lunes, 11 de agosto de 2008

La Última Vez

Aún recuerdo la última vez que me pasó. Cómo no hacerlo, si ocurrió hace… hace muy poco. Jamás pensé que a mi edad podría ocurrirme algo así, lo juro. Ahora puedo decirlo, porque ya no importa. Durante años hemos bromeado junto a mis amigos sobre el tema, pero cómo imaginar que finalmente se haría realidad. Siempre jugando con el “casi”, coqueteando con el filo de la navaja y salvándome en el último segundo. He llegado a conocer el baño de cada centro comercial, bar, restaurant, estación de servicio o casa de familia. Nunca pude aguantar. Preferí hundirme en un mar de humillaciones y pedir el baño antes que soportar el dolor desgarrador en mis entrañas. Ese punzante malestar que te impide hablar o tan siquiera pensar. El frío sudor conquistando la frente. Las respiraciones entrecortadas, imperceptibles. ¿Cuántas veces pasé por esa misma experiencia? ¡Cientos, miles! Pero esa tarde fue diferente. Tal vez haya sido el exceso de comida, el helado o el calor abrazador de la ruta; pero esos últimos kilómetros se hicieron interminables, sobre todo con tu esposa y tus suegros mirándote con una mezcla de asco e incredulidad mientras vuelven sus caras hacia la ventanilla.

domingo, 3 de agosto de 2008

Crónicas de un taxista: Retroceso

Séptima entrega de la serie. Comienza aquí Hace una semana que volví a las calles, y al taxi. El nuevo auto aún no está preparado para cacerías y yo mucho menos. Aún miro por el retrovisor, esperando ver las luces azules girando enloquecidas, acosándome. Si bien seguí trabajando por las noches para mejorar mis ganancias, me mantuve alerta, tratando de evitar contratiempos. Anoche no fui tan afortunado y los problemas me alcanzaron. Fue después de dejar a un extranjero en el aeropuerto. Parecía un buen tipo y me dejó cien mangos de propina. A la vuelta, recibí una llamada. Un cliente regular. Como estaba cerca, accedí. A una cuadra, me topé con una escena tan conocida como evitada. Dos tipos desvalijaban a otro en la oscuridad. Frené a unos metros con la ventanilla baja. Quedaron petrificados. Mi mano buscó la .38 ausente, mis ojos se enfocaron en el trío. Uno de los delincuentes dio un paso hacia mi mostrándome la profundidad de un viejo .32. Sería un milagro si no le explotaba en la mano. “Tomatelas”, me dijo irritado. Dudé por una fracción de segundo y luego, con la mandíbula rígida por la bronca puse primera y me alejé tragando con dificultad. Continúa aquí

domingo, 13 de julio de 2008

Agustín y el Nirvana

Extendió el diario dando inicio a la mañana. La brisa balanceaba tímidamente el papel. Las noticias le impactaron. El desplome de las bolsas, la suba del petróleo y la amenaza del eterno fantasma de la inflación. El diario podría tener dos, cinco o quince años y esas páginas apenas si cambiarían. Sonrió por un instante, rememorando. Pasó a la siguiente página en busca de algo interesante. Política. El tema le interesaba menos que su conteo de glóbulos blancos. Continuó avanzando hasta la sección que buscaba: Espectáculos. La única que no contenía malas noticias; sólo malos artistas. Entrecerró los ojos, sonriéndole al sol. Notó lo pausado de su respiración y casi pudo escuchar sus propios latidos, uno por segundo. Su mente viajó con cierta nostalgia hacia tiempos pasados, tan difusos como películas de la infancia. Cuando creía ser feliz. Sorbió ruidosamente su café, sin preocuparse por quienes lo rodeaban. Volvió a la lectura por unos minutos, hasta que los párpados comenzaron a pesarle. Concluyó que no había dormido lo suficiente, o que el café estaba demasiado cargado. Estiró las hojas del diario para cubrirse dentro de su caja de cartón. El puente no lo protegería del frío.


