domingo, 26 de abril de 2009

Planeador

Acurrucado en un extremo del avión, dejo pasar el tiempo, alienado por la innegable realidad de no caber en los asientos. La extraña combinación de años de exceso y las presiones de mercado parecen complotar contra mí, en un cuadro tan oscuro como irreversible. Cientos de kilómetros se mueven bajo mis pies, ajenos a nuestra presencia. Inmóviles puntos luminosos en un mapa; arrastrados por el viento a casi mil kilómetros por hora. El zumbido enfermizo de las turbinas me tortura. Como si disfrutara de unas largas vacaciones en Guantánamo. El solo hecho de pensar que aún faltan cinco horas me hace teorizar sobre el suicidio. ¿Cómo sería experimentar el repentino fallo en los motores? Observar al avión convertirse en un planeador de doscientas toneladas. ¿Qué tan lejos llegaríamos? Alguna vez leí que estas bestias son capaces de planear y que se han registrado casos de aterrizajes sin ayuda de los motores, pero yo estoy seguro que caeríamos como un gigantesco ladrillo. Me pregunto también si podríamos volar con una de éstas puertas abiertas. ¿Sería posible para un desequilibrado tirar de la palanca? Se siente fría al tacto. Debería hacerle caso a mi psiquiatra. Por suerte, la azafata me sonríe.

sábado, 11 de abril de 2009

Hotel

Trataba inútilmente de conciliar el sueño. No se cuanto tiempo pasó, pero el silencio del viejo motel me indicó que la medianoche había quedado atrás. Desperté sin sobresalto y vi la silueta de Manolo moverse por la habitación apenas iluminada por un tenue resplandor. El resto de los muchachos dormía. Aún en el sopor del sueño, lo oí maldecir por lo bajo. Recorrió la habitación unos segundos y volvió al baño. El sueño volvió. Abrí los ojos por segunda vez, asustado al escuchar la puerta de la habitación abrirse de golpe. La inconfundible figura de Manolo se recortó en la penumbra antes de perderse. Ya erguido sobre mis codos, me quedé esperando, intrigado. Aún a media luz pude ver que cargaba algo como un palo, o una rama. Entró al baño. Intenté ignorarlo. El era capaz de concebir las más descabelladas ideas. Di media vuelta con la intención de dormirme, pero alcancé a percibir algunos ruidos sordos; casi rítmicos. Luego escuché barbaridades irreproducibles, vociferados por Manolo desde el baño. Apareció cruzando la habitación dando extraños saltos. Salté de la cama sólo para descubrir que la alfombra estaba inundada de una maloliente melange cloacal, cortesía del improvisado destapador de inodoros.

jueves, 28 de agosto de 2008

La Máquina de Café

Llegué a la oficina temprano, lo que me permitió caminar relajado rumbo al cuchitril donde se reúnen las máquinas de café, gaseosas y bocadillos. El perfecto espacio para los descansos; oscuro y deprimente. Afortunadamente, no había nadie con quien compartir el lugar. La calma antes de la tormenta. Luego de colocar mi tarjeta en la máquina presioné el selector “Menos”, hasta leer “SIN AZUCAR”. Sin darme cuenta, continué presionando la tecla “Menos” mientras mi mente viajaba. Presioné al mismo tiempo la correspondiente a “Café Largo”. Nada ocurrió. Presioné “Café con Leche” para probar. Una luz amarilla que nunca había visto, parpadeó en el visor. Un particular pitido casi imperceptible. La máquina vibró, mugió y los engranajes chillaron. Silencio. Levanté la tapa y retiré el vaso. Antes de llevármelo a la boca, el extraño aroma me alertó. Lo probé con desconfianza. Inexplicablemente rico, con un dejo a… ¿Whisky y canela? ¡Estaba tomando un café Irlandés en la máquina de la oficina! ¡Glorioso! Uno de los mejores cafés que había tomado en mi vida. ¡Y por unos centavos! En ese momento, entró el Gerente de Recursos Humanos, me saludó, frío y cortés. Para mi sorpresa, presionó la misma combinación de teclas que yo había utilizado antes por error; la luz amarilla parpadeó y los ruidos se repitieron. Esperó su “SuperCafé” y luego se alejó. En ese instante, comprendí por qué algunos directivos parecían tan felices de trabajar en la compañía.

