me lo impidieron tanto antes como luego de saber que no era un trabajador sino un miembro de la prensa.

Finalmente, espero que reciban mi nota y pronto tener noticias de su parte.