Este cuento fue leído en Radio Vórterix por el mismísimo Mario Pergolini. Aquí el enlace: 



Este texto, se ha convertido en mi primer publicación en papel! Seleccionado por Sergio Gaut vel Hartman para integrar Grageas 2 (2010) de Ediciones Desde la Gente.

domingo, 6 de julio de 2008

Crónicas de un taxista – Desvelo

Sexta entrega de la serie. Comienza aquí
Hace un mes que no salgo de casa. No sólo por miedo a la policía, sino además por el sentimiento de culpa que me acosa. Mi parte de culpa en la muerte del delicuente me ha obligado a replantear mi existencia. Seguí de cerca las noticias, temeroso de enterarme que el cerco se cerraba sobre el “verdadero culpable”. Me sentí decepcionado cuando le dedicaron unas pocas líneas y una borrosa foto. A nadie le importa un delicuente muerto en un auto robado. Esto me hizo pensar en lo fácil que sería avanzar un escalón en mi lucha diaria. Una semana atrás, llamé a mis contactos para conseguir otro auto fantasma. Se que son robados, pero quien me los vende es un “recuperador” y yo se los pago. No hay ofensa. Además, es la única manera de mantenerme en las sombras. Sin números y con varios juegos de matrículas. Hoy he vuelto a escribir, lo que es buena señal. El auto está pintado de amarillo y con las placas “oficiales” de taxi. Esta noche volveré a las calles. Voy a respirar hondo y a tratar de mantenerme al margen. Por ahora, sólo seré un simple taxista.
Sexto capítulo de la serie. Continúa aquí

domingo, 8 de junio de 2008

Crónicas de un taxista – Imprevistos

Por mi culpa hoy murió un hombre. La cosa venía desarrollándose acorde a lo esperado, como las últimas veces. Algún ladrón de “medio pelo” intentaba robarme, lo atrapaba, catalogaba y lo soltaba. Sin incidentes. Decenas de ladrones adornaban mi sitio web y cada vez más taxistas lo consultaban. Ya se hicieron tres arrestos gracias a mi trabajo. Curiosamente, nadie intentaba bloquear el sitio; aunque claro, ni el sitio ni yo existimos. El desvío se originó cuando el tipo en lugar de amenazarme, me cortó. No fue profundo, pero cuando sentí el tajo sólo atiné a protegerme y perdí el control. Íbamos a más de ochenta cuando impactamos contra el árbol. El cinturón me contuvo, pero el tipo no tuvo tanta suerte. Impactó contra el parabrisas. Ni bien me recuperé, lo recosté sobre el asiento de acompañante. Agonizaba. Tuve que pensar rápido. Me bajé del auto y lo senté tras le volante. Revisé la escena y de inmediato supe que nadie lo creería. Me recosté bajo el auto y busqué la manguera para romper un extremo. El penetrante aroma inundó el espacio. Tiré con fuerza de la instalación eléctrica y volví junto al volante. Giré la llave un par de veces, hasta que un suave resplandor se dejó ver bajo el auto. Me alejé corriendo, rogando que ya estuviera muerto.
Quinto capítulo de la serie. Continúa aquí

domingo, 25 de mayo de 2008

Calavera

Caminó lentamente sobre el piso de madera sosteniendo el cráneo entre sus manos. Lo observó detenidamente, como intentando escudriñar los secretos de su propietario. Dejó la calavera sobre una pequeña mesa; se alejó un paso y agachándose se ubicó a la misma altura del objeto que lo obsesionaba. Observó las cuencas, vacías y oscuras. En ellas podía estar la respuesta que buscaba. En ellas pensaba encontrar el valor que necesitaba. Frunció el entrecejo, esforzando la vista y su imaginación, pero sin resultado. El color del hueso llamó su atención. Decolorado y desgastado por el tiempo. Pensó en la causa de la muerte, intrigante como la parca misma. Notó que los pómulos se veían más generosos de lo normal. Circuló a su alrededor, cargado de preguntas e indecisiones. El futuro estaba al alcance de su mano aunque no se sentía en condiciones de aprovecharlo. Volvió a tomar la calavera en sus manos y lo tomó con fuerza por detrás de la nuca. Lo apretó con fuerza como si fuera capaz de hacerlo estallar. Las lágrimas se agolparon en sus ojos, el calor subió por su pecho. No podía recordar la letra. Maldijo a Shakespeare y a Hamlet por el tormento.