lunes, 11 de agosto de 2008

La Última Vez

Aún recuerdo la última vez que me pasó. Cómo no hacerlo, si ocurrió hace… hace muy poco. Jamás pensé que a mi edad podría ocurrirme algo así, lo juro. Ahora puedo decirlo, porque ya no importa. Durante años hemos bromeado junto a mis amigos sobre el tema, pero cómo imaginar que finalmente se haría realidad. Siempre jugando con el “casi”, coqueteando con el filo de la navaja y salvándome en el último segundo. He llegado a conocer el baño de cada centro comercial, bar, restaurant, estación de servicio o casa de familia. Nunca pude aguantar. Preferí hundirme en un mar de humillaciones y pedir el baño antes que soportar el dolor desgarrador en mis entrañas. Ese punzante malestar que te impide hablar o tan siquiera pensar. El frío sudor conquistando la frente. Las respiraciones entrecortadas, imperceptibles. ¿Cuántas veces pasé por esa misma experiencia? ¡Cientos, miles! Pero esa tarde fue diferente. Tal vez haya sido el exceso de comida, el helado o el calor abrazador de la ruta; pero esos últimos kilómetros se hicieron interminables, sobre todo con tu esposa y tus suegros mirándote con una mezcla de asco e incredulidad mientras vuelven sus caras hacia la ventanilla.

domingo, 3 de agosto de 2008

Crónicas de un taxista: Retroceso

Séptima entrega de la serie. Comienza aquí Hace una semana que volví a las calles, y al taxi. El nuevo auto aún no está preparado para cacerías y yo mucho menos. Aún miro por el retrovisor, esperando ver las luces azules girando enloquecidas, acosándome. Si bien seguí trabajando por las noches para mejorar mis ganancias, me mantuve alerta, tratando de evitar contratiempos. Anoche no fui tan afortunado y los problemas me alcanzaron. Fue después de dejar a un extranjero en el aeropuerto. Parecía un buen tipo y me dejó cien mangos de propina. A la vuelta, recibí una llamada. Un cliente regular. Como estaba cerca, accedí. A una cuadra, me topé con una escena tan conocida como evitada. Dos tipos desvalijaban a otro en la oscuridad. Frené a unos metros con la ventanilla baja. Quedaron petrificados. Mi mano buscó la .38 ausente, mis ojos se enfocaron en el trío. Uno de los delincuentes dio un paso hacia mi mostrándome la profundidad de un viejo .32. Sería un milagro si no le explotaba en la mano. “Tomatelas”, me dijo irritado. Dudé por una fracción de segundo y luego, con la mandíbula rígida por la bronca puse primera y me alejé tragando con dificultad. Continúa aquí

domingo, 13 de julio de 2008

Agustín y el Nirvana

Extendió el diario dando inicio a la mañana. La brisa balanceaba tímidamente el papel. Las noticias le impactaron. El desplome de las bolsas, la suba del petróleo y la amenaza del eterno fantasma de la inflación. El diario podría tener dos, cinco o quince años y esas páginas apenas si cambiarían. Sonrió por un instante, rememorando. Pasó a la siguiente página en busca de algo interesante. Política. El tema le interesaba menos que su conteo de glóbulos blancos. Continuó avanzando hasta la sección que buscaba: Espectáculos. La única que no contenía malas noticias; sólo malos artistas. Entrecerró los ojos, sonriéndole al sol. Notó lo pausado de su respiración y casi pudo escuchar sus propios latidos, uno por segundo. Su mente viajó con cierta nostalgia hacia tiempos pasados, tan difusos como películas de la infancia. Cuando creía ser feliz. Sorbió ruidosamente su café, sin preocuparse por quienes lo rodeaban. Volvió a la lectura por unos minutos, hasta que los párpados comenzaron a pesarle. Concluyó que no había dormido lo suficiente, o que el café estaba demasiado cargado. Estiró las hojas del diario para cubrirse dentro de su caja de cartón. El puente no lo protegería del frío.


Este cuento fue leído en Radio Vórterix por el mismísimo Mario Pergolini. Aquí el enlace: 



Este texto, se ha convertido en mi primer publicación en papel! Seleccionado por Sergio Gaut vel Hartman para integrar Grageas 2 (2010) de Ediciones Desde la Gente.

domingo, 6 de julio de 2008

Crónicas de un taxista – Desvelo

Sexta entrega de la serie. Comienza aquí
Hace un mes que no salgo de casa. No sólo por miedo a la policía, sino además por el sentimiento de culpa que me acosa. Mi parte de culpa en la muerte del delicuente me ha obligado a replantear mi existencia. Seguí de cerca las noticias, temeroso de enterarme que el cerco se cerraba sobre el “verdadero culpable”. Me sentí decepcionado cuando le dedicaron unas pocas líneas y una borrosa foto. A nadie le importa un delicuente muerto en un auto robado. Esto me hizo pensar en lo fácil que sería avanzar un escalón en mi lucha diaria. Una semana atrás, llamé a mis contactos para conseguir otro auto fantasma. Se que son robados, pero quien me los vende es un “recuperador” y yo se los pago. No hay ofensa. Además, es la única manera de mantenerme en las sombras. Sin números y con varios juegos de matrículas. Hoy he vuelto a escribir, lo que es buena señal. El auto está pintado de amarillo y con las placas “oficiales” de taxi. Esta noche volveré a las calles. Voy a respirar hondo y a tratar de mantenerme al margen. Por ahora, sólo seré un simple taxista.
Sexto capítulo de la serie. Continúa aquí

domingo, 8 de junio de 2008

Crónicas de un taxista – Imprevistos

Por mi culpa hoy murió un hombre. La cosa venía desarrollándose acorde a lo esperado, como las últimas veces. Algún ladrón de “medio pelo” intentaba robarme, lo atrapaba, catalogaba y lo soltaba. Sin incidentes. Decenas de ladrones adornaban mi sitio web y cada vez más taxistas lo consultaban. Ya se hicieron tres arrestos gracias a mi trabajo. Curiosamente, nadie intentaba bloquear el sitio; aunque claro, ni el sitio ni yo existimos. El desvío se originó cuando el tipo en lugar de amenazarme, me cortó. No fue profundo, pero cuando sentí el tajo sólo atiné a protegerme y perdí el control. Íbamos a más de ochenta cuando impactamos contra el árbol. El cinturón me contuvo, pero el tipo no tuvo tanta suerte. Impactó contra el parabrisas. Ni bien me recuperé, lo recosté sobre el asiento de acompañante. Agonizaba. Tuve que pensar rápido. Me bajé del auto y lo senté tras le volante. Revisé la escena y de inmediato supe que nadie lo creería. Me recosté bajo el auto y busqué la manguera para romper un extremo. El penetrante aroma inundó el espacio. Tiré con fuerza de la instalación eléctrica y volví junto al volante. Giré la llave un par de veces, hasta que un suave resplandor se dejó ver bajo el auto. Me alejé corriendo, rogando que ya estuviera muerto.
Quinto capítulo de la serie. Continúa aquí

domingo, 25 de mayo de 2008

Calavera

Caminó lentamente sobre el piso de madera sosteniendo el cráneo entre sus manos. Lo observó detenidamente, como intentando escudriñar los secretos de su propietario. Dejó la calavera sobre una pequeña mesa; se alejó un paso y agachándose se ubicó a la misma altura del objeto que lo obsesionaba. Observó las cuencas, vacías y oscuras. En ellas podía estar la respuesta que buscaba. En ellas pensaba encontrar el valor que necesitaba. Frunció el entrecejo, esforzando la vista y su imaginación, pero sin resultado. El color del hueso llamó su atención. Decolorado y desgastado por el tiempo. Pensó en la causa de la muerte, intrigante como la parca misma. Notó que los pómulos se veían más generosos de lo normal. Circuló a su alrededor, cargado de preguntas e indecisiones. El futuro estaba al alcance de su mano aunque no se sentía en condiciones de aprovecharlo. Volvió a tomar la calavera en sus manos y lo tomó con fuerza por detrás de la nuca. Lo apretó con fuerza como si fuera capaz de hacerlo estallar. Las lágrimas se agolparon en sus ojos, el calor subió por su pecho. No podía recordar la letra. Maldijo a Shakespeare y a Hamlet por el tormento.

sábado, 10 de mayo de 2008

Crónicas de un Taxista: Cacería

He visto documentales sobre cazadores, pero nunca pensé que sería tan difícil de reproducir en la vida urbana. Decidí recorrer las calles por las noches. Me movía despacio, como una vieja y cansada gacela. Pero el señuelo no funcionaba. Fue una buena manera de hacer dinero. Al tomar los viajes que el resto de los taxistas desprecia me encontré cubriendo un enorme mercado insatisfecho. Guiándome por la cara, lo reconozco, subí a una pareja a eso de las 4:00am. En cuanto me dijeron que iban “a la zona” de Villa Allende supe que era el momento. La falta de precisión era una clara señal. Nos adentramos en un vecindario peligroso y me decepcionó ver que él sólo sacaba un cuchillo. En cuanto lo apoyó sobre mi garganta activé el dispositivo. Con un agudo silbido, la cuerda aprisionó la mano del tipo alejándola de mi piel, como en los ensayos. Casi al mismo tiempo, apunté mi .38 especial. Se horrorizaron cuando les tomé la fotografía. Luego de amenazarlos con terribles torturas, los dejé desconcertados en un descampado fuera de la ciudad y corrí a casa a publicar sus rostros en mi nuevo sitio web para taxistas. Cuarto capítulo de la serie. Continúa aquí