sábado, 10 de mayo de 2008

Crónicas de un Taxista: Cacería

He visto documentales sobre cazadores, pero nunca pensé que sería tan difícil de reproducir en la vida urbana. Decidí recorrer las calles por las noches. Me movía despacio, como una vieja y cansada gacela. Pero el señuelo no funcionaba. Fue una buena manera de hacer dinero. Al tomar los viajes que el resto de los taxistas desprecia me encontré cubriendo un enorme mercado insatisfecho. Guiándome por la cara, lo reconozco, subí a una pareja a eso de las 4:00am. En cuanto me dijeron que iban “a la zona” de Villa Allende supe que era el momento. La falta de precisión era una clara señal. Nos adentramos en un vecindario peligroso y me decepcionó ver que él sólo sacaba un cuchillo. En cuanto lo apoyó sobre mi garganta activé el dispositivo. Con un agudo silbido, la cuerda aprisionó la mano del tipo alejándola de mi piel, como en los ensayos. Casi al mismo tiempo, apunté mi .38 especial. Se horrorizaron cuando les tomé la fotografía. Luego de amenazarlos con terribles torturas, los dejé desconcertados en un descampado fuera de la ciudad y corrí a casa a publicar sus rostros en mi nuevo sitio web para taxistas. Cuarto capítulo de la serie. Continúa aquí

domingo, 13 de abril de 2008

Perros de la Calle

Hoy por primera vez el gobierno oficializó la noticia. Los perros se han vuelto locos. El diario dice que es un virus, pero a mi no me convencieron. Aquí en el barrio hace más de un mes que sabemos esto. Fue cuando los perros comenzaron su ataque. En las casas las mascotas se volvieron contra sus dueños, acorralándolos y lastimándolos sin piedad; en las calles la situación fue aún peor, los transeúntes sufrieron incontables heridas. Más de cien personas han muerto en la ciudad y muchos más morirán. Las mordeduras matan a la gente mucho después, aunque se salven de sus dientes. Desde hace días, nadie se anima a salir a la calle. Casi no quedan provisiones en nuestra casa y dudo que el resto de las familias esté mucho mejor. Por la mañana tendré que salir. Ya hice un recuento de las armas con las que contamos. Supongo será suficiente para buscar algo de comida y volver. Lo que más me extrañó fue la importancia que le dieron al comportamiento agresivo de los perros. Queriéndonos engañar con eso del virus. Como si nosotros no nos diéramos cuenta de la evidencia maléfica. "Rabia", quieren bautizarla. ¡Mentira!

domingo, 6 de abril de 2008

Crónicas de un Taxista: Infidelidad

A eso de la medianoche subió una piba llorando, iba al Cerro, a casa de su (ex) novio a buscar sus cosas. La historia de siempre, él la engaña y ella se muda. ¡Que bronca! Al final, la mayoría termina perdonando, sólo para volver a ser engañadas. Como me dio pie, le pregunté si lo quería y si iba a perdonarlo. Contestó que no; que no era la primera ni la segunda vez que ocurría. Como predije, ya lo había perdonado un par de veces. Llegamos y me pidió si podía esperarla. Accedí sin vacilar, pero aún así se mantuvo inmóvil en el asiento trasero, mirándome. No se animaba a confrontarlo. Me ofrecí a acompañarla y susurrando disculpas, accedió. En la casa la situación fue tensa. El chaval no quería dejarla ir, haciéndose el arrepentido. Un pesado. Para tranquilizarlo, esperé a que ella fuera hasta el dormitorio; lo agarré de los pelos y lo apoyé contra una puerta. Le pedí que jamás volviera a molestar a la chica y él gentilmente accedió. Cargó sus cosas y la llevé al centro. Le di mi tarjeta por si alguna vez necesitaba algo. Por supuesto, no le cobré. Tercer capítulo de la serie. Continúa aquí

viernes, 7 de marzo de 2008

Crónicas de un taxista: Secuestro

Hoy cargué a dos turistas en el aeropuerto. Dos gringos. Alemanes, creo. Querían ir al centro. Vienen con los bolsillos llenos de euros y se creen dueños del mundo. ¡Infelices! Ni se imaginan lo que es vivir acá. Creen que todo paseos, estancias y paisajes. No ven la pobreza y a la gente muriéndose de hambre. ¡Estoy harto! Me carcome la mente que no se haga nada por cambiar esa realidad. Por eso preparé el auto para este día. Por supuesto que no los llevé al centro. En cambio, fui al sur, donde la realidad es diferente de lo que ellos esperan. Allí la verdad te golpea en la cara, despiadada. No hay decorados, ni escenarios preparados para turistas. La vieja fue nerviosa desde un principio, como si intuyera algo. El viejo cayó en la cuenta mucho más tarde, pero se puso pesado e intentó ponerme una mano encima. En cuanto le mostré mi .38 se calmó. Nos metimos en una villa de emergencia. En ese momento el terror los desfiguró. Imaginaron lo peor. Al final los dejé en la terminal. Ya habían aprendido. Por mí no me preocupo. Ni el auto ni yo existimos. Segundo capítulo de la serie. Continúa aquí